Con independencia de lo que pudiera hacer el ejército, decenas de miles de carlistas estaban dispuestos a tomar las armas en 1936 como habían hecho sus antepasados cien años antes. Prácticamente agonizante al producirse el advenimiento de la República, el derrumbamiento de la dinastía liberal y la persecución religiosa desatada por el nuevo régimen, hicieron que el carlismo tomara fuerza y que una vez más, los boinas rojas se alzasen en defensa de Dios, la Patria y el Rey.
En una Europa en que se enfrentaban las viejas democracias frente a los nuevos totalitarismos, el carlismo, la más anciana de las fuerzas políticas del viejo continente, se lanzó a su última contienda con el mismo entusiasmo que la primera vez. Paradójicamente, tras haber sobrevivido a numerosas derrotas no logró hacerlo a su teórica victoria. El estado totalitarista, estatista y fascistizado que había creado el Régimen de Franco iba contra las directrices ideológicos del Carlismo sobre la creación del nuevo estado, pues defendían la realización de un estado tradicional, católico, monárquico, foral y subsidiario. La ideología carlista no era una vuelta al Antiguo Régimen, sino una política de defensa de la Cristiandad, del legitimismo monárquico, ya que consideran a su rey como el legítimo, del principio de subsidiariedad, materializado en las palabras del teórico tradicionalista Vázquez de Mella de:” Más sociedad y menos estado”, y del concepto foral de España
Por ello, nada más terminar la Guerra Civil, Fal Conde, Jefe delegado de la Comunión Tradicionalista, y don Javier, Príncipe Regente legítimo, adoptaron la táctica de oposición, resistencia y ataque al régimen franquista. Quienes aceptaron cargos en el Partido Único fueron expulsados de la Comunión y tachados de traidores …Para seguir leyendo en HortaNoticias pulsa aquí.
Artículo de Vicent Morellà Fuset publicado en HortaNoticias