Conocidos son los sacrificios, las hazañas, las heroicidades de los grandes hombres de la Comunión Tradicionalista. Nuestros historiadores, y los mismos historiadores enemigos, se han encargado de poner de relieve las gigantescas figuras de nuestros heroicos generales que en el curso de las sangrientas luchas por la Causa de Dios, de la Patria y del Rey trabajaron con fortuna varia, obteniendo el laurel de la victoria unas veces, y otras sucumbiendo con la doble corona del héroe y del mártir.
Yo admiro a esas grandes figuras de nuestra Causa en sus gloriosos triunfos y en sus gloriosas derrotas: astros de primera magnitud brillan en el firmamento de nuestra historia después de haber dado luz, calor y vida a las aguerridas huestes tradicional i stas que bajo sus órdenes lucharon con bravura no superada. Yo tengo para ellos un recuerdo imborrable en la memoria y en el pecho una admiración sin límites.
Pero junto con esa admiración y ese recuerdo, siento casi siempre germinar con igual o mayor intensidad el recuerdo y la admiración hacia la legión de héroes anónimos, para los que la historia no ha podido tener la mención más ligera, y cuyos nombres, lo propio que sus actos de valor legendario, han permanecido en la obscuridad más dolorosa.
¡Cuántos sacrificios se han hecho por esos anónimos, abandonando sus modestos talleres, sus pequeñas propiedades, rompiendo con energía los lazos que la sangre o el cariño habían formado, para correr en pos del ideal, para ofrecer la sangre y la vida por la Causa de Dios, de la Patria y del Rey, sin la más remota esperanza de recompensa, sin el más leve pensamiento de gloria!
Yo, que en todos los casos de la vida, ¡tal vez sea por egoísmo!, he sido y soy un fervoroso admirador y un entusiasta apologista de los pequeños, de los pobres, de los humildes, de los que luchan y mueren sin que sus abnegaciones, sus virtudes, sus heroicidades dejen rastro para la admiración ni para la recompensa, yo no puedo menos, tratándose de las epopeyas tradicionalistas, que rendir con preferencia el tributo tan modesto como sincero de mi admiración a los héroes anónimos, a los mártires de nuestra Causa, cuyos nombres no han sido esculpidos en bronces y cuyas hazañas no han registrado los historiadores, ni han cantado los poetas.
A.M – Centenario del Tradicionalismo Español, Barcelona 1935