MANIFIESTO DE TOLEDO: CAPITAL ESPIRITUAL DE LAS ESPAÑAS
“VERDADERO NACIMIENTO Y FUNDAMENTO DE LA NACIÓN ESPAÑOLA”
III CONCILIO DE TOLEDO
8 de mayo de 589 / 8 de mayo de 2018
“España, evangelizadora de la mitad del orbe; España martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio; ésa es nuestra grandeza y nuestra unidad; no tenemos otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los arévacos y de los vetones o de los reyes de taifas.”
Con esta máxima descrita por Don Marcelino Menéndez Pelayo en su Historia de los heterodoxos españoles nos reafirmamos como orgullosos hijos de España, pero no de cualquier España como mero concepto nominal y evocación de un nacionalismo afectivo, pero sin verdadero fundamento patriótico. Nosotros nos reconocemos como los verdaderos hispanos del siglo XXI y como genuinos descendientes de aquellos hombres que presenciaron el nacimiento de nuestra nación. Proclamamos libremente amor indestructible y lealtad irrenunciable a nuestra Patria explicitada en el III Tercer Concilio de Toledo, el ocho de mayo del año 589, tercero del reinado de Flavio Recaredo, en cuanto Reino unido en la verdadera fe católica.
Muchos dudan que en nuestra era sea ya posible ser y sentirse español. Muchos reniegan de la existencia de un cordón umbilical y un lazo encadenado de generaciones que mantienen la llama de ese espíritu fundacional. La desesperanza al creer que la tradición se ha quebrado y que sólo nos queda aceptar las categorías de la modernidad para pensar la política, es un sentimiento que debemos desterrar de nuestros corazones. Su lugar debe ser ocupado por la fértil esperanza en la Providencia divina que aún reclama de los pueblos hispanos un protagonismo en la historia de Occidente y, por que no aventurarlo, en el orbe entero.
Algunos mancillan el apelativo patriota, cayendo en un fácil nacionalismo moderno a imitación del que engendró nuestra secular enemiga la revolución francesa. A muchos jóvenes les hacen creer que España surgió como nación con la Constitución de Cádiz, y gracias a la voluntad de unos diputados circunstanciales. Otros, peor incluso, ilusamente creen que la única posibilidad de defensa y definición está en un mediocre texto constitucional regateado en escasos meses dando lugar a una idolatrada Constitución en 1978. No es difícil demostrar que la inmensa mayoría de males que actualmente sufrimos, ya están contenidos en potencia en ese texto. Otros, como consecuencia de las leyes educativas derivadas de esta Constitución que pretenden asociar a un frívolo patriotismo constitucional, es la que ha llevado a que casi toda una generación haya dejado de creer que España sea una nación, y mucho menos una Patria.
Por ello, es imprescindible, por no decir vital, que de nuevo afirmemos nuestro orgullo nacional. Una nación, una Patria, generada en la perseverancia de un pueblo fiel que nunca quiso renegar de su catolicismo y caer en el arrianismo, y por una Monarquía Goda que fue consciente que la unidad de los pueblos ibéricos era un bien superior. Así, esta unidad creada en tiempos de Recaredo, pudo sobrevivir incluso a una multisecular invasión musulmana, Fue continuada en la unidad de la fe católica durante siglos alumbrando, desde la lealtad a nuestra tradición, las mayores gestas militares de la Historia; alumbrando libertades individuales y colectivas impensables para cualquier otra nación de su época; suscitando la evangelización del Orbe que se sustentaba en leyes de justicia universal cristiana, nunca antes ni después conocidas. Bajo el amparo de esta realidad nacional, surgieron los más grandes genios de las artes, así como inigualables gobernantes de la talla de San Fernando, los Reyes Católicos o Felipe II. Y todo ello siempre fundamentado en ese compromiso trascendental que significó el III Concilio de Toledo.
Tras la caída del Reino Visigodo, nunca se perdió la conciencia de esas raíces. Así, los diferentes reinos cristianos que fueron surgiendo bajo los impulsos de la Reconquista, nunca perdieron la conciencia de pertenencia a una tradición común que orientó sus esfuerzos de Reconquista. Ella culminó con la reunificación de estos reinos en la nación más vieja y fuerte de Europa; posteriormente en el Descubrimiento, Conquista y Evangelización de América y, con ello, en la consolidación de la Monarquía Hispánica como uno de los Imperios más potentes y justos de la historia.
Por todo ello, hoy como ayer, manifestamos nuestro orgullo en cuanto que españoles y herederos de esta más que milenaria tradición. No podemos, por tanto, menos que proclamar lealtad a nuestra historia y a nuestras tradiciones. España fue el objetivo de todo tipo de imperios y fuerzas que explícitamente se posicionaron con el alto prodigio de la Cristiandad. España se desangró por defender la fe católica en el mundo entero, por defender el papado ante las más adversas de las circunstancias y de ahí el odio que le profesan tantos. Incluso hoy, nuestra sociedad desnortada por mediocres gobernantes, sigue siendo objeto de ataques constantes a su identidad y raíces. Una doble tenaza agarrota nuestra alma: los inicuos nacionalismos separatistas y la disolución en un abstracto mundialismo que amenaza con disolver un cuerpo social multisecular. Como bien nos avisaba Don Marcelino Menéndez Pelayo, perdiendo la unidad patria, desaparecerán los objetivos comunes y con ello la posibilidad de desempeñar nuestro papel en la historia.
Nuestra Patria surgió ante el desmorone del Imperio Romano y con la esperanza de forjar un mundo mejor. Lejos de nosotros el desaliento por los efectos de tantos ataques contra nuestra identidad, a veces sutiles, a veces cruentos. Nosotros no hemos perdido nunca la esperanza en el renacimiento de la Patria. Ahora queremos transmitir esa ilusión, ese sueño, esa esperanza, a las nuevas generaciones. Queremos mantenernos al margen de los nimios cortoplacismos de los partidos políticos, que operan en un marco constitucional de cortas miras y condenado al hundimiento. Nosotros, por el contrario, queremos forjar Patria, germinar Hispanidad, fructificar Cristiandad. Es el momento de una nueva Reconquista; una reconquista espiritual, social, colectiva y, algún día, política. Pero si no rehacemos la verdadera amistad de compatriotas aunados en lo común universal con lo que nos identificamos, todo será estéril. Este es el primer llamamiento, desde hace muchas décadas, a iniciar este proyecto, sin más ambición que servir y dar.
Nuestra esperanza humana, sólo puede reposar en lo sobrenatural. Y no hay más esperanza teologal que la que se fundamenta en la confianza del Sagrado Corazón de Jesús. A Él nos consagramos para que haga realidad su promesa: “Reinaré en España con más predilección que en otras naciones”. Y nosotros, nuestras asociaciones y nuestros esfuerzos, solo han de tener una única ilusión: “ser siervos útiles” e instrumentos de este triunfo.