El “Trágala” se utilizaba a comienzos del XIX en España en el sentido de imponer algo y el sintagma “trágala perro” ya lo había empleado, por ejemplo, el padre Isla en Fray Gerundio de Campazas. Tiene pues, una tradición literario-política-pictórica, puesto que Goya plasmó muchas de esas expresiones en sus famosos Caprichos. En el nº 58 figura el famoso “Trágala perro” que en la cancioncilla y posterior movimiento se dirigía contra el absolutismo monárquico y en el comentario del nº 42 expresa algo que en estos momentos en que todo el mundo anda a vueltas con la declaración de la renta y se recuerdan los “manejos” de las élites dirigentes para pagar menos de lo que les corresponde, no podemos dejar de recordarlo. Decía Goya: “Los pobres y clases útiles de la sociedad son los que llevan a cuestas a los burros, o cargan con todo el peso de las contribuciones del estado”. Contra todo ello iba la famosa cancioncilla protestona.
Recordemos un poco de historia para comprender mejor la situación. Como consecuencia de la invasión francesa, los españoles se resistían a vivir en un país gobernado por extranjeros, lo que implicaba terminar echándoles o morir en el intento. Luchaban con todos los medios a su alcance, simplemente porque no tenían otro remedio: habían perdido su independencia y no les merecía la pena vivir sin ella. Las Cortes Constituyentes, reunidas en Cádiz desde 1810 a 1814 aprobaron, en defensa del pueblo, la primera Norma jurídica fundamental del Estado español que estableció por primera vez:
- la soberanía popular (el poder se funda en el pueblo) y
- la división de poderes ( poder ejecutivo, legislativo y judicial)
Reconoce además sus derechos individuales tales como :
- Igualdad de los españoles de ambos hemisferios y su igualdad ante la ley
- Derechos civiles (educación, libertad de imprenta y de expresión y la inviolabilidad de la propiedad, domicilio y libertad)
- La ciudadanía
- Defensa de la Patria (la soberanía reside fundamentalmente en la nación española, que desde ese momento, está entendida como la unión de todos los españoles; la Nación española es libre e independiente, lo que quiere decir, que no es ni puede ser patrimonio de ninguna familia ni persona.)-Las Cortes, la Justicia y el Rey tienen la limitación de poderes que establezca la ley.
Es decir, en la humilde cancioncilla del trágala del XIX, se desarrollaban tres puntos importantes:
1º) Se hacía una defensa de la Constitución de 1812, la cual, aunque tenía aspectos muy positivos en cuanto a la defensa de la Nación y de los individuos que la componían, tendrá también otros que no lo son tanto, como era el continuo ataque a la religión, la bestia negra de la mayoría de aquellos constituyentes.
2º) Era una crítica a los pancistas (los que se beneficiaban de la situación, entre los cuales incluían a los miembros de la Iglesia) y
3º) Provoca un llamamiento a la acción.
De modo que la Constitución es el tema central del Trágala. Se la considera, el antídoto contra los que desean mantener el absolutismo, a quienes la canción designa con diferentes nombres, pero no solo ataca al absolutismo ya que entra de lleno en el debate político librado durante el Trienio en el seno del liberalismo. Hoy día la aplicación del Trágala ha dado la vuelta. No es el pueblo quien reclama sus derechos a una monarquía absolutista, porque en la actualidad, la monarquía en España es constitucional y podríamos decir que es hasta muy plegada y connivente con las posturas más anti tradicionalistas. No, el trágala actual lleva una deriva contraria a su origen. En este caso, parte de la clase política y se dirige contra el propio pueblo a quien debe servir y defender, a fin de que éste pase bajo las horcas caudinas[1] y acepte el despiezamiento de España.
El segundo tema del Trágala, por orden de importancia, es el ataque a los pancistas. Esta palabra designa — según el Diccionario de la Real Academia — a “quienes acomodan su comportamiento a lo que creen más conveniente y menos arriesgado para su provecho y tranquilidad”. Totalmente de actualidad y aplicable a toda la clase política.
El tercer elemento básico de la letra del Trágala es su incitación a la acción. No se trata tanto de la defensa de la Constitución, como de anular a sus oponentes. Quien no acepte la Constitución, que salga de España, pues aquí no tiene cabida: “busca otros hombres/ otro hemisferio”, dice una estrofa. Catalanistas y vascos con la anuencia de la casta política, en general, la ponen en práctica continuamente y, naturalmente, se ha empezado a producir esa acción que reclama el Trágala: los españoles amantes de su Patria han salido a la calle a protestar por la situación a la que nos están llevando los políticos, cuelgan banderas en sus ventanas y balcones y se juegan el tipo arrancando los símbolos separatistas que inundan las calles catalanas.
Por estas razones les traemos hoy aquí al añejo Trágala. Sus tres puntos básicos están de actualidad. Hoy el ataque no va contra la monarquía –al menos, y de momento, en la mayor parte de España.− Tampoco se produce como entonces entre grupos políticos (liberales y conservadores), sino entre todos ellos por una parte y el pueblo español por otra, porque el “trágala perro” va dedicado al pueblo al que van inyectando gota a gota la idea de que para acabar con los enfrentamientos entre Autonomías, (es decir, entre españoles), es necesario federalizar España, ocultando, naturalmente, los perjuicios que ello puede ocasionar a la Patria y a los españoles.
Quizá desde el cambio del gobierno de Zapatero a Rajoy, el Partido Popular conocía y participaba del plan de federalizar España, y creo, con el mismo convencimiento personal, que este proyecto tiene el visto bueno de Bruselas. Admito que el plan de federalizar España estaba cantado, esperando inexorable la ocasión desde hace ya tiempo. Y lo veníamos sospechando por su inane actitud, tal como expusimos en anteriores artículos en los que hablábamos de antiguas traiciones, como la de los Ayacuchos[2].
Este acercamiento de objetivos explicaría la actual deslealtad y vileza que vislumbramos en las extrañas actuaciones del anterior gobierno al poner en libertad a etarras, o permitir a Cataluña con total impunidad el adoctrinamiento a los niños, imposición de no utilización del idioma español en parte de España, creación de embajadas catalanas, etc.; todo ello subvencionado con dinero de todos los españoles. Macerada la situación y caldeados los ánimos del pueblo, en una pirueta de los confabulados políticos, cae el gobierno Rajoy (con su venia?), dejando a los ciudadanos desconcertados por su actuación.
Hoy parece que, más explícitamente unos, más ocultamente otros, los políticos actuales de cualquier laya o condición trabajan por imponer (¡ellos que tanto presumen de demócratas!!) una constitución federalista. Se ha iniciado una nueva etapa en los gobiernos de España con la entrada de un frente populista integrado por los partidos de izquierda unidos a los radicales y secesionistas. Es el gobierno de Pedro Sánchez quien ya siendo Secretario General del PSOE, mostró en su primer discurso su adhesión al peor bando de estos debates al decantarse por federalizar España, recuperar el todo gratis por parte del Estado y promover el feminismo y el combate al calentamiento global. El cambio ya ha empezado y no muy sutilmente. Con el beneplácito de los sanchistas, el presidente Torra no ha tardado en restaurar el Diplocat y ha anunciado que reabrirá de inmediato sus carísimas embajadas en Berlín, Londres, Roma, Suiza y Washington. (¿Y el Gobierno, qué?). El Gobierno encantado, para eso ha nombrado a la señora Batet ministra y delegada del Gobierno a la señora Cunillera, del PSC, aunque ésta votó a favor del referéndum separatista.
Con este gobierno, nuestras dudas se despejan y se confirman nuestros temores desde el momento en que esta flamante ministra Batet, enseñó la patita federalista y empezó a hablar de acercamiento de presos, de un “consenso transversal” y cosas de este tenor; o Borrell, ministro de Asuntos Exteriores, quien, en contra de lo dicho en anteriores ocasiones, no solo no matiza las declaraciones de Batet, sino que sube la apuesta (¿para hacer méritos?): “hay que reconocer a Cataluña como nación” y, para ello, es necesario meter mano a la Constitución. ¿Y el pueblo? El pueblo no cuenta. Al sufrido pueblo no le dan oportunidad ni de elegir, ni de opinar, ni de protestar…Recuerden al culto y preparado Borrell en la manifestación de Barcelona llamando turbas a quienes defendían la unidad de España.
Al fin lo demuestran claramente. Este es el plan: convertir España en un Estado Federal y este es el precio: volver a legitimar todas las medidas secesionistas, incluyendo la humillación inconcebible de hablar con Torra “de gobierno a gobierno”; abolir los controles sobre sus cuentas y que el Gobierno premie a quienes los jueces persiguen. Y en este objetivo de federalizar a España, −luego llegará la independencia y la partición− colaboran todos. Este proyecto que, al parecer está preparado desde la época de Rubalcaba, consiste en quitar el artículo 150.2 de la Constitución y reformar el 149 y con ello construir un Estado federal asimétrico en España en el que las autonomías no históricas tengan más competencias pero todas las mismas, a excepción de Cataluña, País Vasco y Galicia, que mantendrán sus competencias exclusivas. Torra, Andoni Ortuzar, Josu Erkoreka y el lehendakari Urkullu, frotándose las manos.
Una no sale de su asombro. Nos han dado muestras del nivel intelectual de quienes ocupan los escaños del Congreso y de los miembros del Gobierno, pero no esperábamos que no conocieran la historicidad de Asturias, de la misma Castilla, de la cual se desgajó, por un tiempo, Galicia, a quien, por el contrario, sí se lo conceden. Lo mismo puede decirse de León que fue reino cuando las provincias vascas solo eran señoríos y las catalanas algo más, puesto que llegaron a condados.
Claro que leyendo al presidente de la Comisión Redactora del Proyecto de la Constitución de 1931, el jurista Luis Jiménez de Asúa[3], declaró, (es de suponer que guiado por su fraternidad): “Después del férreo, del inútil Estado unitarista español, queremos establecer un gran Estado integral en el que son compatibles, junto a la gran España, las regiones, y haciendo posible, en ese sistema integral, que cada una de las regiones reciba la autonomía que merece por su grado de cultura y de progreso. Unas querrán quedar unidas, otras tendrán su autodeterminación en mayor o menor grado”.
A diputados como Jiménez de Asúa, muchos de los cuales se calificaban a sí mismos como jabalíes[4], les tuvo que explicar Ortega y Gasset las diferencias entre autonomismo y federación, comenzando por aclararle que son dos conceptos diferentes: en el primero hay una sola soberanía –la del pueblo español, en este caso–, mientras que en el segundo se aceptan otras soberanías que se asocian para formar una nueva. Y añade: “Pues bien, confrontándolo con el autonomismo, yo sostengo ante la Cámara, con calificación de progresión ascendente hasta rayar en lo superlativo, que esos dos principios son: primero, dos ideas distintas; segundo, que apenas tienen que ver entre sí; tercero, que, como tendencias y en su raíz, son más bien antagónicas. El federalismo se preocupa del problema de soberanía; el autonomismo se preocupa de quién ejerza, de cómo haya manera de ejercer en forma descentralizada las funciones del Poder público que aquella soberanía creó. Porque la soberanía, señores, no es una competencia cualquiera, no es propiamente el poder, no es ni siquiera el Estado, sino que es el origen de todo Poder, de todo Estado y, en él, de toda ley.
Para un pueblo, pasar de unitario a federal es una degradación: “Dislocando, digo, nuestra compacta soberanía fuéramos caso único en la historia contemporánea. Un Estado federal es un conjunto de pueblos que caminan hacia su unidad. Un Estado unitario que se federaliza es un organismo de pueblos que retrograda y camina hacia su dispersión. Ni vosotros ni yo estamos en esta fecha seguros de que el pueblo español, que se ha dormido esta noche dueño de una soberanía unida, sabe, sospecha, que, al despertarse, va a encontrarse su soberanía dispersa. Y hasta es posible que las regiones convertidas en estados federados se subleven invocando su pedazo de soberanía, no segmentando la soberanía, haciendo posible que mañana cualquiera región, molestada por una simple ley fiscal, enseñe al Estado, levantisca, sus bíceps de soberanía particular.
Por último, lanza una advertencia a los diputados: “Vais a resolver sobre algo que representa la raíz cósmica, ultra jurídica, y últimamente vital de la realidad española; vais a decretar sobre soberanía”.
En uno de sus artículos para ABC, luego recogidos en “Haciendo de República”, Julio Camba comentó así la actitud de los diputados: “Para aquellos energúmenos era lo mismo ensamblar las piezas de un puzzle, a fin de formar un cuadro, que coger un cuadro y hacerlo añicos, al objeto de crear un puzzle, y era igual buscar un aumento de poder en la unión con otros países que desmembrar el territorio nacional en regiones más o menos independientes”.
Y como no hay nada nuevo bajo el sol, ya con la Constitución aprobada en las Cortes, Ortega mantuvo un enfrentamiento con el diputado de ERC Luís Companys en el que éste le acusó de anticatalán como suelen hacer también hoy día los nacionalistas con quienes se oponen a sus planes: “La hora más aguda y dramática que aquí hemos vivido, la más peligrosa para la República, se debió a este inmoderado afán vuestro por no querer adaptaros a la política general de la República, sino exigir, sin claros títulos para ello, que la política republicana se adaptase a vosotros”. Y reprochó a los catalanistas su desagradecimiento después de la aprobación del Estatuto catalán por las Cortes.
Ochenta y seis años más tarde, hay que repetir las palabras de Ortega a los políticos que dicen ser republicanos y admiradores de la Segunda República. El Gobierno de Sánchez asegura que no quiere precipitarse al abordar la reforma de la Constitución, cuyo debate, consideran, “llevará muchos meses”. “Será a largo plazo”, añaden. Lo suficiente para trabajar la opinión de la población para conseguir que acepte el cambio. Es decir, para aplicarnos el Trágala. Así que recordando los tres puntos básicos de la canción, debemos manifestarnos para defender la unidad al amparo de la Constitución, de ahí que todos los buenos, “desde los niños/ hasta los viejos”, como dice la canción, se enteren los políticos que no somos
“el perro al que se le pueda imponer el famoso Trágala”.
[1] La frase «pasar por (o bajo) las horcas caudinas» se utiliza cuando alguien tiene que soportar una gran afrenta o humillación, teniendo que hacer a la fuerza algo que no deseaba. La frase está relacionada con los duros y frecuentes enfrentamientos que se produjeron entre los romanos y los samnitas, En el año 321 a. de C., un ejército romano intentó pasar los Apeninos por un estrecho desfiladero cercano a la ciudad de Caudio, llamado Horcas Caudinas. Los samnitas cortaron la salida con rocas y árboles cortados y rodearon a los romanos, que tuvieron que rendirse y aceptar las humillantes condiciones: los soldados fueron desarmados y despojados de sus vestimentas y, únicamente vestidos con una túnica, fueron obligados a pasar de uno en uno por debajo de una lanza horizontal dispuesta sobre otras dos clavadas en el suelo, que obligaban a los romanos a inclinarse para cruzarlas.
[2] La capitulación ha sido llamada por el historiador español Juan Carlos Losada como «la traición de Ayacucho» y en su obra Batallas decisivas de la Historia de España (Ed. Aguilar, 2004), afirma que el resultado de la batalla estaba pactado de antemano. El historiador señala a Juan Antonio Monet como el encargado del acuerdo: “los protagonistas guardaron siempre un escrupuloso pacto de silencio y, por tanto, solo podemos especular, aunque con poco riesgo de equivocarnos” (Pág. 254). Una capitulación sin batalla se habría juzgado indudablemente como traición. Los jefes españoles, de ideas liberales, y acusados de pertenecer a la masonería al igual que otros líderes militares independentistas, no siempre compartían las ideas del rey español Fernando VII, un monarca firme sostenedor del absolutismo. Por el contrario el comandante español Andrés García Camba refiere en sus memorias como, los oficiales españoles apodados más tarde «ayacuchos«, fueron acusados a su llegada a España: «señores, con aquello se perdió masónicamente» se les dijo acusatoriamente,
La victoria del 9 de diciembre de 1824, fue festejada con gran estruendo por toda América que celebró con inusitada euforia el acontecimiento, al suponer que el fin del colonialismo y la realización de los principios de igualdad incrementarían el bienestar común. Las potencias europeas, envidiosas de España y colaboradoras abiertas a esta hazaña, se regocijaron al ver, finalmente, el ocaso de aquel imperio donde el sol jamás se ocultaba.
[3] Luis Jiménez de Asúa (Madrid,1889-1970 en Buenos Aires). fue un jurista y político español que se desempeñó como Catedrático de derecho Penal de la Universidad Central de Madrid. Tuvo una intensa actividad política y actuó como vicepresidente del Congreso de los Diputados. En 1927 se inició en la Masonería durante ese año con el nombre simbólico de Carrara. Perteneció a las logias Dantón nº 7 y Primero de Mayo nº 19, de Madrid, donde alcanzó el grado 3º. En 1931 pronunció el discurso inaugural del curso universitario 1931-1932, en la Universidad Central de Madrid, en octubre de aquel año, sobre “La teoría jurídica del delito” y nombrado presidente de la segunda Comisión Constitucional formada, que fue la encargada de elaborar un nuevo proyecto de Constitución. Con un brillante discurso, que hizo las veces de Preámbulo, el 27 de agosto presentó la Constitución Española de 1931. La comisión elaboró el proyecto de Constitución en sólo 20 días, Fue representante de ese país ante la Sociedad de Naciones. Al finalizar la guerra se exilió en Argentina
[4] Los jabalíes fueron un grupo de diputados de extrema izquierda que se destacaron por su política antigubernamental durante las Cortes Constituyentes de la Segunda República Española (1931-1933). Recibieron este nombre tras un discurso pronunciado por José Ortega y Gasset el 30 de julio de 1931 en el que afirmó que «es de plena evidencia que hay, sobre todo, tres cosas que no podemos venir a hacer aquí: ni el payaso, ni el tenor, ni el jabalí». Wenceslao Fernández Flórez dijo de ellos que estaban dotados de «un vozarrón formidable, pero su absoluta falta de preparación no les permite utilizarlo en decir cualquier cosa importante o luminosa; hacen eso tan fácil que es interrumpir»