Me he visto tentado a comenzar el folio con un par de irreverentes frases de Mario Benedetti, según el cual «en las exequias y otros lutos, los muertos se mueren otra vez pero de risa, sólo porque comparan los huesos con los huesos, y con humor proclaman que son todos iguales. Es el socialismo de los esqueletos», decía. Pero ténganse por no puestas, porque la cuestión de que se tratará no es para jolgorios.
Asesinato o suicidio
Mis consideraciones valgan tanto para socialistas como para podemitas neocomunistas y sus seguidores a la violeta, porque —bien lo matizó Ayn Rand— «no hay diferencia entre comunismo y socialismo, excepto en la manera de conseguir el mismo objetivo final: el comunismo propone esclavizar al hombre mediante la fuerza, el socialismo mediante el voto. Es la misma diferencia que hay entre asesinato y suicidio». Trotsky vomitó a los socialistas, a quienes abrió la puerta de salida tras calificarlos de oportunistas y decir de ellos que «la historia [los] arrojará al cesto de la basura», como así viene ocurriendo desde hace unos años acá en Europa.
Y si alguien pensó que el comunismo cayó con el muro de Berlín y el Telón de Acero está bien equivocado, «porque el comunismo no ha desaparecido y porque está logrando borrar su memoria, que debería de ser la de sus víctimas»[i]. Así, en números redondos y como poco, cien millones de muertos, cien.
La memoria de los muertos
El caso es que cuando se habla de muertos se citan cifras, frías estadísticas, pero cuando a los muertos se les pone nombre y apellidos la cosa cambia y produce escalofrío, porque tras de cada cual hubo una persona, una vida, una familia, una posibilidad truncada de hacer el bien… Es por eso por lo que en todos los monumentos guerreros de los frentes de Europa se enumeran desde siempre los nombres de quienes dieron su vida con honor frente al enemigo, sea en Alemania, Bélgica, Francia, Eslovenia, Eslovaquia, Hungría, Rumanía o la República checa, donde los he visto con mis propios ojos y todo el mundo respeta.
Los miles de monumentos erigidos en Francia y Portugal a los muertos en la Gran Guerra (1914-1918); el recientemente inaugurado (11 de noviembre) “Anneau de la Mémoire” a los soldados muertos en combate durante aquella guerra en la zona de Flandes y l’Artois; el «Monumento aos Pracinhas», memorial de los soldados brasileños muertos en los frentes de Italia (1939-1945); otros hay en Cannes, en Londres, en Praga al Ejército Rojo, en Insbruck al ejército bávaro, hasta en el Tíbet, por no extenderme más. Todos en lugares preeminentes. Aquí no, aquí hay que arrancar lápidas, eliminar monumentos y destruir templos votivos —como el de Pamplona— porque atentan a una Memoria Histórica que no es sino una elucubración legal que trata de invertir el sentido de la historia al tiempo que la carga de la prueba.
Muertos o asesinados
Una de las salas más impactantes del descomunal “Monumento memorial a los judíos asesinados en Europa”, en Berlín, es la que muestra sus paredes cubiertas con los nombres y años de nacimiento y muerte de las víctimas del holocausto. Pero ha habido otro holocausto en Europa que carece de monumento, el de los católicos de España, por el mero hecho de serlo, a manos de toda suerte de asesinos frentepopulistas. Fue una política sistemática de terror y exterminio, como alardeó Andrés Nin en un mitin del POUM[ii], de la que bajo ningún concepto se quiere hacer memoria.
Franciszek Ksawery Pruszyński, periodista y luego diplomático comunista polaco, que en 1936 fue enviado como corresponsal a la Guerra Civil Española y se convirtió en un defensor del bando republicano, dejó justamente escrito: «Las principales víctimas de la Revolución francesa fueron los aristócratas y cortesanos; las de la Revolución rusa, los terratenientes y las de la revolución española, los curas»[iii], pero no solo ellos, sino también millares de laicos[iv].
Se me disculpará que tenga que escribir con trazo grueso, porque fuerte han escrito y hablado quienes tienen más y bastante menos ciencia que yo, que ni hice la guerra ni la padecí, si acaso los últimos coletazos de la que se calificó como «carestía de la vida». Me lucré de la paz, como lo hicimos todos, y merced al trabajo de nuestros padres pudimos situarnos con justicia en este mundo de nuestras alegrías y pesares. Sólo de ellos me siento deudor y de la historia por todos ellos acuñada[v].
[i] JIMÉNEZ LOSANTOS, Federico, Memoria del comunismo. De Lenin a Podemos. La Esfera de los Libros, Madrid, 2018, edición digital, p. 413.
[ii] NIN, Andrés, reseña de La Vanguardia, 2/08/36: «La clase obrera ha resuelto el problema de la Iglesia, sencillamente no ha dejado en pie ni una siquiera [iglesias] (…) hemos suprimido sus sacerdotes, las iglesias y el culto».
[iii] W czerwonej Hiszpanii (1939).
[iv] Cfr. MONTERO MORENO, Antonio, Historia de la persecución religiosa en España, 1936-1939, ed. 1961 y redes. en 1998 y 2004; MATA, Santiago, Holocausto católico. Los mártires de la guerra civil. La Esfera de los Libros, Madrid, 2013.
[v] No menos me beneficié, y en qué medida, de los llamados «30 años gloriosos», que discurrieron en Europa entre 1945 y 1975, sólo interrumpidos por el fenómeno de Mayo del 68. Durante ellos pude formarme allende fronteras, en lo que ingenuamente entonces llamábamos “Europa”.