La Ley de Memoria Histórica de Zapatero ha ido muchísimo más lejos de cualquier propósito legítimo, como hubiera sido facilitar la búsqueda de los cadáveres de las víctimas de la guerra.
En un primer momento ya provocó una innecesaria quiebra de la reconciliación entre todos los españoles tan trabajosamente conseguida, hurgando en heridas del pasado ya superadas para la inmensa mayoría, gracias, entre otros factores, a la implacable sucesión generacional.
Después, en una segunda etapa marcada por la inaudita pasividad del Gobierno del Partido Popular, la Ley de Memoria Histórica se ha erigido en un voraz instrumento de odio e injusticia hacia todo lo que tenga que ver con el bando nacional, vencedor en la contienda 1936-1939, y el periodo de paz y desarrollo que la sucedió. Pese a todos sus errores e imperfecciones, sin esos cuarenta años de unidad, trabajo y superación, la España de la que hoy disfrutamos y nos sentimos orgullosos hubiera sido, simplemente, inimaginable.
La nueva “vuelta de rosca” de la proposición de nueva ley presentada por el PSOE va aún más lejos, cercenando gravemente libertades básicas de pensamiento y expresión.
Ya no puede guardarse por más tiempo silencio sobre este atropello a la verdad histórica, la cohesión entre los españoles y, si no lo evitamos, a nuestra libertad más básica para formarnos y expresar juicios sobre la realidad.
No es aceptable por más tiempo mantener esta mentira maniquea que manipula la historia de forma tan grosera e injusta para quienes se alzaron para acabar con un régimen de anarquía, incapaz de garantizar la más básica convivencia entre los españoles y que había falseado la voluntad ciudadana en las elecciones de febrero de 1936.
Una mentira histórica maniquea que tergiversa los ideales que movieron a quienes generosamente entregaron su sangre en el bando nacional, en su mayor parte sin otro ideal que defender su libertad para practicar una fe religiosa a la que se negaban a renunciar. O rescatar a España de la amenaza real que representaba la tiranía comunista impulsada por la entonces poderosa Unión Soviética.
Muchos sentimos que ese heroísmo y el martirio de tantos, no puede seguir siendo vilipendiado así, despertando sentimientos de odio y revancha. Y si algo debe ser históricamente aclarado, la responsabilidad primera para hacerlo es de los historiadores serios, no de una élite política movida por un sectarismo ideológico que ahora pretenden imponer a golpe de Código Penal.
Ojalá la guerra se hubiera evitado. Ojalá no se hubieran cometido errores y excesos. En ninguno de los dos bandos. Ojalá no se hubiera cometido ninguna injusticia.
Pero es ese mismo sentido de la justicia el que ahora nos impele a decir ¡basta ya! de manipulación de la verdad histórica y de avivamiento del odio y la revancha.
Los españoles nos debemos a la convivencia, la reconciliación y el respeto a la verdad. Nunca a través del odio y el revanchismo fue posible construir el futuro de paz y oportunidades que los españoles de buena voluntad anhelan.