La terminología no tan antigua, pues aún la escuché a mis mayores, decir “la España”, me ha permitido el doble titular de este artículo que únicamente pretende dejar constancia de la antigüedad de la expresión, “las Españas” y de cómo ésta mantuvo vigente hasta que estuvo en vigor la constitución de 1845, esto es, hasta que se aprobó la constitución de 1869. Aunque parezca mentira, en virtud de la constitución de 1845, a la dicha Isabel II, se intituló reina de las Españas hasta que en 1868 “la Gloriosa” la envío a Paris.
Dicho lo anterior son los romanos los que dan el nombre de Hispania a toda la península ibérica y aunque inicialmente la dividen administrativamente en Hispania Citerior e Hispania Ulterior, esto no debe de entenderse como que asumieran la existencia de dos Hispanias, pues muy pronto dividirán a Hispania en tres provincias: La Tarraconense, la Cartaginense y la Bética. Posteriormente la dividirán en cinco: La Tarraconense, la Cartaginense, la Bética, la Lusitania y la Gallaetia, de tal manera que la diócesis de la Tigintana (con capital en Tingis -hoy Tánger) era dependiente de la Bética.
Es en el “Cronicón Cesaraugustano” (497) que podemos leer COTHI INTRA HISPANIAS SEDES ACCEPTARUNT, esto es: “Los godos recibieron moradas en (dentro) de las Españas”. Esta primera acepción del plural resulta chocante, al menos, pues no parece tener un sentido político. Lo más probable haya que buscarla en la realidad de las dos sociedades, la hispanorromana y la visigoda en las que se dividía el Reino de los Godos. Estas sociedades ni se juntaban ni tenían visos de hacerlo, vivían juntas pero no revueltas. Cada una de ellas se regía por lo que se llamaba en “derecho de la raza” mediante las convenientes “professiones iuris”; los hispanorromanos, católicos, por el ius romano, los visigodos, arrianos, por el ius germánico. El III Concilio de Toledo en el 589 supone con la conversión de Recadero el germen de una nueva sociedad junto con las distintas recopilaciones del Código de Eurico, etc. ( que sería el germen del Fuero y Juzgo a través de un largo proceso, si bien inicialmente era aplicable únicamente a visigodos). La realidad es que el proyecto político fracasó en la batalla del Guadalete (segunda quincena de julio de 711) cuando poco o nada se había logrado y, durante la Reconquista, Castilla puso en solfa el Fuero y Juzgo alegando la superioridad del “derecho de la tierra” (consuetudinario y de trasfondo germánico que se verá reflejado en muchos Fueros municipales) y que León estaba muy lejos, en el momento que los Jueces de Castilla queman el Fuero y Juzgo en el Arenal de Burgos. Cuando san Isidoro escribe en el 624 sus LAUDES SPANIA lo dice en un sentido unitario pues así deben entenderse sus palabras: “Tu eres, oh España, sagrada y madre siempre feliz de príncipes y de pueblos, la más hermosa de todas las tierras que se extienden desde el Occidente hasta la India”. Ese fracaso político no impidió que la “Pérdida de España” y la reconstrucción del Reino de los Godos sirvieran como ideal para la Reconquista de España.
En junio de 1091, ya Toledo había sido reconquistada (1085), el Papa Urbano II escribe la Bula “Inter primas hispaniarun urbes” (entre las primeras de las ciudades de las Españas), que hace referencia a la primacía ya suscitada entre los prelados de Toledo, Braga y Tarragona para dilucidar quién ostentaba el título de “Primado de las Españas”, en la época la cosa no era baladí. A partir de aquí se iniciará un proceso, que con sentido político durará hasta las fechas susodichas de 1868. El mismo Alfonso VI se intitula IMPERATOR CONSTITUTUS SUPER OMNES HISPANIE(AE) NATIONES. IMPERATOR TOTIUS HISPANIAE (constituido emperador de todas las naciones de las Españas. Emperador de todas las Españas). Urraca, hija y heredera de Alfonso VI, intitula a su esposo Alfonso I “el Batallador” -Rey ejerciente de Castilla y León- como sigue: ALFONSUS GRATIA DEI IMPERATOR DE LEONE ET REX TOTIUS HISPANIAE MARITUS MEUS (Alfonso, por la gracia de Dios emperador de León y Rey de todas las Españas, mi marido). La misma Curia romana intitulará a Alfonso VII, nieto de Alfonso VI, como HISPANIARUM REX.
Vemos, pues, que se ha iniciado con los nietos y sucesores de Sancho el Mayor, Rey de Navarra y el primero que pudo llamarse con todo derecho “de las Españas”, un tradición de utilizar el plural de las Españas. También se ven unas pretensiones de ser llamado emperador, que sólo Alfonso VII pudo ejercer sin menoscabo de los otros Reyes de la península.
En 1134 se da al titular del Reino de Castilla, Sancho III “el Deseado” el título de IMPERATOR HISPANIARUM (emperador de las Españas) al dominar éste el antiguo reino de Nájera, y así reafirma este plural la Crónica General de Alfonso X “el Sabio” cuando menciona a Leovigildo como “Rey de las Españas”. La cosa tiene su miga cuando en los tiempos del Rey Sabio éste tiene pretensiones al Sacro Imperio, derivadas de su Madre Beatriz de Suabia. Jaime I “el Conquistador” reacciona con rapidez ante ello y hacia 1257 escribe a su yerno para asegurarle que no le reconocería bajo ningún concepto el título de “ imperatur Hispaniarum”.
Fernando del Pulgar en su Crónica de los Reyes Católicos dice de ellos que eran: “amos conjuntos, en matrimonio reynaron en todos esto reynos e señoríos, que es toda la mayor parte de las Españas”. En la expedición de la conquista definitiva de las Canarias aparecen indistintamente los nombres de España o las Españas.
En el capítulo CXXVI de la Crónica de la guerra de Granada se dice que “en 1492 el Rey e la Reyna…siempre tovieron en el ánimo, pensamiento grande conquistar el reyno de Granada, e lanzar DE TODAS LAS ESPAÑAS el señorío de los moros y el nombre de Mahoma”. En la misma Crónica responden al Papa en 1489, cuando éste fue interpelado por el Gran Soldán, que: “era notorio por todo el mundo que LAS ESPAÑAS en los tiempos antiguos fueron poseídas por los reyes sus progenitores”.
Una curiosidad poco conocida es La Historia de Italia escrita por Felipe IV y prologada por Guicciardini; en ella el Rey se refiere a sí mismo como “un Rey de las Españas y de tantos Imperios” y continúa diciendo que “aprendí la lengua de España, la mía, la aragonesa, la catalana y la portuguesa” para que los habitantes de la corona pudieran hablarle en sus lenguas.
Sí, durante casi ochocientos años se ha hablado de las Españas y entendidas por tales, pues además de lo visto, en todas las cecas de la Monarquía Hispánica, hasta en tiempos de Carlos IV se gravaba en las monedas y puede leerse el “Indiarum et Hispaniarum Rex”.