Por Artículo publicado en Reino de Valencia nº 111
Es evidente que estamos en una República coronada y que tarde o temprano esa corona, ya ladeada, acabará cayendo. Formalmente la monarquía constitucional es la heredera legal del Régimen surgido de la derrota por las armas de una II República. Una República que a su vez fue instaurada ilegalmente gracias a la connivencia de monárquicos como Alcalá Zamora que descubrieron de la noche a la mañana que se podía ser presidente de la República sin que aparentemente pasara nada. Igualmente, muchos franquistas, un 20 de noviembre de 1975, descubrieron que eran demócratas.
Pero eso es lo de menos. Lo peor es que la monarquía constitucional reconocía arte del legado de la República como la Generalitat de Cataluña, o las “nacionalidades históricas” que no eran otras que las que durante la II República habían conseguido su Estatuto de Autonomía: Cataluña, Vascongadas y Galicia. No es de extrañar que, el actual régimen haya querido transmutarse en heredero de la República que no del franquismo. Los borbones liberales si en algo han sido astutos es en adaptarse al cómo soplan los vientos de la historia. De la II República hemos heredado leyes cómo el divorcio y el aborto. Este último fue legalizado en Cataluña, bajo la responsabilidad de Tarradellas, el 25 de diciembre de 1936, festividad de la Natividad de Nuestro Señor, para más inri.
Fue el mismo Tarradellas que llegó del exilio para pronunciar su “Ja sóc aquí” y el que ahora los Constitucionalistas tienen como un héroe. Quizá porque su figura permite unir la Monarquía Constitucional con la República, y en compensación Tarradellas aceptó un Marquesado. Se daba entender que era lo mismo ser republicano que monárquico en este nuevo Régimen. La República, igual que el actual régimen, estaba diseñado para destruir a la mujer. En aquella época prohibiéndoles el voto los partidos de izquierda y sólo a regañadientes, en los comicios de 1933, las dejaron votar. Hoy a las mujeres se las destruye no negándoles derechos, sino concediendo todos los libertinajes. Destruir a la mujer es destruir a la religión y ese era el objetivo de la República.
Por eso, sorprendentemente, como la Constitución republicana aceptaba el sufragio universal, los nuevos mandatarios nunca se atrevieron a hacer un referéndum. Si hubieran votado las mujeres en dicho referéndum, cumpliendo sus principios igualitarios, nunca hubiera salido escogida. No en vano la socialista Margarita Nelken no dudó en mostrar su rechazo al voto femenino con estas palabras: “Poner un voto en manos de la mujer es hoy, en España, realizar uno de los mayores anhelos del elemento reaccionario”. En síntesis, la República inauguraba una forma de política que hoy hemos adoptado sin remedo: el voluntarismo como única medida de la política. Todo lo que deseemos se puede legislar, encorsetar o liberar, aunque vaya contra la naturaleza de sociedad.
Por eso, para que cayera la monarquía de Alfonso XIII, la izquierda (profundamente antinacionalista) no dudó en aliarse con los nacionalistas en el famoso pacto de San Sebastián. Al igual que hoy vemos cómo nacionalistas e izquierda siguen sometidos bajo ese pacto de sangre motivados por dos causas: 1) la repugnancia a cualquier institución que pueda frenar su voluntarismo. Y, aunque más que liberal, a la pseudomonarquía actual aún le quedan unos restos de poder simbólico de que nos educan en que hay cosas por encima de nosotros. Pero no nos preocupemos, una consorte republicana ya se está encargando de dinamitar los últimos fundamentos; y 2) Ni la izquierda ni los nacionalismos quieren aceptar que perdieron la Guerra Civil. Y no hay peor voluntarismo que el querer ganar a golpe de leyes de memoria -y manipulación- histórica, lo que aconteció en la realidad histórica.
La España actual, su desvertebración moral, mucho más fundamental que la invertebración denunciada por Ortega, es una España que implosiona a causa de sus contradicciones internas y su voluntarismo autodestructivo. ¡Qué lejos quedan aquellas Españas, aquellos Virreinatos que constituyeron una de las obras de Civilización más portentosa de la historia! Aquella era la monarquía de la que se siente heredera el carlismo y que en su humildad -única medicina para tanto mal- lo recuerda cada año en actos como el Pregón de la Cruz en Llíria. Los que pongan su esperanza en la otra dinastía, aunque parezca tener todos los resortes del poder, la verán caer. Pues ella sólo se sustenta en la opinión de un pueblo que ya ha dejado de serlo, para convertirse en masa pasional y autodestructiva. Nuestro consuelo … ser fieles a lo que nos enseñaron nuestros mayores. En ello nunca nos equivocaremos.
Mientras escribimos estas líneas, se precipita una moción de censura, y ha sido elegido presidente del Gobierno Pedro Sánchez, que, con los votos independentistas, se empeña en reeditar el pacto San Sebastián. Pedro Sánchez no es de los que se quema jugando con fuego, él mismo se encargará de realizar política de tierra quemada sobre los restos de España, dar oxígeno a los nacionalistas y lanzarnos a un precipicio sin fondo. Pero no nos engañemos, Pedro Sánchez es simplemente el alelado inútil. Es el instrumento para dar la puntilla al cuerpo social que durante decenios la partitocracia ha dejado sin defensas. Pero como decíamos, aún nos queda el referente de la Tradición hispánica: la única salvación política de España.