Por Ramon Maria RODON GUINJOAN * | Publicado en Reino de Valencia nº 112-113
Barcelona a 15 de Abril 2013.
A S.A.R. Don Carlos Javier de Borbón – Parma y de Orange – Nassau.
Duque de Madrid.
Señor:
Era mi deseo poder tener una audiencia con V.A. durante los días en que permaneceréis en Cataluña, pero quienes controlan vuestra agenda y manejan vuestras actividades se han ocupado de impedirlo.
He cumplido ya 72 años de edad y desde los 15 he militado en la Comunión Tradicionalista, 57 años en los que no sólo he mantenido una constante fidelidad al Ideario y a la Dinastía sino que asumí responsabilidades desde destacados puestos que nunca deseé pero que debí aceptar, por imperativos de honor y de conciencia. Serví a vuestro abuelo, el Rey Don Javier, a vuestro padre Don Carlos Hugo, asistí a vuestro bautizo en Lignières y, en su momento, serví también a vuestro tío Don Sixto. Lo que nunca he sido es socialista autogestionario, ni tampoco amigo de totalitarismos, fueren rojos, azules, negros o grises.
El Carlismo, Señor, tiene un alma (la ideología tradicionalista) y un cuerpo (la Comunión, con el Rey a la cabeza), ambas realidades conforman una unión hipostática en forma tal que si se las separa los fragmentos resultantes poco tendrán que ver con el Carlismo, serán algo completamente distinto: una filosofía de la vida y de la historia, una escuela de pensamiento exenta de verdadera eficiencia política o una mera pretensión dinástica falta de razón y fundamento.
La Historia del Carlismo no guarda relación alguna con la historia – ficción que han dado a conocer, a lo largo de los últimos cuatro decenios, entre otros, Josep Carles Clemente o vuestra tía Dª María Teresa de Borbón – Parma. V.A. debe beber en las fuentes donde manan las aguas puras de la historia y la doctrina de nuestra Causa: Román Oyarzun, Melchor Ferrer, Federico Suárez Verdeguer, Francisco Elías de Tejada, Rafael Gambra o Raimundo de Miguel, para citar sólo a los más destacados entre los de la segunda mitad del siglo XX.
El auténtico Carlismo surge del Credo Tradicionalista que siempre se ha identificado con el cuatrilema de Dios, Patria, Fueros y Rey, un Credo que, en los días de la Transición, alguien definió, desde El Pensamiento Navarro, como una forma natural y cristiana de concebir y organizar el gobierno de los Pueblos. Una ideología, ciertamente, abierta y evolutiva pero enmarcada en unos parámetros que no resulta lícito traspasar.
Quienes vienen afirmando que esto es integrismo y que los “integristas pretenden secuestrar nuevamente a la Dinastía” desconocen, obviamente, lo que es el Carlismo y lo que es el Integrismo, y con su ignorancia (real o simulada) están evitando nuestra incidencia en un mundo con una sociedad en franca descomposición, con la ciudadanía divorciada de la clase política y en el que nosotros tenemos tanto que aportar, para enderezar el presente, encauzar el futuro y salvaguardar los cimientos de nuestra Civilización Cristiana.
Cuando la gravísima crisis económica que padecemos no es más que una consecuencia de la persistente quiebra de valores morales que la precedió, en unos momentos en que el ciclo revolucionario (desde la Revolución Francesa hasta el Anarquismo, pasando por los Totalitarismos de toda laya y condición, que hallan en Hegel y el “idealismo alemán” su tronco común) ha agotado sus posibilidades ideológicas cerrándose sobre sí mismo; cuando se abre ante nosotros un campo fértil e inmenso donde sembrar nuestra regeneradora doctrina, la única susceptible, además, de recoger la sana reacción social que no ha de tardar en producirse, resulta que es el verdadero Carlismo el que se halla secuestrado (y aquí sí que resulta atinente la expresión) por una facción, de mentalidad subversiva y apariencias cortesanas; esto es la antítesis de lo que siempre constituyó el desinteresado sacrificio de los dirigentes históricos del Carlismo, desde un Barrio y Mier, un Feliu, un Marqués de Cerralbo o un Hernando de Larramendi hasta un Miquel Junyent, un Marqués de Villores, un Tomàs Caylà o un Manuel Fal Conde.
Los Carlistas, Señor, somos leales pero no serviles. El desánimo o la dejación no harán nunca mella entre nosotros, ni el temor a la hora de asumir las consecuencias de nuestros legítimos posicionamientos; pero si el cansancio de pasar décadas enteras persiguiendo a nuestros Príncipes para que se decidan a asumir los deberes inherentes a la Legitimidad proscrita, en palabras del Rey Don Alfonso Carlos “la pesada carga de la Corona en el exilio”. Porque, dentro de la auténtica interpretación del Pacto Histórico, es la Dinastía la que está al servicio de la Comunión la cual, cuando así ha sido pero no en otro caso, siempre ha correspondido a la Dinastía con una lealtad acrisolada que nunca ha ahorrado los mayores sacrificios.
Comprendo que V.A. se halla en medio de fuertes y encontradas presiones pero, con la claridad reverente y afectuosa que siempre hemos usado los carlistas al dirigirnos a nuestros Monarcas y a nuestros Príncipes, me creo en el deber de manifestaros que V.A. debe efectuar una elección: o el servicio a la Comunión Tradicionalista – Carlista, sin ambigüedades ni equívocos o el dejaros instrumentalizar por quienes, movidos por el orgullo o la ambición, aspiran a teneros bien sujeto, aunque sea al precio de perjudicar los gloriosos destinos a que se halla llamada nuestra Causa. Si logran su propósito que Dios les perdone porque las futuras generaciones no lo harán jamás.
Señor, a los P. de V.A.R.
Ramon Mª Rodon Guinjoan.
Ex miembro del Consejo de D. Javier de Borbón Parma y de Braganza.
Ex Consejero Nacional de la Comunión Tradicionalista – Carlista.
P/S. La gravedad de las circunstancias por las que atraviesa el Carlismo me obliga, pasado un tiempo prudente, el necesario para tener certeza moral de que V.A. ha sido el primero en leerla, a dar publicidad a esta. Creo que su contenido así lo exige.
[*] Jurista, Doctor en Historia.
- de la R.
Este documento ve la luz más de cinco años después de su fecha y meses más tarde del fallecimiento de su autor que fue colaborador distinguido de REINO DE VALENCIA, por deferencia de su viuda, doña María del Carmen Ferrer. Su asunto, desafortunadamente para su destinatario y para lo que queda del Carlismo, no ha perdido vigencia. Al menos, el tono de los textos que de vez en cuando aparecen con la firma de éste y distribuidos por su entorno habitual, no se apartan un ápice de la corrección política que el sistema requiere. No en balde una de las asociaciones que sostienen sus pretensiones dinásticas sin alternativas políticas significativas tiene como finalidad expresa dar cobertura legal a la Real Orden de la Legitimidad Proscrita, que teóricamente continúa la misión que le confió su fundador, Don Jaime III, rey carlista, en 1928. Que la misma legalidad que proscribe y persigue a la legitimidad y al legitimismo sea la invocada por esta prolongación en el tiempo de los restos del Partido que abjuró del tradicionalismo político para cambiarlo por el socialismo autogestionario, pone en evidencia el nivel de coherencia de este carlismo desustanciado. De hecho el título de Duque de Madrid que usaba Carlos VII y que ostentó Don Carlos Hugo en tiempos menos azarosos ya ha corrido la misma suerte que los elementos diferenciadores de la simbología heráldica del que se presenta no solo como titular del Ducado de Parma sino como Abanderado del Carlismo.