En este momento que escribo se cumple un nuevo aniversario de la Batalla de Lepanto, tal día como hoy, el 7 de octubre de 1571 tuvo lugar una batalla naval en el golfo de Lepanto, entre el Peloponeso y Epiro, en ella se enfrentaron los turcos otomanos a una coalición cristiana, llamada la Liga Santa, integrada principalmente por los Estados Vaticanos, la República de Venecia y encabezada por la monarquía española de Felipe II.
La coalición católica, dirigida por Juan de Austria (hermano bastardo del Felipe II) resultó vencedora. La Civilización Occidental Judeocristiana acabó de ese modo con la expansión otomana y frenó el cada vez mayor dominio del Mediterráneo por parte de los turcos, además provocó que los corsarios y piratas aliados de los otomanos abandonaran sus ataques y continuos saqueos en la parte occidental del Mediterráneo.
En la batalla de Lepanto participó Miguel de Cervantes, que fue herido y perdió la movilidad de su mano izquierda, lo que le valió el sobrenombre de «manco de Lepanto». Miguel de Cervantes, muy orgulloso de haber combatido en ella, la calificó como «la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros»
Sin embargo, en España los problemas con los musulmanes no acabarían hasta el reinado de Felipe III que decidió expulsar definitivamente a los musulmanes, tras revueltas y más revueltas, de las cuales las más importantes fueron la de las Alpujarras en 1501, la de Valencia en 1525 y la de Granada en 1568, ayudados y armados por los turcos y por los musulmanes del norte de África; durante el reinado de Felipe II el islam fue una amenaza para la corona española, tanto dentro como fuera de nuestras fronteras.
La expulsión definitiva de los moriscos –musulmanes- de la Monarquía Hispánica fue ordenada por el rey Felipe III y fue llevada a cabo de forma escalonada entre 1609 y 1613. Los primeros moriscos expulsados fueron los del Reino de Valencia (el decreto se hizo público el 22 de septiembre de 1609), a los que siguieron los de Andalucía (10 de enero de 1610), Extremadura y las dos Castillas (10 de julio de 1610), en la Corona de Castilla, y los de la Corona de Aragón (29 de mayo de 1610). Los últimos expulsados fueron los del Reino de Murcia, primero los de origen granadino (8 de octubre de 1610), y más tarde los del valle de Ricote y el resto de moriscos antiguos (octubre de 1613).
La conquista de Granada por los Reyes Católicos implicó una emigración importante de “nazaríes” (musulmanes granadinos) al norte de África, e influyó enormemente sobre la sociedad “magrebí” (Magreb es el vocablo que en lengua árabe significa “occidente”, «lugar por donde se pone el sol»)
Fueron muchos los españoles de la época que, se mostraron reticentes a la expulsión, principalmente por temor a las consecuencias negativas que se derivarían para la economía –que acabaron siendo realmente graves-, también el temor a que los moriscos expulsados, conocedores del territorio peninsular acabaran ayudando a los enemigos de España.
Los más de 300.000 musulmanes condenados finalmente al exilio, o mejor dicho al destierro, se fueron situando principalmente en Marruecos, Argelia, Túnez, Libia y el Imperio Otomano; aunque muchos de ellos llegaron a instalarse en lugares lejanos como Siria y la Península Arábiga, y en oriente medio en general, lugares en los que acabarán teniendo una gran influencia, tanto en la política interior como al exterior, especialmente en los países magrebíes, no tanto en los orientales. Hasta la India y países subsaharianos llegaron algunos moriscos según se ha documentado.
A aquellos musulmanes, a los moriscos de entonces no les cabía ninguna duda acerca de quiénes eran los legítimos habitantes de la Península Ibérica (lo que ellos denominaban Al-Andalus –el país de los vándalos-, y siguen denominando sus descendientes) y quiénes eran los “intrusos”, tal como ahora piensan los numerosos musulmanes que aspiran a recuperar e islamizar España, los expulsados siguieron albergando la idea de regresar y reconquistar lo que consideraban su hogar. Durante mucho tiempo siguieron instalados en la idea de retornar, reconquistar la Península Ibérica y reinstalar el poder musulmán.
Por supuesto, la expulsión de los musulmanes de la Península Ibérica tuvo un enorme impacto para los mahometanos de entonces, tal como ocurrió entre los cristianos con la toma de Constantinopla por los turcos. Siempre quedaría en la memoria, sería transmitido de generación en generación el agravio, a su entender, y la idea de regresar a la patria perdida, inevitablemente, todo ello aderezado con odio y ánimo de venganza, de revancha.
Tal es así que, durante el siglo XVII, tras la expulsión hubo expediciones de invasión en múltiples ocasiones, todas ellas condenadas al fracaso.
Especialmente importante fueron las iniciativas tomadas desde la “autarquía” de Salé-Rabat, integrada fundamentalmente por moriscos expulsados de Hornachos (Badajoz) que se dedicaron durante largo tiempo a la piratería y al “corso”, actividad promovida por las autoridades, para la defensa de la religión y de la patria, y entendida como actividad bélica con fines defensivos, y no por iniciativa de particulares.
La nostalgia del Al-Andalus, del “paraíso perdido”, sigue estando presente en la memoria de los descendientes de aquellos musulmanes expulsados de España y en casi todos los países islámicos.
Esa nostalgia es la que guía a la invasión silenciosa que estamos padeciendo desde hace décadas, esa invasión anunciada y que muchos desde el buenismo se niegan a ver, invasión en la que subyace el convencimiento de que la sociedad occidental judeocristiana, nuestras forma de vida y costumbres, es una civilización decadente, perversa, el enemigo a batir y destruir…
Es por ello que son muchos los que callan de entre la comunidad musulmana en España, es por ello que incluso algunos aplauden el terror de sus correligionarios, aunque lo hagan todavía sin hacer demasiados aspavientos y algarabía (etimológicamente “la lengua de los árabes”) y con cierto disimulo.
Se cumplen 447 años de la victoria de España, de la Europa Cristiana, frente al Islam, los españoles debemos sentirnos orgullosos de tamaña gesta que, como decía Miguel de Cervantes, “el manco de Lepanto”, fue «la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros».
Sí, hoy es un día para celebrar, para hacer ondear la bandera de España, sin complejos, sin pedir perdón, sin pensar que tenemos un “deuda histórica” con nadie, muy al contrario, son ellos los que la tienen con España, pues fue España la que venció y frenó al Islam y logró que la Civilización Occidental siguiera viva.