Por Magdalena del Amo Fernández * I Publicado en la Revista Reino de Valencia nº 112-113
Lo digo claro. No me gusta el gobierno de Sánchez. Nada. No defiendo ni las paridades ni las cuotas, y este es un marcado gobierno de cuotas. Son mujeres cuota, mujeres usadas para crear un efecto como hizo ZP en su día. No le doy los cien días, ni siquiera diez. Me sorprende la papanatería de tanto comunicador y periodista boquiabierto ante el elenco socialista, ista, ista. No salen de su asombro, y el deslumbre les impide ver el paisaje dibujado a toda prisa, con marionetas para una función no sabemos si única o de sesión continua. Nos hemos hecho tan frívolos que hemos perdido el discernimiento y el sentir del orden de las cosas. Vivimos en una sociedad ramplona que se deja llevar por la emoción del momento que genera la tendencia y el gesto. Todo es imagen hoy, todo escenificación, todo apariencia, todo mentira aderezada con efectos especiales para indoctrinar y manipular a una masa indolente dispuesta siempre a oír la mentira mejor contada. El viento se llevó nuestros valores esenciales; esos que nos dan categoría de buenas personas. Si no los recuperamos estamos perdidos como sociedad.
Sánchez y su mago de cabecera, Iván Redondo, hace tiempo que diseñan la emboscada, el asalto a la Moncloa, el golpe de Estado. Por eso fue todo tan rápido y en cuestión de solo unas horas se lanzaron los paracaidistas. Cuando vi al nuevo presidente, con su traje bien cortado y corbata oscura presentar ante la prensa la lista de ministros no podía dejar de ver la gran jugada de la masonería internacional, representada estos días por el Club Bilderberg, su pantalla más visible. Por cierto, en esta reunión de Turín se encuentra Albert Rivera y Soraya Sáez de Santamaría que, según me cuentan, no estaba invitada y consiguió arrebatarle la invitación a Pablo Casado, que sí lo estaba.
Hay que reconocer que el marketing les funcionó y les está funcionando bien, tan bien como para embobar a tontos y a listos. ¡Cuánta papanatería! Las televisiones están en un orgasmo continuo repartiendo elogios sobre las bondades de los protagonistas del gran teatro de Sánchez. Y la pobre gente, desprotegida en el salón de su casa, traga sin masticar discursos y opiniones sobre las excelencias de los personajes que ahora ocupan los escaños preferenciales. La pobre gente, acostumbrada a analizar el casting de Gran hermano VIP y de Supervivientes, cree que la vida real es un programa de tele, un reality, y así nos luce el pelo. Porque, los nuevos ministros, de ambos sexos, quizá no merezcan tanto parabién si conocemos algunas de sus andanzas y orígenes y, sobre todo, sus ideas. Los integrantes de un Ejecutivo son importantes, no cabe duda, pero lo esencial es la idea que van a defender y tratar de implantar para el bien de la sociedad. Y lo que vemos no es precisamente bueno. Se ha dejado de hablar del gobierno Frankenstein, pero a mí sí me parece que eso es un experimento, una especie de feria de muestras, un programa de campaña electoral para enderezar la intención de voto en las encuestas y convocar elecciones, con muchas, muchísimas promesas e incluso presupuestos propios para la legislatura próxima. Pero, ¡ojo!, eso no quiere decir que no vayan a hacer cosas que nos helarán el corazón, como le dijo la víctima del terrorismo al vasco.
Todos se sorprenden de que no haya incluido a Podemos en el gobierno para poner en práctica sus políticas más radicales, laicistas, vengativas, de revancha antifranquista, de género, de LGTB hasta extremos surrealistas que incluso los propios colectivos rechazan. Pero es que Sánchez es podemita total, radical y además tan falso, que no tiene inconveniente en envolverse en una bandera española o en jurar que es Napoleón si eso beneficia sus intereses. No nos engañemos. El equipo de Sánchez es anticristiano declarado, con odio feroz a la cruz y a lo que representa. Está claro que a Sánchez prefiere la cruz invertida, la escuadra y el mandil.
De algunos ministros conozco muy poco, pero algunos tienen un pasado lo suficientemente claro como para hacer un juicio. A lo mejor se han convertido al bien y nos equivocamos. La fiscal Dolores Delgado, en concreto, sabemos que no solo es de izquierdas sino sectaria, laicista, íntima amiga de Baltasar Garzón, amiga y cómplice del magistrado Prada, que fue quien coló la frase lapidaria contra el PP que no procedía puesto que no se juzgaba al PP sino la financiación irregular de dos ayuntamientos. Amiga también y compañera de caza de Bermejo, aquel ministro de las bajantes. A ella le toca nombrar nuevo fiscal, y como no podía ser de otra manera seguro que designa a un progre de esos del derecho alternativo, que se posiciona siempre del lado del malo, del asesino, del golpista, ¡y a las víctimas, que les den! ¡Es un peligro, como quiera que se mire! La fiscal Dolores también tiene fijación con esa cosa esperpéntica llamada ley de memoria histórica. Tienen el odio incrustado y la sed de venganza no les deja vivir. Curiosamente, el día que se estrenaba Pedro Sánchez una buldócer derribaba la cruz de Vall d’ Uixo, mientras los vecinos lloraban y decían: “Si es Jesucristo; eso no molesta a nadie”. Ahí está el quid. Lo que molesta a toda esta pléyade masónica que se dispersa como la avispa asesina es Jesucristo. Yo propongo que la ley de memoria histórica incluya los crímenes del Frente Popular, anteriores a Franco, y los episodios de las checas de Madrid y Paracuellos.
A todo el mundo se le cae la baba con Nadia Calviño, que, por cierto, estéticamente recuerda mucho a Margaret Thatcher. Como tiene un altísimo puesto en Europa los analistas la han canonizado saltándose la “positio supervirtutibus”. Creo que estamos un poco locos y digo una vez más que vivimos de las apariencias. No dudo de su profesionalidad y logros en sus carreras, pero es que tener un título, dos o tres, o un doctorado, o dos o tres, no garantiza ser buenas personas dignas de estar al frente de un país. Es más fácil tener un doctorado que ser buena persona. Para saber si Calviño, Delgado, Rivero, Borrell o el resto de componentes del gobierno dan la talla como buenas personas, solo tenemos que preguntarles por la ley de “muerte indigna”, que Pedro Sánchez ha prometido implantar, cuya práctica “in vivo” puso el infausto y finado doctor Montes, en cuyas urgencias del Severo Ochoa de Leganés se sedaba a los viejos en el box.
En cuanto a Pedro Duque, yo no sé si sabe dónde se mete. Comprendo que ser ministro es muy tentador, pero eso lo convierte en cómplice. ¿Está de acuerdo el astronauta en que a los niños con algún defecto o imperfección se les sentencie a muerte? ¿Sabe Pedro Duque lo que es el cribado prenatal? Se lo digo: eliminar a los niños imperfectos; como se hacía en el nazismo. Cuando se acepta formar parte de un equipo hay que conocer bien la ideología. Sé que esto suena como fuera de lugar, como si en este momento no tocara, pero si toca. Siempre toca cuando se trata de defender la vida. Pedro Duque también siente aversión hacia la homeopatía y a otras alternativas de sanación, que él no duda en unirse a la corriente y denominar seudociencias. ¡Pues vaya esperanza innovadora! Debería conocer lo que dicen los médicos, que al mismo tiempo han estudiado la mecánica cuántica, sobre nuestros cuerpos energéticos y su relación con el todo. La evolución de la medicina integrativa va por ahí, pero Duque parece que está en la luna.
Se ve que Sánchez tenía ganas de llegar a la Moncloa. Le parecían pocos los ministerios y tuvo que crear tres carteras más y, a mayores, un observatorio sobre la pobreza infantil. Ya sé que no es políticamente correcto decirlo, pero me parece indignante querer hacer ver al mundo que en España hay pobreza infantil. Pero es un gesto que vende, y de eso se trata. Siempre me llama la atención que a la izquierda le preocupen tanto los niños y, en cambio, no tenga inconveniente en eliminarlos antes de nacer, en los tanques de los aborteros e incluso que reivindiquen que el Estado costee esos crímenes nefandos con el dinero de los contribuyentes. Y puestos a crear ministerios, porque “el dinero público no es de nadie”, frase para la posteridad de la que es hoy su vicepresidenta, Carmen Calvo, podían haber creado la cartera de Alta Costura y haber puesto al frente a Naomi Campbell, que tiene más seguidores tuiteros que Màxim Huerta.
Dicen que los experimentos, solo con gaseosa. El de Sánchez está en marcha. De momento, las concesiones a los golpistas ya han empezado. Acaba de desbloquear las cuentas de la Generalidad para que puedan seguir gastando en el “procés”, como siempre y nutrir a la venenosa cadena separatista TV3, a la que acaban de inyectarle veinte millones de euros. Lo malo es que los caprichos y las paranoias de los catalanes las pagamos todos.
[*] Periodista y escritora – Directora en La Regla de Oro Ediciones
- de la R.—A los cien días de la constitución del Gobierno de Pedro Sánchez han tenido que dimitir dos de sus miembros, valencianos a la sazón: Max Huertas, titular de Cultura y Carmen Montón, de Sanidad, por circunstancias personales ajenas y anteriores al desempeño de sus funciones.