Hace un par de años, como todos los días de «Sanfermines», presenciaba el encierro en Televisión y el del sábado día 13 discurría con normalidad hasta que el diablo metió la pata y en el callejón de la Plaza se formó un imponente tapón humano que hizo imposible el que toros y mansos pasaran a la plaza formando un abigarrado conjunto de astados cuyas cabezas aparecían junto a las de los mozos formando una fotografía tragicómica que ponía al espectador el corazón en un puño pues muchas cabezas de mozos estaban literalmente pegadas a las de los astados que «inermes» no podían moverse entre tan tremenda presión humana.
Por fin, quiso Dios que abriendo camino por el callejón del ruedo los toros fueran desfilando para entrar en la plaza no pasando la cosa a mayores. El resultado del insólito montón de mozos fue que muchos aparecieran con síntomas de asfixia y sobre todo pisoteados, que atendidos convenientemente salieron adelante, menos un mozo que fue llevado en brazos de las asistencias sin conocimiento.
El capotico de San Fermín fue una vez más, crucial.
Y sin saber como, e inopinadamente me vinieron a la memoria aquellos «Sanfermines» de 1937, cuando recién liberado Bilbao y las tropas disfrutaban de un descanso en localidades aledañas como Arrigorriaga, Miravalles, Dos Caminos, etc. las canciones y «jotas» se oían por todas partes, cuando una voz -o varias- de repente grita «Viva San Fermín»… y era el 7 de julio de aquel año. Como por arte de magia, los requetés del Montejurra, Lácar y Navarra toman al asalto el tren de Pamplona y cantando el Riau Riau la masa de Boinas Rojas se fue a la capital navarra.
Bien es verdad que hubo intentos de «detención» por parte de la Guardia Civil, pero era imposible detener aquel tremendo tropel que cantaba y gritaba el «Uno de enero, dos de febrero…»
Pasados unos pocos días, regresaban a Bilbao muchos más de los que habían salido, pues fueron innumerables los que arrastraron a sus hermanos que jóvenes el 18 de julio ahora se incorporaban a los Tercios. Este episodio salvó a la Ia Brigada de ir a Brúñete adonde fueron la 4a y la 5a a detener la ofensiva enemiga.
El general Valiño «debió» montar en cólera «de momento», pero luego, calmados los ánimos, todo quedó en una regañina. Eran voluntarios que no habían visto a sus familias desde el 18 de julio de 1936.
¡¡Ay… aquellos días…!!