El antifranquismo y otras vaciedades
Carente de un contenido ideológico, para seguir siéndolo la izquierda se hizo antifranquista. Fue y es éste un antifranquismo de ocasión para llenar un espacio político vacío, que muestra a un PSOE y compañeros insolventes ante las necesidades reales de los españoles (paro, corrupción, crisis económica, “catabrexit”…) e innoblemente dedicado a romper la inmemorial cohesión que existe entre los españoles. Ni había ni hay tras su antifranquismo una formulación ideológica, ni siquiera es una idea, si acaso es una actitud que expresa la pretensión propagandística de tapar los crímenes propios intentando por todos los medios mostrar los ajenos. Porque los comunistas —incluimos bajo esta denominación a los marxistas-leninistas del PCE, el POUM y el ala izquierda del PSOE, junto a los bakuninistas, anarquistas o libertarios de la CNT y la FAI— tienen mucho que ocultar de su historia al conocimiento no solo de los españoles, sino de sus antiguos aliados y de todos los europeos.
Pretendidas legitimidades de origen y ejercicio
En el caso de España, primero, justificarse haciendo legales y “legítimas” las elecciones municipales del 14 de abril de 1931, para argumentar un cambio de régimen de la Monarquía a la República que jamás se planteó. Segundo, silenciar el bienio socialazañista de 1931 a 1933, violador de toda legalidad, y la insurrección de 1934 contra la República “legítima”, sobre el que fundarían su “legitimidad” los integrantes del Frente Popular. Tercero, el desgobierno de éste (los comunistas dichos, más republicanos de izquierda y separatistas catalanes y vascos) y dar por ganadas las “elecciones” de 1936, enorme estafa que recientemente se han encargado de desvelar Manuel Álvarez Tardío y Roberto Villa Granda (1936. Fraude y violencia en las elecciones del Frente Popular, Madrid 2017). Cuarto, silenciar asimismo las persecuciones a tiro limpio entre las propias facciones comunistas, buscando aniquilar a sus rivales. Quinto, mantener que el Alzamiento Nacional de 1936 fue un golpe de Estado, cuando ya entonces en España ni existía Estado ni democracia.
En sexto lugar, echar —nunca mejor dicho— tierra encima de los asesinatos masivos de derechistas, el genocidio de católicos y los expolios cometidos en la retaguardia republicana —el ”terror rojo”—, valiéndose para ello de la mentira proclamada por jóvenes “historiadores” de marcada tendencia marxista, que hasta época reciente han desarrollado una política de «asesinato civil y académico» (J. Losantos) de quienes les llevaron la contraria. Porque es el caso de que se ha podido documentar que por las cunetas y en enormes fosas comunes estuvieron también los nacionales rebuscando los cadáveres de sus allegados. Se ha escrito que «los responsables de los crímenes de la Guerra civil, fueran de derechas o de izquierdas, fueron las izquierdas al destruir la legalidad republicana».
Por último, pretender histéricamente hacer de «esa gran cruzada anti-Komintern» (Julián Besteiro) un golpe “fascista”, cuando los tenidos por tales, la Falange, no sacó en Madrid más de 5.000 votos en las elecciones de 1936.
«Tendremos que estar varios años maldiciendo la estupidez y la canallería de esos cretinos criminales. […] ¿Cómo poner peros, aunque los haya, a los del otro lado?» (G. Marañón)
Lo dijo Carl Marx: «La manera como se presentan las cosas no es la manera como son: y si las cosas fueran como se presentan la ciencia entera sobraría»
El síndrome postbélico
No fueron ajenos los “republicanos” del exilio en México a la descalificación de España como país candidato a miembro de las Naciones Unidas. La llamada “cuestión española” se planteó desde los inicios de la Organización, en vida de un Stalin que buscaba la revancha contra un país que había vencido a la Komintern, al que tachaba de “fascista” e impuesto a los españoles por las potencias del Eje. Es decir, según el uso de la propaganda sovieto-comunista, cargaba las tintas sobre el vencedor, para tapar sus propios crímenes. Este fue, a muy grandes rasgos, el origen de la Resolución 39 de la Asamblea General (12 de diciembre de 1946), mediante la cual se excluyó al gobierno español de organismos internacionales y conferencias establecidas por las Naciones Unidas.
España se vio entonces en la necesidad de seguir una menesterosa política autárquica mientras se desarrollaba en occidente la Guerra Fría, que sería detonante del acercamiento norteamericano y de la revocación de la Resolución 39, que impedía a España ser miembro de los organismos internacionales (Resolución 386, de 4 de noviembre de 1950). Veremos cómo el histerismo comunista buscando apoyo internacional no paró ni entonces ni ahora.
Francisco Franco murió en su cama, en 1975, pero el antifranquismo que decimos de ocasión no lo hizo con él. Es una paradoja que el antifranquismo no tenga enemigo y que, por ello, tenga necesidad de tildar de franquista, de fascista y de “facha” a cualquiera que pase por ahí y piense distinto.
José-Ángel Zubiaur II, abogado y escritor | Publicado en Reino de Valencia nº 112-113