La censura existe. A pesar de lo que diga la ley. La libertad de expresión, cuando choca con la corrección política, hace aguas. Precisamente a manos de los que hacen de la libertad su bandera y de la igualdad de derechos su programa.
La actualidad valenciana nos ofrece dos ejemplos de esta casuística que encuentra su justificación teórica en la fobia al diferente, con el procedimiento expeditivo de colgar sambenitos de «fascista», de «ultra» y similares.
Hace poco un partido político emergente tenía apalabrado un salón de actos de un colegio religioso para hacer su presentación en Valencia en la fase de precampaña electoral. Alguien preocupado por la eventual variación de la representación política en el Reino de Valencia movió hilos en la orden –precisamente declarada ilegal por la II República- y consiguió que el encargado de la instalación revocara el compromiso adquirido alegando «tensión política».
Los dirigentes valencianos del partido emergente tuvieron que improvisar un local alternativo fuera de la capital y lograron llenarlo a rebosar, ante el asombro de los observadores políticos. Un pequeño «Vistalegre» valenciano. El sabotaje de los clérigos sirvió, sin duda, de propaganda para el acto.
El 26 de octubre estaba prevista una conferencia del sociólogo Javier Barraycoa, colaborador de REINO DE VALENCIA entre otras facetas de un historial impresionante, sobre «Los mitos del catalanismo al descubierto» en el Centro Cultural de los Ejércitos.
En esta ocasión ha tenido que venir la denuncia del diario digital «Público» que ha alertado sobre la circunstancia de que una sala propiedad de las fuerzas armadas se usara para «atacar a Cataluña», tildando a Barraycoa de todos los males sin mezcla de bien alguno. La alarma surtió efecto y los organizadores tuvieron que derivar el evento a un hotel, haciendo gala de rapidez de reflejos. Y el aforo resultó también insuficiente.
«Los mitos del catalanismo» fueron nuevamente expuestos a unos oyentes que están hartos ya de tanta conspiración del silencio y tantas censuras previas a todo el que se atreve a salirse del guion establecido por los guardianes del cambio en una sola dirección.
Es verdad que los carlitas no creemos en alguna de las libertades tan soberbiamente proclamadas por los partitocráticos, pues las consideramos libertades de perdición. Pero no es menos verdad que como ya dijo Vázquez de Mella, al menos que nos toca vivir en un régimen en el que no creemos, el último derecho que nos queda es el de solicitar que en la aplicación del mismo se actúe sin arbitrariedades. Ya es hora de quitarse mordazas y hacerse cómplices por acción u omisión de los que quieren llevar a España a su finiquito con la Historia. Que se entere quien deba enterarse.