Desconocía la faceta de periodista de Alfonso Paso. Recuerdo muchas de sus obras teatrales en el entrañable Estudio 1 de Televisión Española, cuando solo había una cadena, pero no tragábamos la inmensa cantidad de bazofia (cuando no adoctrinamiento sectario) que nos ofrecen actualmente una gran profusión de cadenas televisivas, públicas y privadas, estatales y autonómicas, empeñadas a convertir al españolito medio en un deficiente mental.
Las obras de Alfonso Paso tenían el discreto encanto de saber combinar lo trágico y lo cómico, el sentido del humor con las fibras más profundas de la sensibilidad. ¿Acaso la vida humana no es eso?
La lectura de este libro me ha abierto las puertas a otra faceta, no menos importante, de Alfonso Paso, la faceta de periodista. Hoy día el periodista no es más que un gacetillero, o un “opinólogo” a sueldo. El periodismo que nos muestra el libro, el que Alfonso Paso cultivo, era otra cosa. Entonces el periodista era una especie de “filosofo cotidiano”, que nos ofrecía una visión de la sociedad y del mundo, interpretada a través de su personalidad, pero sin dogmatismo ni sectarismos. Grandes pensadores españoles (Ortega y Gasset, Ramiro de Maeztu, Eugeni D’Ors) compaginaron su labor intelectual con este tipo de periodismo. El periodismo de Alfonso Paso está a su altura.
Alfonso Paso pertenece a esta generación (la de nuestros padres) que lucho y trabajó por una España más decente. No era una sociedad perfecta (las sociedades perfectas solo existen en la mente de los utópicos y los totalitarios, que suelen coincidir), pero era bastante mejor que la que nos rodea. Fue un gran hombre, injustamente olvidado como tantos otros.
Parte de la grandeza de Alfonso Paso la ha heredado su hija, Almudena, mujer doblemente comprometida, con la militancia patriótica y con la defensa de la memoria de su padre. Luchadora incansable, ha conseguido no solamente levantar la lápida del olvido que amenazaba la memoria de su padre en España, sino también proyectar su imagen en Europa y en el mundo.
Nuestra sociedad se alimenta todavía de la resaca del mayo del 68 (del que ahora hemos celebrado los 50 años), y especialmente de una de sus consignas: ¡MATAR AL PADRE¡“Matar al padre” significa hacer tabula rasa del pasado, olvidar los orígenes, la estirpe, las raíces. “Matar al padre” se traduce en esta estúpida actitud de desprecio hacia las generaciones que nos precedieron, en esta bobalicona aceptación de todo lo nuevo, solamente por el hecho de ser nuevo, en la estúpida e injustificada creencia en el “progreso” en sí y para sí.
En las antípodas de “Matar al padre” está el amor filial, el respeto y la gratitud a quien nos dio la vida y nos enseñó a vivir. El “amor al padre” nos liga a una estirpe, a unas raíces, a una tradición y a una cultura. Nos hace depositarios de un legado para aumentarlo a ser posible o, al menos, conservarlo. De todo ello creo que Almudena es un símbolo vivo.
Por José Alsina Calvés | Publicado en la Revista Reino de Valencia nº 112-113