Un informe de la consultora MSI (emitido para Faconauto) revela con datos lo que los ecopolíticos nos quieren ocultar con mentiras: el cambio de los vehículos diésel por los vehículos de gasolina ha supuesto un alza en la emisión de CO2.
Según dicho informe, se ha constatado una subida de las emisiones medias de CO2 en una 1,8 % respecto al año pasado. Dicha subida encuentra su justificación en el incremento de las ventas de gasolina, frente al diésel, pues los actuales motores diésel emiten hasta un 20% menos de CO2.
Si nos atenemos al patrón de ventas, las últimas amenazas del Gobierno (subidas de impuestos al diésel) y las restricciones totalitarias de algunos ayuntamientos a la circulación de los motores diésel, han provocada la caída de la venta del diésel un 16,5 % hasta septiembre, mientras que la venta de vehículos a gasolina se ha incrementado un 36,7%.
¿Una nueva lucha ideológica?
Nuestros políticos han puesto de moda criminalizar a la mayor parte de la población, al culpabilizar a los compradores de vehículos diésel de las tasas de contaminación. Sin duda alguna, la lucha contra el diésel se ha convertido en un instrumente más de la imposición totalitaria de la ideología contraria a la libertad.
El verdadero objetivo de los poderes públicos no es reducir la contaminación, sino que el verdadero objetivo es demostrar la capacidad que tiene el neototalitarismo de planificar la vida de los ciudadanos al margen de los intereses de los propios ciudadanos. En la lucha contra el diésel, estamos una vez más ante un “todo para el pueblo, pero sin el pueblo”
Con las continuas prohibiciones y restricciones al diésel se quiere lanzar a la ciudadanía un claro mensaje: “como ciudadanos gobernados por los ecototalitarismos tenemos la obligación de comprar el coche que nuestros líderes nos recomienden, la obligación de usarlos cuando ellos nos lo permitan, y la posibilidad de emplearlos por los motivos y en las zonas que previamente nos autoricen”
Y como todo totalitarismo, este nuevo totalitarismo no tiene justificación alguna en datos científicos, o estudios de campo, el único fundamento del ecototalitarismo en la voluntad omnímoda de nuestros políticos.
El diésel tiene que ser parte de la solución
Don Gerardo Pérez, Presidente de la Patronal Faconauto, ha sido claro al afirmar hace unos días que “el incremento en las emisiones medias de CO2 de los coches vendidos en España es un claro indicador de que el debate generado en torno al diésel es poco realista, lo que está resultando contraproducente para el objetivo común”.
Su voz no ha sido la única voz silenciada, pues ya a principios de octubre el consejero delegado de Respsol, don Josu Jon Imaz, se posicionó a favor del diésel, afirmando que el debate actual que se ha generado en torno a este combustible no se ajusta a la realidad, y que los comentarios que se vuelcan a diario sobre el asunto no tienen ningún tipo de respaldo técnico.
Imaz, otra vez con datos en mano, afirmó que los motores diésel son ‘mucho más eficientes‘ que los motores de gasolina, ya que consiguen moverse con una cantidad bastante menor de combustible, lo que se traduce en menores emisiones de dióxido de carbono (CO2) para el ambiente, afirmando que los propulsores de gasóleo que se ciñen a la normativa Euro 6 emiten un 84% menos de óxido de nitrógeno (Nox) y un 90% menos de partículas en comparación con los motores del año 2000.
¿Cuál es el peligro de la prohibición totalitaria del diésel?
Las pocas cualificadas voces del neoliberalismo económica se han encargado de avisar que el ataque a este tipo de combustibles acarreará una importante pérdida de puestos de trabajo, pues el automóvil es una de las principales industrias españolas, al ser nuestro país el segundo fabricante europeo de coches.
No obstante, para todos aquellos que no militamos ni en el capitalismo, ni en el comunismo, ni en la asfixiante socialdemocracia actual, el mayor peligro del intervencionismo de los ecopolíticos es la insoportable cercenación de nuestras libertades. La mayoría social no está dispuesta a tolerar como desde instancias políticas deciden por nosotros si debemos o no comprar un coche, en su caso que tipo de automóvil debemos comprar, y sobretodo, ya somos mayorcitos para que nos diga cuándo lo podemos utilizar.
Si este pueblo grande, pero adormecido, no se levanta, poco queda para que ellos nos impongan el barrio donde tenemos que vivir, el número de hijos que tenemos que tener, y la profesión a la que nos tenemos que dedicar.