Un compañero de trabajo, que había luchado como alférez provisional, insistía en que la guerra la habían ganado Franco y él, con otro medio millón de personas. Con ello manifestaba su malestar por la insistencia del gran número de aduladores que atribuían todo el mérito al Caudillo. Y se prodigaban en homenajes, medallas, rótulos de calles, etc..
Hoy asistimos al intento de revancha de los epígonos de los vencidos. Toda su derrota se la atribuyen al “Dictador”. Y parece que al Dictador no le ayudó nadie. Que no defendió unos principios anteriores a él.
La coincidencia en centrar en una misma persona los elogios y los improperios, reflejan una misma manera de pensar. Para aquellos y para estos, los principios tienen poca importancia. Entonces “tocaba” el elogio. Hoy “toca” el improperio. Y, a veces, algún mal intencionado saca a relucir los próximos antepasados de los que hoy insultan y resultan que son de los que entonces elogiaban.
No dudamos que Franco fuera un dictador. Pero su gobierno fue mucho mejor que el de quienes le han sucedido. Y es indudable, que la democracia actual ha sido posible porque Franco la dio paso. El establecimiento de la democracia en 1978 fue posible por la situación de orden y estabilidad que el gobierno de Franco había dejado. Pero, y eso fue lo malo, ese bienestar económico no estuvo respaldado por una doctrina que impregnase todas las capas de la sociedad. Se dio un vacío doctrinal que sería llenado por lo políticamente correcto de hoy.
Por tanto, entre el franquismo y la actual democracia hay una continuidad. Por eso, el que los demócratas de hoy denigren a Franco, es una prueba de su ignorancia. Cierto es que a Franco no le gustaba la democracia. Pero a la vez, también lo es que no nos legó un régimen que la mantuviera alejada de España.
Lo contrario a la democracia liberal no es una dictadura, sino las libertades de la Tradición. La dictadura no tiene eficacia más que como situación provisional, para poner fin al caos de la democracia. Y con esta frase no estamos haciendo demagogia. Nos limitamos a describir la situación que hoy vivimos.
La Cruzada contra la democracia liberal era inevitable. Para dirigirla no había otra solución que un mando único, que hubo de prolongarse para poner un mínimo de orden en la España de los años cuarenta.
Pero luego había que haber permitido a la sociedad española estructurarse según los modelos de la Tradición. Algo se hizo. Pero no todo los necesario. Por eso los carlistas discrepamos del franquismo.
Hace algunos meses, un destacado actor de la transición política, que había ocupado importantes cargos en el franquismo, declaraba que “llegó un momento en que comprendimos que a los españoles había que darles la libertad”. Al leerlo, exclamamos con indignación: “habernos dado las libertades tradicionales que llevabais años negándolas”. Las libertades de verdad, las concretas. Porque lo que nos dieron fue la libertad de papel.
El principal error del franquismo fue que no se confió en la sociedad española. Se eliminaron, como perjudiciales, los partidos políticos. Pero se sustituyeron por un partido único. ¡Tremenda contradicción! Para la sociedad española eso supuso dejarla aparte en la configuración de la nueva España. Por eso, muchas de las iniciativas, buenas en su concepción, carecieron del apoyo popular que necesitaban.
Los errores del franquismo dieron lugar a que, a la muerte de Franco, la inevitable herencia fuera la democracia actual. Un detalle entre muchos: la actual sucesión de leyes de educación (LGE, LOGSE, LOMCE, etc. ) tienen su primer jalón en la Ley General de Educación, promulgada en 1970.
Los carlistas nos opusimos a tal ley. Con nuestros limitados medios publicamos una crítica a la misma que difundimos por toda España. Hecha esta mención. Nos interesa destacar que el texto fue elaborado por un ajeno a cualquier organización carlista. Se trataba de un militante de fuerza Nueva. Pero estaba de completo acuerdo con los postulados de la Tradición Española. Por eso, con el consentimiento del autor, nos aprovechamos de ella. Es una prueba que lo que defendemos los carlistas no es algo exclusivo de una ideología, sino algo que está en el derecho natural y que, por tanto, es patrimonio de todos.
La democracia que nos oprime ha llegado a un grado tal de descomposición, que soplan vientos exigiendo un cambio.
El cambio no puede basarse en otra ideología más. No serviría para nada. El cambio tiene que consistir en la vuelta a la Tradición de la Españas. De la Españas que, desde Salamanca y Alcalá, dieron vida a los derechos humanos. No somos capaces de adelantar qué grupo político será el autor del cambio. Puede que sean varios. Pero a todos ellos les ofrecemos el tesoro de la Tradición de las Españas. Del que somos depositarios, no dueños. Depositarios que hemos procurado guardar en su pureza, negándonos a toda claudicación, para que un día, que puede ser próximo, puedan sacar todos los españoles los principios salvadores de la Patria.
Somos conscientes de nuestra pequeñez. Por eso no nos consideramos capaces, nosotros solos, de salvar a España. La base de nuestra esperanza está los principios que defendemos. Principios derivados de las enseñanzas del único Salvador, que nació en Belén.
Carlos Ibáñez.
Este artículo se publicó primero en Ahora Información: Coincidencia