Lo más gracioso de las elecciones, contra los tópicos, no ha pasado en Andalucía. Está siendo Pedro Sánchez, en Madrid o Dios sabe dónde en el extranjero. ¿No quiere cobrarse la pieza de Susana Díaz? El perdedor metódico había diseñado a lo tonto una estrategia win-win, que para algo se pasea por Nueva York con gafas de sol. Si ganaba Susana, se apuntaba el tanto («Andalucía es el espejo en que nos miramos», dijo); si perdía Susana, la culpaba a ella. Si ganaba Susana, se cargaba a su rival externo, Pablo Casado; si perdía Susana, se cargaba a su rival interno, a Susana. Caballeroso no parece.
Lo peor (o gracioso) es que en la amarga situación del socialismo andaluz tiene su buena parte de culpa el propio Sánchez. Sus pactos con los nacionalistas, golpistas y filoetarras no podían caer bien en Andalucía, que es, según las palabras de Salvador de Madariaga, una tierra tan española que sus habitantes somos españoles al cuadrado. Eso, en el terreno de los principios. En el de las tácticas, las encuestas de Tezanos, el hombre de Sánchez en el CIS, han hecho un daño tremendo al PSOE, dando la piel del oso por cazada antes de tiempo.
Por desgracia, carecemos de un fracasómetro para medir científicamente el tanto por ciento de responsabilidad que tiene Pedro Sánchez en la decepción de Susana y el que tiene la interesada, pero, a ojo de buen cubero, nos podemos hacer una idea y podemos dejarlo, ni pa ti ni pa mí, en el 50%. A partir de ahí, podemos ver lo irónico y cínico que resulta pedir ahora la cabeza de Susana, Salomé invertida. Motivos para hacerlo no faltan a Sánchez, porque en el pasado Susana lo defenestró y eso no se perdona así como así. Lo malo (o gracioso) es el motivo actual: un descalabro en la que Sánchez tiene por lo menos la misma mano que la presidente en funciones de la Junta.
Lo más desternillante aún es lo que sigue. Pedro Sánchez quiere tutelar la regeneración del PSOE andaluz para arreglarlo, él, el pirómano bombero. Como se ponga manos a la obra y tutele la regeneración, tenemos derecha gobernando esta tierra otros cuarenta años, ya verán. Yo, esperanzado, lo veo venir y le animo: «Venga, Pedro, que tú puedes regenerarlo todo». Por lo pronto, está gritando: «¡Deharme solo, deharme solo!» y tiene toda la pinta de que, en esta progresión descendente que lleva en cada cita electoral, lo va a conseguir: quedarse solo. O con Ábalos, que es lo mismo.
Artículo de Enrique Gª Maíquez, publicado en el Diario de Cádiz