En 1959 se crea el BID- Banco Interamericano de desarrollo- y en 1961 la Alianza para el progreso, de modo que, grosso modo, hace casi sesenta años que el ideal del desarrollo económico se instaló en nuestra ecúmene iberoamericana y sus consecuencias han sido, en algo más de medio siglo, que nuestros países: hoy son más pobres.
Esta constatación no es un invento nuestro porque ya en 1982, Alberto Wagner de Reyna (1915-2006), seguramente uno de los más significativos filósofos suramericanos de la segunda mitad del siglo XX, afirmó lo mismo. Y así propuso en un libro extraordinario Pobreza y Cultura: “que pensemos la posibilidad de descubrir y emplear en nuestro propio beneficio el valor de la pobreza…Es decir, vivir en la suficiencia material, que se aparta del despilfarro”[2].
El filósofo limeño sabe de qué habla pues su experiencia de ocho años (1964-72) en el consejo directivo de la Unesco y su trato fluido con la Fao, así como sus múltiples embajadas, todo ello volcado en su libro Idée et historicité de l´Unesco, hicieron de él un testigo privilegiado del fracaso de las teorías sobre el desarrollo.
Es que la austeridad, lo ha reiterado Francisco, es el mejor antídoto a la sociedad de consumo, a la sociedad del despilfarro, a la sociedad del dios monoteísta del libre mercado, a la sociedad del capitalismo salvaje, a la sociedad de los grandes basurales y campos de residuos, a la sociedad del consumo de energía sin justificación, a la sociedad que produce el calentamiento global y pone, en definitiva, el riesgo de la existencia en la tierra.
Epicuro, filósofo griego que vivió 300 años antes de Cristo, afirmaba: pobre es aquel para quien lo suficiente es poco, porque nada le es suficiente. Y Séneca, filósofo hispano-romano de la misma época que Cristo, decía: no es pobre el que tiene poco, sino el que desea más de lo que posee. Y también: la riqueza tiene sus límites, el primero es tener lo necesario y el segundo lo suficiente. Más adelante, en el siglo IV San Ambrosio va a sostener: quien se acomoda a la pobreza es rico… el rico padece una pobreza de sentimientos pues siempre cree que algo le falta y lo codicia. Muchos siglos después Arturo Schopenhauer dijo: la riqueza es como el agua de mar, cuanto más se bebe más acosa la sed.
Esta tendencia de la riqueza a crecer, a siempre desear más bienes, ha terminado en la sociedad de consumo actual, que está regida por la tiranía de la riqueza.
Aproximación etimológica
Pobre viene del latín pauper, que está vinculado a paucus que significa poco y del griego penía (pobreza) y de pénes (pobre), vocablos que están vinculados con peína (hambre) y pónos (dolor). También se dice en griego aporía (falta de camino o aprieto o problema). Vemos que las raíces latinas destacan más el aspecto cuantitativo de la pobreza = poco, en tanto las griegas resaltan el aspecto cualitativo= hambre.
Rico, en cambio, proviene del germánico Reich (poderoso). En tanto que en latín rico se dice dives= abundante y en griego ploúsios del verbo ploutéo= hacerse rico, de allí viene plutocracia.
Vemos como hambre y poder, el equivalente a pobreza y riqueza no están en el mismo plano: una, en el dominio biológico psíquico y la otra en el plano político económico.
Nuestros sociólogos y economistas han mezclado estos dos planos y así miden la pobreza por la carencia de riqueza, por ejemplo, el salario mínimo, consumo básico, mínimo vital y móvil, etc. No tienen en cuenta el valor de la pobreza como generadora de un hombre distinto y de una sociedad diferente.
San Juan Crisóstomo, uno de los Padres de la Iglesia, aquél que afirmó que “detrás de toda gran fortuna hay un crimen”, frase que todo el mundo atribuye a Honorato de Balzac, sostuvo que en el mundo existe la esclavitud del rico y es el pobre quien lo libera. Pues el rico está al servicio de la tiranía de su riqueza que siempre es poca. Así, si pensamos una ciudad toda de ricos ella es imposible, pues vemos que ellos necesitan de los pobres para construirla y limpiar las letrinas-tareas que el rico no realiza- mientras que una ciudad de pobres es autosuficiente. (Cfr. Homilía Sobre Lázaro, 48). El verdadero pobre desea modestamente y por eso es más rico. Vemos como en el fondo coinciden Crisóstomo y Séneca en la idea de un hombre íntegro y pleno, que es aquel que tiene por límites lo que va de lo necesario a lo suficiente. Así el rico no tiene límites hacia arriba y el indigente no tiene límites hacia abajo, el verdadero hombre (el cristiano) es aquel cuya vida práctica transcurre entre la posesión de lo necesario y lo suficiente para vivir. No le falta ni le sobra nada.
En la indigencia no se puede ser feliz, pues para ella se necesita un mínimo de prosperidad, afirma Aristóteles.
Para griegos y romanos la auténtica riqueza es aquella vinculada a la producción de los bienes de uso, como propiedad para satisfacción de nuestras necesidades. A esta riqueza la denomina Platón en El Sofista ktétika. Esto es, el aprovechamiento de la riqueza que nos brinda la naturaleza como la pesca, la caza, la siembra y la cría.
Enfrentada a ella hallamos la crematística, que viene del vocablo khrémata= las cosas y de khréma= dinero. Es la riqueza que viene del negocio y no de la producción. Nace de la permuta del dinero mismo lo que la convierte rápidamente en usura y entonces nada la limita. Su ambición es infinita.
Vemos como la riqueza puede tener dos orígenes: como beneficio que produce la producción por el trabajo o la ganancia por el negocio de la usura (metabolé=cambio de monedas).
El pobre=el cristiano, desea modestamente y por eso es más rico.
Ante el dios monoteísta de la sociedad de consumo, de la sociedad del despilfarro, la del capitalismo salvaje, de del imperialismo internacional del dinero, así la denominó Pío XII, el papa Francisco, propone la vieja tesis del recurso a la austeridad, según la cual rico no es el que tiene mucho sino el que vive con poco. Aquel que se pone un límite al uso de la riqueza y su consecución. Aquel que sabe disfrutar de las cosas de la vida con alegría y con mesura.
Así termina Wagner de Reyna su espléndida meditación: “La pobreza desempeña así una función ancillar, subordinada: ser el lugar de arranque de la acción del espíritu libre del lastre de la desmesura material, cuantitativa, hedonista que constituye el desconcierto de la crisis actual. Podrá así el espíritu en la moderación y austeridad alcanzar el concierto radical (desde su raíz) el que el hombre se (re)humaniza. No es la pobreza un fin, ni valor absoluto, ni meta, sino supuesto y condición”.[3]
[1] Puede verse nuestro video: https://www.youtube.com/watch?v=NKq89cOTa1U
[2] Pobreza y cultura, UCA-Perú, Lima, 1982. Este libro fue preparado como documento iniciativo sobre “Pobreza, cultura y desarrollo” referido al Perú y presentado en la Universidad de las Naciones Unidas en Tokio por el autor en calidad de consultor de la misma.
[3] Pobreza y Cultura: crisis y concierto: Ed. UCA-Perú, Lima, 1982, p. 249