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Facha

No deja de ser curioso que los que más utilizan la palabra “facha” (cara) como arma arrojadiza, son los más jetas del lugar.

¿Soy un facha? No lo sé. Dicen que si a una persona le acusas miles de veces de estar loco acaba enloqueciendo. Pero el único loco real es el que se empeña en convencer a los demás que están locos, excepto él. Y esto es algo parecido a los que no cejan en otorgar título de “fachas”, como erróneo sinónimo de fascistas, a todos los que no son como ellos.

Siempre me ha sorprendido la supina ignorancia de los que se empeñan en llamar fachas a otros creyendo que les insultan. Tengo la tremenda certeza de que los que se llenan la boca de espumarajos antifascistas, no han leído ninguna obra clásica del fascismo. Por mi parte debo decir que no soy fascista, ello no me ha impedido leer varios textos clásicos como La doctrina del fascismo de Mussolini. Me acuso de haber leído también el Mein Kampf, y no por ello soy nazi. En casa, entono el mea culpa, guardo las obras completas de Lenin traducidas al castellano y tampoco por ello soy leninista a pesar de haberme empapado de su lectura.

Ahora bien, me gustarían saber cuántos de los que utilizan impropiamente el término “facha” se han dignado estudiar el fascismo en el orden teórico. Ello lo digo porque estoy harto de escuchar, como una letanía, que el comunismo que se cristalizó en el siglo XX, y que liquidó 100 millones de vidas, era una aplicación errónea de la teoría comunista. Eso sí, afirman algunos que cuando se aplique como Dios manda (perdón, que son ateos), entonces descubriremos las bondades innatas del comunismo contenidas en su marco teórico. Tendremos que esperar entonces a que alguien se lea bien las obras clásicas del comunismo.

No se preocupen, no disertaré sobre teoría política. Esto es un mero artículo de opinión para discernir si soy facha. Y para ello, como casi siempre, mi único recurso son las etimologías. La verdad, me preocupa que se atribuyan epítetos equívocamente y ello me lleva a atender las raíces de las palabras. Mas cuando la mayoría que acusan a otros de ser “fachas”, indirectamente, se posicionan en un estado moral superior. Para ellos, el fascismo es una maldad ontológica que encarnan otros, lo que les lleva automáticamente a posicionarse en el reino de la verdad y el bien (y eso que son relativistas y republicanos).

En el fondo, la mayoría de estos hijos de la ESO no tienen ni idea de nada, y como una de las obras de misericordia es enseñar al que no sabe, me pongo manos a la obra. Atiendan los que les encanta imputar a otros la categoría de facha: Facha y Fascista no son sinónimos ni tienen siquiera la misma raíz etimológica. De hecho, cualquier politólogo mínimamente decente sabe de la dificultad de acotar el término fascismo en cuanto que ideología (a menos que los circunscribamos meramente al fascismo italiano).Algunos atrevidos quieren definir el fascismo como una forma de organización política que pretenden el uso de la violencia como instrumento político para la conquista del poder, generando formas paramilitares y uniformadas de encuadrar las masas.

Pues bien, si esta es una definición, les aseguro que en un montón de manifestaciones me he visto envueltos en “fascistas” que nos incriminaban de “fachas” a los que nos manifestábamos legalmente. Y digo que eran fascistas, pidiendo perdón al que sea devoto seguidor de Mussolini. Porque esos energúmenos, que en los últimos meses han intentado impedir manifestaciones de ciudadanos que reclamaban en Cataluña sus derechos y defendían su patriotismo, responden perfectamente a la definición: masas violentas, encuadradas y uniformizadas para hacer valer la fuerza sobre el Estado de Derecho. Esos autodenominados antisistema, se organizan sistemática y militarmente; esos ácratas antiuniformes, van todos vestidos de forma tan semejante que se les reconoce a la milla; y esos “pacifistas” que gustan de acusar a otros de genocidas, hierven en odio y no dudarían en verter sangre a raudales teniendo la violencia como su principal argumento.

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Abandono el melodrama y me centro en el término “facha”, que es para lo que he empezado a escribir este artículo. Facha viene a ser la abreviación de “fachada” (por tanto, nada que ver con el fascismo, cuyo origen etimológico es “fasces”, o “haz”). Fachada (con el sufijo -ado en italiano, que connota lo que tiene presencia) deriva de “cara” (en italiano faccia). De ahí que la palabra la podamos utilizar tanto para la parte exterior de un edificio (fachada), como para una persona: “qué buena facha tiene” o “sólo es fachada”; al igual que peyorativamente podemos decir de otro “menuda cara”. En algunos países hispanoamericanos, como Chile, la palabra “facha” denota un matiz curioso: jactancia o vanidad. Pero no tiene nada que ver con la política, sino más bien con el esfuerzo. Facha y Fachenda, pertenecen a la misma familia. De ahí que el término fachenda (del italiano “faccenda” y a su vez del latín “facere”) esté relacionado con “hacer” y/o “hacienda”. Con otras palabras, el que se lo trabaja y consigue tener su patrimonio o hacienda, y se enorgullece, es con toda propiedad un “facha”. Su jactancia, legítima, puede verse con menosprecio por la envidia de los que no han pegado ni golpe (sí lo han adivinado, tiene relación con los antisistema).

No deja de ser curioso que los que más utilizan la palabra “facha” (cara) como arma arrojadiza, son los más jetas del lugar. Son los antisistema que viven de las subvenciones del sistema; son los revolucionarios que no quieren que cambie nada, son los defensores de una sociedad sin Estado que constantemente reclaman al Estado que subvencione y resuelva todo. Están contra la violencia policial porque les impide aplicar su violencia particular. En fin, son uno “caras”, “caraduras” o también “fachas”, pero en el sentido verdaderamente peyorativo. Por eso, tienen la necesidad vital de exclamar que todos, menos ellos, son “fachas”. Así, al mirarse al espejo, no se reconocen como lo que son: los vividores defensores de un sistema cada vez más totalitario en el que los llamados libertarios son los asesinos de las libertades. Son los sicarios de un poder liberticida que a otros nos toca sufrir. Y esto sí que es una verdad tan grande como la fachada de un templo. Y ahora que cada uno decida si es un facha o no.

Por Javier Barrycoa. Este artículo se publicó por primera vez en la Revista Reino de Valencia.

 

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