Entre los síntomas de agotamiento de un régimen y el aviso de un cambio de paradigma político, observamos siempre la inestabilidad política y la imposibilidad de formar gobiernos estables y duraderos. Pasó antes de la llegada de la Primera República, durante la misma, antes del directorio de Primo de Rivera o durante la república. Tras 40 años de transición donde el engranaje político diseñado por unos pocos que modeló a muchos, ha dejado de funcionar.
El famoso bipartidismo del Régimen del 78, que tanto nos recuerda a la aparente consolidación de la restauración borbónica de 1874, ya muestra síntomas de agotamiento. Los desvaríos de la burguesía catalana en su sueño irrealizable han provocado que las piezas del artefacto democrático se descoloquen. La bisagra que representaba CiU, se ha convertido en una guadaña que siega la yerba bajo los pies de todo aquél que alcanza el poder electoralmente.
Un Rajoy, signo de un PP desgastado, dejó el timón de la nación a un joven ególatra que representa un PSOE esclerotizado. La Izquierda -como siempre- cuando crece lo hace para autodestruirse como bien lo ha representado una vez más, esta vez en su versión pijo-progre de Podemos. Los nacionalistas catalanes cuentan con votos pero sin estrategas; y su única política es no hacer política. De hecho, uno de los últimos favores que Puigdemont ha hecho a España es torpedear los presupuestos del Gobierno de Pedro Sánchez y abocarnos a nuevas elecciones tras nueve meses de desatinos. Los separatistas más sensatos aún no entienden como el de Waterloo ha lanzado un ataque contra su más fantástico aliado.
Quizá la respuesta es que todos desean escapar del rocambolesco lugar donde los ha posicionado la historia. Puigdemont necesita protagonismo; Pedro Sánchez votos; Pablo Iglesias demostrar que lidera desde arriba la igualdad desde los de abajo; Rivera que lloraba ante el acoso separatista ahora acosa a Vox por puro temor, pues solo tocarán poder si los del color pistacho lo permiten; y Casado será testigo de como su vieja barca del PP se desangra por la derecha y la izquierda (uno de los problemas de querer estar siempre en el centro).
Se acercan perturbaciones electorales. Elecciones generales que distorsionarán las previstas en mayo para el Parlamento Europeo y las municipales, y algunas autonómicas. De paso, todos están temiendo que también caiga el gobierno autonómico catalán, que unido a un juicio en ciernes pueda seguir acumulando nubarrones en el horizonte político. Hemos oído a algunos ingenuos alegrarse de que tras el juicio a los golpistas todo volverá a su cauce: el PP recogería los votos de VOX, el PSOE de Podemos y Cs sustituiría en su función de bisagra a la vieja CiU. Pero nada más lejos de la realidad. Se está gestando una tormenta y de momento sólo hemos visto caer las primeras gotas.