Corazón. Nada más neurálgico, nada más vital. Nos causó impresión la presentación en su momento por parte del podemismo…, adornándose de un “corazón”. El PS -couché/caviar-, precisamente al inicio de la nueva campaña, aporta un slogan y de nuevo un grafo: “la España que queremos” y se adoba de un “corazón”. En realidad, más que impresión, ha sido cierta sacudida. Y se nos presenta el contrapunto: nos sale al paso lo fisiológico, lo patológico, lo histórico. Porque, en tocando las cuestiones del corazón, lo que aludimos son los afectos y los deseos. Y si edificamos o más bien demolemos. Ahora, nada más contrario al dinamismo propio de lo político que la discordia. ¿Cómo casar lo discorde -lo que escinde- con lo concorde -que aúna-? Es el caso que los referidos se mueven en clave de lucha u odio. No como sístole y diástole fisiológicas, sino como patología. Y ninguna patología como la discordia.
Dejando de lado las penetraciones modernistas de los cincuenta del pasado siglo contra el Sagrado Corazón, que farisaicamente contraponían a la Revelación, es el caso que en los 70’ tuvo y mantiene su impacto el logotipo de Milton Glaser: I♥NY.
En acontecimiento tan vital como la consagración del género humano al Sagrado Corazón, León XIII lo presentaba como nuevo lábaro salvador: Corazón plenamente humano de todo un Dios de entrañas, palpitante, abierto en carne. Y aquí nos saluda lo histórico. Solo la contribución política que se afirme en este Corazón, que desee, aspire y quiera con voluntad sostenida el ser de nuestra Patria española, en su Constitución histórica, está llamada a ser fecunda. Porque solo la concordia nos permite afirmarnos como comunidad. Encaminando el centenario de la consagración de España al Corazón del Rey, afirmemos nuestra esperanza: Puesta la fe en Dios y mirando a la Patria.
Por EVARISTO PALOMAR MALDONADO- Profesor Titular de Filosofía del Derecho | MADRID