En España disponemos de una enormidad de parlamentos, yo diría que para nuestra desgracia. En los felices momentos del Antiguo Régimen, los parlamentos, que los había, se reunían de uvas a peras, cuando el Rey los convocaba, y su función era básicamente la de aprobar, o no, tributos y leyes verdaderamente importantes.
Ahora, no.
Ahora, los parlamentos están reunidos todo el tiempo, y sus miembros, lejos de la situación de antaño, en que sus representados los enviaban allí para un tiempo reducido, se han convertido en legisladores profesionales, sin más oficio ni beneficio que controlar al ejecutivo y aprobar leyes a troche y moche. Y, como queda feo estar mano sobre mano y ver pasar la legislatura sin dejar huella, los gobiernos y los parlamentos han entrado en un estado de desficio permanente y nos inundan de leyes y más leyes, que no hay quien abarque ni una porción de las mismas.
Si a esto se une la moda, que ojalá pase pronto, de la ideología de género, nos encontramos con engendros tales como el publicado en el DOGV el 3 de diciembre de 2018, y en el BOE hace unos días: la rimbombante Ley 23/2018, de 29 de noviembre, de igualdad de las personas LGTBI, cuyo firmante, el muy honorable presidente Ximo Puig, debe estar henchido de orgullo y satisfacción.
Vaya por delante que la ley, como tantísimas otras que nos han embutido, es perfectamente inútil, y que no prevé nada que no se pueda hacer sin ella, aparte de un régimen sancionador para que a los que discrepemos de ella nos duela el bolsillo de verdad. Pero, no es sólo que sea inútil, es que su misma existencia ya nos revela que, en realidad, las “personas LGTBI” no son iguales a quienes no lo somos. Si fueran iguales, ¿a santo de qué legislar?
Su exposición de motivos se congratula de que, según no sé qué estudios sociológicos, España es el país del mundo en el que la homosexualidad está más aceptada. Supongamos que sea verdad, cosa posible, después de lustros de propaganda machacona y lavado de cerebro, entonces, ¿por qué no siguen haciendo lo que hacían, y que tan bien les ha ido, en lugar de intentar arreglar con más y más leyes lo que ya funciona?
Pues porque no se trata de eso. Se trata de dinero y poder. No se trata de proclamar a los cuatro vientos que las “personas LGTBI” son iguales, quieras que no. Eso es lo que dice la ley, que, hipócrita como pocas, inmediatamente anuncia una serie de medidas que sólo se les aplican a ellos, lo cual, o lo llamamos discriminación, o lo llamamos fuero, el derecho de los desiguales. El gobierno valenciano, ellos sabrán por qué, les ha dado un fuero a quienes tienen una anomalía (o varias) en su orientación sexual; y no es un fuero cualquiera, sino uno que, además, prohíbe taxativamente lo que, atención, llama tratamientos de aversión y que no son sino los intentos de corregir esa anomalía. Parece que, cuantos más sean, más se divertirán, y que, enfangados en los suyo, les asustan las deserciones.
El meollo de la ley, mucho me temo, no está en su rimbombante proclamación de derechos, medidas y parabienes varios. Está en dos puntos clave. El primero es la creación de chiringuitos consultivos para que las personas LGTBI, o más bien los aprovechados que se arrogan su representación, puedan meter mano en las políticas que el Consell ejecute en desarrollo de la ley.
El segundo es el régimen sancionador. Ojo con escribir textos como el que está usted leyendo en el territorio de la Comunidad Valenciana. Ni libertad de expresión, ni espárragos fritos: al que disienta se le va a caer el pelo o, al menos, se le va a vaciar la cartera. Y nada de pensar que esto puede pasar inadvertido: la Policía Local, en municipios de cierto tamaño, va a tener que destinar una parte de sus efectivos a investigar los “delitos de odio” y, por si fuera poco, los abogados sin escrúpulos que divisan los nichos de negocio cual aguilucho a su presa, unidos a las asociaciones de defensa de estas personas tan iguales, van a perseguir, sancionar y dejar sin blanca a todo el que se atreva a cuchichear siquiera que el emperador está desnudo.
Esto pasará, sí. Tardará más o menos, pero la cordura no puede esquivarse eternamente, ni la naturaleza puede ser desafiada sin consecuencias. Entretanto, animémonos unos a otros, también en beneficio de las personas llamadas LGTBI, muchísimas de las cuales no tienen nada de depravados y ni quieren ni merecen entrar en el mismo saco en que se complacen quienes componen los grupos de presión que están detrás de esta ley.
AMPARO TORTAJADA NAVARRO | BRUSELAS