Decía Sartre, que los demás son el infierno. Claro, que también pueden ser el cielo. Gran parte de la felicidad o de la desgracia que podemos tener en esta vida depende de la calidad de las relaciones humanas que mantenemos. El tono agridulce que predomina, los altibajos que soportamos, son algo común para los mortales. ¡Cuántos fracasos en relaciones de pareja, familiares, de vecinos… vamos presenciando a lo largo de nuestra vida o incluso somos partícipes de ellas!
Esos fracasos llevan consigo sufrimientos, incomprensiones, resquemores, crispaciones que, desgraciadamente, hasta pueden convertirse en odios y enfrentamientos banderizos. ¿Qué lleva a zozobrar tantas relaciones humanas que empezaron con buen pié? Hay otras, sin embargo, que desde el principio puede notarse que no pueden acabar más que en tortura recíproca de quienes las emprenden.
¿Qué busco, qué buscamos, en nuestras relaciones?. ¿Satisfacer un egoísmo personal, aliviar mi soledad, controlar, manipular a otra u otras personas?. ¿O parto del respeto a los otros, del deseo sincero de compartir algo de nuestras vidas en un clima de confianza mutua?
Analizar la intención profunda que guía, mi, nuestra, vida social, es imprescindible si, de veras, pretendemos mejorarla. Claro que no es fácil. Nuestras intenciones no son simples, a menudo, contradictorias. Y nuestra capacidad de autoengañarnos es inmensa. Son trampas que nos hace nuestra mente continuamente. Y luego afirmamos rotundamente esas desfiguraciones de la realidad que nos hemos creído. No es que mintamos conscientemente a los demás, el engaño es previo e interior.
El gran problema es que me tomo, que nos tomamos demasiado en serio. Nos falta sentido del humor. No sabemos reírnos sanamente. Alguien decía que la risa es el orgasmo de la inteligencia. Y, como sabemos, un orgasmo puede ser solitario, o fruto de la cooperación placentera con otra persona, o arrancado contra su voluntad en una violación. La risa, esa forma inteligente de orgasmo, puede ser también cruel, produciendo sufrimiento, en forma de sarcasmo hiriente. Cuando la sátira despiadada se ejerce contra otros dinamita cualquier forma de relación humana. Más morbosa y patológica es si se dirige contra uno mismo. El humor necesario tiene que estar teñido de ternura. Saber reírse de uno mismo es el mejor camino para aliviar, a través de la burla inocente, la tensión que se produce en los enfrentamientos dentro de los grupos humanos.
En cambio, si me tomo, si nos tomamos, en serio, absolutizamos nuestra visión de la realidad. Lo que decimos tiene que ir a misa y los demás han de aceptarlo. Buscar juntos la verdad a través del diálogo es el único camino que tenemos para avanzar en paz y eficazmente.La visceralidad y las celotipias son otras grandes rémoras en las relaciones humanas. Emplear el corazón es necesario, pero a la par que la cabeza. La racionalidad que ahoga los sentimientos es tan dañina como los sentimentalismos que nublan la razón. Además, ¡cómo discriminamos a las personas en función de cómo nos caen!. Si las queremos, tendemos a excusar su conducta y a salvar sus opiniones, aunque nos parezcan equivocadas. Pero si les tenemos tirria, no les perdonamos ni una. Conseguir la paz en cualquier grupo humano, exige un esfuerzo consciente por no juzgar a las personas, por no atribuirles unas intenciones que, a lo mejor -o a lo peor- no tienen. Con ello, entramos en un tema de fondo: la falta de madurez emocional en tantísimas personas. Les falta criterio propio, se dejan llevar por prejuicios, por el deseo de complacer a la opinión mayoritaria. Y no se trata de un problema de edad. Inmaduro se puede ser en la adolescencia o en la vejez.
¿Qué hacer cuando se encona un conflicto en cualquier relación humana?¿No es conveniente en estos casos la intervención de personas ajenas a la misma, de mediadores con cierto grado de experiencia, para intentar solventarlo? Pero, ¿puede ser eficaz su mediación si no lo quieren de verdad los componentes del grupo? ¿No implica esto aceptar todas las consecuencias, no sólo las que favorecen mi, nuestra, visión parcial o mis, nuestros, intereses?
Pedro zabala | LOGROÑO