125 son muchos años, de los que se pueden contar muchas historias y vicisitudes.
En este artículo nos centraremos en la figura del promotor de su fundación, el párroco de Benicarló, Dr. D. Agustín Ferrer y Ferré; la vinculación de algunos de sus primeros alumnos con el tradicionalismo y el tributo martirial de varias decenas de Hermanos y seglares durante la persecución religiosa e ideológica de 1936.
Benicarló en 1893 era una villa en expansión económica gracias a la producción y exportación del famoso vino Carlón a gran parte de Europa y América. Era también una población de profundas raíces católicas, fruto de ello se fundaron en las décadas finales del siglo XIX un colegio católico para niñas regido por las Hermanas de Ntra. Sra. de la Consolación, un monasterio de clausura de Concepcionistas Franciscanas, diversas asociaciones y entidades como la Adoración Nocturna, entre otras. La labor apostólica de la hoy santa, Mª Rosa Molas y de Mosén Manuel Domingo y Sol, actualmente beato, así como de San Enrique de Ossó, en la diócesis de Tortosa y especialmente en Benicarló, dejó una gran huella.
Siguiendo el ejemplo de estos grandes personajes, el párroco de Benicarló se planteó la necesidad de organizar una serie de obras socioeducativas para atender la formación humana y cristiana de los niños y jóvenes de Benicarló, a los que veía en peligro de alejarse de los principios católicos, por el avance de las doctrinas laicistas y del materialismo asociado al progreso económico. Y este fue quizás uno de los motivos que llevó a Mosén Ferrer a ponerse en marcha para conseguir un colegio católico para Benicarló: el crecimiento económico, que siempre puede ser efímero, no iba acompañado de un enriquecimiento moral y cultural. En sus cartas al Hno. Superior General de La Salle (Hno. Joseph, Jean-Marie Josserand) y al Hno. Asistente en España, Louis de Poissy, a lo largo de 1891 pone de manifiesto su preocupación acerca de la falta de formación cultural de gran parte de los jóvenes benicarlandos “de lo cual resulta la corrupción que se apodera de todos ellos, la falta de docilidad a los padres, y la indiferencia y abandono para todas las prácticas referentes a la religión católica”.
Si La Salle llegó a Benicarló fue gracias al empeño y tesón de un hombre: Mosén Agustín Ferrer y Ferré, el Dr. Ferrer, Párroco de la Iglesia de San Bartolomé. Un sacerdote que, como siglos antes San Juan Bta. de la Salle soñaba con dar a los jóvenes e hijos de familias obreras, en este caso de Benicarló, la mejor educación humana y cristiana. Sueño que consiguió realizar el 29 de septiembre de 1893, con la llegada de los tres primeros Hermanos de las Escuelas Cristianas a Benicarló para hacerse cargo del nuevo colegio.
Este sacerdote había nacido Godall (Tarragona) en 1849. Cursó sus estudios eclesiásticos en el Seminario de Tortosa y en Valencia obtuvo los títulos de Licenciado y Doctor en Teología, siendo académico de la Pontificia Academia Romana de la Inmaculada Concepción. Fue ordenado por el Obispo Benito Vilamitjana y Vila. Ejerció como Cura Ecónomo en Cherta (Tarragona) y como Párroco en Castellfort y en Benicarló desde el 25 de julio de 1886. Considerado un sacerdote piadoso y valiente, escribió varios libros, “El amado de mi alma”, “El alma piadosa” o “Novenas a varios santos”. No dudó en exponer de manera clara y radical la doctrina católica enfrentándose con sus palabras y escritos a las ideas anticlericales y laicistas que por aquel entonces se difundían en ambientes liberales y revolucionarios. Estamos en la España de la Restauración, del caciquismo, del pucherazo y de la alternancia en el poder, de injerencias e intentos de control del poder político sobre la Iglesia, de la influencia de la masonería en la política y del surgimiento de diferentes movimientos revolucionarios.
Fueron muy destacadas sus polémicas con algunos alcaldes benicarlandos: como fue el caso de Pascual Fibla Verge, un médico, liberal y anticlerical, con el que se inició un enfrentamiento en 1888 con motivo del arbitrio de 25 pesetas que el Alcalde y Ayuntamiento de Benicarló impusieron al Cura párroco Dr. Agustín Ferrer sobre el toque y volteo de campanas, quien se opuso radicalmente a aceptarlo invocando los derechos de la Iglesia. Con el nuevo alcalde, Fernando Febrer David, se produjeron algunos incidentes, desarrollándose, en los primeros meses del año 1892, un intercambio epistolar entre el Alcalde, el Gobernador Civil, el Obispo y Mosén Ferrer, con duros ataques del primero a la persona del Párroco y a su modo de obrar. También en esos escritos se pone en conocimiento de la máxima autoridad gubernativa y del Obispo el atentado que Mosén Ferrer sufrió en su casa, cuando a las 4 de la madrugada del 29 de febrero de 1892 explotó un petardo según unos o unos cartuchos de dinamita según otros, en el zaguán de la casa abadía donde dormía el Dr. Ferrer. Él mismo reconoce en su carta-informe al Obispo Francisco Aznar, que el artefacto provocó daños materiales pero que tenía por objetivo a su persona “colocado en hora oportuna en que saliera yo para ir a la Iglesia”, pero la explosión se adelantó y solo causó daños materiales “la estrepitosa detonación provocó la ruptura de los cristales de la galería, de la librería archivo del despacho y otras dos ventanas”.
El alcalde en su escrito dirigido al Gobierno Civil destaca que “el Sr. Cura de esta Villa motivado por su especial carácter” ha tenido enfrentamientos con sus propios feligreses y con el anterior alcalde, destacando que “goza de escasa simpatías en la población, tanto en las diferentes clases de la sociedad como en los partidos políticos”. Algo que se contradice con el respaldo que su proyecto de escuela católica tendrá poco después.
Sin duda su decidida defensa de los derechos de la Iglesia y su oposición a las ideas liberales pesaban mucho en estos choques con el poder político local.
Estaba considerado uno de los sacerdotes más destacados de la Diócesis por su formación y entrega a su misión apostólica, especialmente a los más necesitados.
Su prematura muerte el 6 de diciembre de 1895, motivó la publicación de una interesante y clarificadora necrológica en “El Estandarte Católico”, diario de Tortosa, el 16 de diciembre de 1895, en el que deja claras las posiciones doctrinales de Mosén Ferrer y de la que extractamos algunos párrafos:
“De su valor como soldado de Cristo son pruebas harto convincentes, las batallas que libró contra el liberalismo.
Él combatió desde el púlpito y desde las columnas de la prensa católica contra los alcaldes liberales y los escritores liberales.
Uno de esos combates le valió la visita de unos cartuchos de dinamita que explotaron milagrosamente, en lugar donde ningún mal hicieron, pudiendo volar toda la casa-abadía con sus moradores juntamente.
En sus devocionarios él ha sido quien ha usado la palabra liberal y liberalismo en el mal sentido que realmente encierran con el fin de dar a conocer a los fieles su intrínseca maldad; y es de ver cómo en la mayor parte de las oraciones que pone en boca de éstos, se execra la herejía liberal y al liberalismo, a la par de la masónica y protestante.
De todos es conocida, porque la generalidad de los periódicos católicos la copiaron, la valiente integérrima carta que dirigió hace un par de meses al director del diario Las Provincias negándose a suscribirse porque su periódico era liberal.
Varón integérrimo, y de cualidades nada vulgares era el doctor Ferrer, uno de los más sobresalientes curas del Obispado.
¡¡Lástima grande haya bajado al sepulcro a una edad en que tantos servicios podía prestar aun a la causa de Dios y de la Patria!!
Adoremos los secretos de Dios, supliquémosle le lleve al gozo eterno, si por las fragilidades inherentes a la humana condición no disfruta todavía de la visión beatífica. R.I.P.”
Sus restos descansan desde el 20 de junio de 1918 en la Capilla del Colegio tras su solemne traslado, coincidiendo con el inicio de los actos por el 25 aniversario de la llegada de los Hermanos a Benicarló. Fueron profanados durante la persecución de 1936, siendo inhumados de nuevo en la capilla colegial en 1942.
Tras su muerte la obra continuó, no sin muchas dificultades. Por ejemplo, en 1931 los Hermanos debieron abandonar el Colegio por las presiones políticas, no pudiendo regresar hasta 1938.
Entre los alumnos de las promociones de las primeras décadas de vida del Colegio destacar a muchos hijos de familias carlistas, algunos de los cuales ocuparían en un futuro importantes responsabilidades al servicio de la causa legitimista, de la Iglesia y de la sociedad en general. Destacaremos algunos nombres: los hermanos Añó Doménech, dedicados a la medicina y a la veterinaria en toda la Comarca; D. Agustín Roig Marín, destacado empresario y dirigente carlista comarcal; D. Vicente Febrer Roig, al que tanto debe el carlismo valenciano; D. José María Palau, patriarca de una extensa familia y empresario ejemplar o D. Vicente Lores, que con el tiempo sería superior general de los Operarios Diocesanos.
Algunos de ellos, junto a otros exalumnos, maestros y Hermanos de La Salle, sellaron su compromiso y entrega a la Causa en la que creían con su sangre martirial, en los fatídicos días de 1936. Concretamente fueron martirizados 22 Hermanos de La Salle que pasaron por el Colegio de Benicarló, siete de ellos benicarlandos, ya todos beatificados. También ex-alumnos vinculados al carlismo: el joven labrador Pascual Pitarch Castillo; el médico Santiago Añó Doménech, que allá por 1906 fue el primer presidente de la asociación de antiguos alumnos del Colegio, además de Alcalde de la población y jefe de Distrito de la Comunión Tradicionalista; su hermano Pedro, ayudante veterinario, jefe local carlista; Joaquín Jovaní Ávila, vocal de la junta local carlista y miembro del Requeté; su hermano sacerdote operario diocesano Vicente Jovaní Ávila; entre otros muchos más.
Sirvan estas líneas como recuerdo y homenaje a todos los que en estos 125 años han hecho posible la presencia lasaliana en Benicarló.
CRISTÓBAL CASTÁN FERRER * | BENICARLÓ