El Papa Francisco parecer vivir por y para el gesto mediático de corto alcance, y como tal hay que leer su negativa a que le sea besado el anillo pontificio, el Pescatorio.
Y es de corto alcance por cuanto desde el entorno del Papa se dice que lo hace por humildad, porque no le gusta que le reverencien. Sin embargo, la solicitud de venia, la inclinación delante del Pontífice y el beso del anillo no se hace nunca en atención al hombre sino a lo que representa, a Cristo en la tierra. Tales gestos no suponen sumisión al hombre con nombre y apellido, sino al Papado como muestra de sumisión al Vicarius Christi. Por eso, precisamente, aun cuando ha habido Pontífices de vida licenciosa no por ello se les dejó de llamar Santo Padre, pues la santidad de la que está revestido no es la propia de la persona humana que ocupa el cargo, sino de Cristo, a quien representa; y es precisamente “Al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre: «Jesucristo es el Señor»” (Fil. 2, 10-11). “Porque está escrito: Juro que toda rodilla se doblará ante mí y toda lengua dará gloria a Dios, dice el Señor. Por lo tanto, cada uno de nosotros tendrá que rendir cuenta de sí mismo a Dios” (Rm. 14, 11).
Precisamente, no obstante, para que el hombre físico y concreto no se glorie a nombre propio la genuflexión ante él no es completa, y debe realizarse con la pierna izquierda, no con la derecha, como ante el Santísimo. Ya con esto hay humildad suficiente.
Por eso, el exceso de sus manifestaciones ostentosas está siendo entendidos por muchos de otra manera, y es que, efectivamente, la auténtica humildad consiste, la mayor de las veces, en aceptar gestos que aunque incomodos, han sido incorporados ya al acervo popular por la Tradición y la costumbre; y su oposición a ellos más bien es la falsa humildad de quien con sus gestos dice una cosa y con su corazón siente otra.
Pero es que, por otra parte, el orden, la jerarquía, la autoridad, son directamente queridas por Dios, y directamente establecidas por él. Y el orden, la jerarquía y la autoridad (como todo en el acontecer humano) necesita de símbolos concretos que lo hagan entendible para todos, incluidos los más humildes y de razón más limitada. Por eso, entre otras cosas, Cristo siempre utilizó realidades sensibles para sus milagros (la arena, la saliva, etc.) y los sacramentos se dispensan con realidades concretas simbólicas (el agua, el crisma, los anillos de los esposos, etc.). Renunciar a estos símbolos es ceder a las pretensiones igualitarista de la Revolución, que precisamente lo que quiere es suprimir el orden creado por Dios. Y para ello, precisamente, se hace iconoclasta, por cuanto sabe que haciendo odioso los símbolos externos que representa tal orden de cosas acaba haciendo odioso el orden de cosas querido por Dios.