Los carlistas tradicionalistas (valga la redundancia) conocemos bien las falsedades y tergiversaciones acerca de la doctrina e historia del carlismo que desde finales de la década de 1960 sostuvieron los promotores del mal llamado Partido Carlista (agrupación hoy prácticamente desaparecida, gracias a Dios). Tales falsedades y tergiversaciones tenían un objetivo claro que ellos mismos han reconocido: desmovilizar las masas carlistas durante la transición que se avecinaba, impidiendo —en palabras del entonces huguista Carlos Carnicero— «que se consolidara en España una ultraderecha tradicionalista que hubiera sido un factor añadido de desestabilización de nuestra joven democracia».
En esta mendaz reinterpretación del carlismo, el periodista y pseudohistoriador José Carlos Clemente, fallecido el año pasado, divulgó durante décadas una cita falsa de Karl Marx en la que supuestamente el ideólogo comunista alemán habría elogiado el carlismo, afirmando que no era «un puro movimiento dinástico y regresivo», sino «un movimiento libre y popular en defensa de tradiciones mucho más liberales y regionalistas que el absorbente liberalismo oficial». La cita íntegra es la siguiente:
«El Carlismo no es un puro movimiento dinástico y regresivo, como se empeñaron en decir y mentir los bien pagados historiadores liberales. Es un movimiento libre y popular en defensa de tradiciones mucho más liberales y regionalistas que el absorbente liberalismo oficial, plagiado por papanatas que copiaban a la Revolución Francesa. Los carlistas defendían las mejores tradiciones jurídicas españolas, las de los Fueros y las Cortes legítimas que pisotearan el absolutismo centralista del Estado liberal. Representaban la patria grande como suma de las patrias locales, con sus peculiaridades y tradiciones propias. No existe ningún país en Europa, que no cuente con restos de antiguas poblaciones y formas populares que han sido atropelladas por el devenir de la Historia. Estos sectores son los que representan la contrarrevolución frente a la revolución que imponen las minorías dueñas del poder. En Francia fueron los bretones y en España, de un modo mucho más voluminoso y nacional, los defensores de Don Carlos. El tradicionalismo carlista tenía unas bases auténticamente populares y nacionales de campesinos, pequeños hidalgos y clero, en tanto que el liberalismo estaba encarnado en el militarismo, el capitalismo (las nuevas clases de comerciantes y agiotistas), la aristocracia latifundista y los intelectuales secularizados que en la mayoría de los casos pensaban con cabeza francesa o traducían —embrollando— de Alemania».
Además de Clemente (a quien Dios haya perdonado) en sus repetitivos libros, la infanta María Teresa de Borbón Parma, Fermín Pérez-Nievas Borderas y otros militantes del mal llamado Partido Carlista, reproducirían también desde los años 70 una y otra vez este texto supuestamente marxista, a fin de justificar la metamorfosis ideológica que querían imponer al carlismo. Aunque en 2001 Miguel Izu (exmilitante también del «PC») demostró la falsedad de la cita —publicando nuevamente un extenso artículo al respecto en 2013—, actualmente sigue siendo aludida por algunos ignorantes o malintencionados, e incluso la pseudoenciclopedia Auñamendi Eusko Entziklopedia la incluye a día de hoy en su entrada sobre Karl Marx.
Realmente la cita apócrifa en cuestión no es que diga nada en lo que no podamos estar de acuerdo los verdaderos carlistas: todo lo contrario. El problema es que Karl Marx jamás escribió tal cosa. Lo cierto es que, como demostró Izu, la cita mezcla partes de un texto real de Friedrich Engels publicado en 1849 en la Nueva Gaceta Renana, con las opiniones sobre el mismo del tradicionalista Jesús Evaristo Casariego, que fue quien lo tradujo al español y lo publicó en 1961 en el ABC, adjudicando equivocadamente su autoría a Marx.
La cita real de Engels, que en ningún momento teoriza sobre la naturaleza ni la doctrina del carlismo, sino que se limita a definir a los vascos seguidores de Don Carlos como «restos de una nación implacablemente pisoteada por la marcha de la historia», es la siguiente:
«No hay ningún país europeo que no posea en cualquier rincón una o varias ruinas de pueblos, residuos de una anterior población contenida y sojuzgada por la nación que más tarde se convirtió en portadora del desarrollo histórico. Esos restos de una nación implacablemente pisoteada por la marcha de la historia, como dice Hegel, esos desechos de pueblos, se convierten cada vez, y siguen siéndolo hasta su total exterminación o desnacionalización, en portadores fanáticos de la contrarrevolución, así como toda su existencia en general ya es una protesta contra una gran revolución histórica. Así pasó en Escocia con los gaélicos, soporte de los Estuardo desde 1640 hasta 1745. Así en Francia con los bretones, soporte de los Borbones desde 1792 hasta 1800. Así en España con los vascos, soporte de Don Carlos».
En realidad, como señalaba el propio artículo en ABC de Casariego (en este caso acertadamente), Marx no sentía ninguna simpatía por los contrarrevolucionarios realistas españoles —antecesores directos del carlismo— que aclamaron a Fernando VII en 1814 y 1823 (dos de las ocasiones en que el liberalismo ha sido derrotado con las armas en España), mereciendo ser considerados por Marx como «vil populacho» y «demagogia ignorante». En la doctrina elaborada por él, cualquier avance de la Revolución, aunque sea en su fase liberal, burguesa, ultracapitalista y opresora, se convierte en bueno simplemente porque «supera» a la fase anterior y avanza hacia el socialismo, primero, y el comunismo, después, fin inexorable de la historia humana. Sobre los mismos carlistas, Marx se refirió en sus artículos periodísticos a ellos como «ladrones facciosos», a Don Carlos como «el quijote de los autos de fe» y a los partidarios europeos de Don Carlos como «cretinos». Del anticarlismo de Karl Marx sí hay constancia.
Por RODRIGO BUENO CONTRERAS. Traductor | GRANADA