Por Nemesio Rodríguez Lois. Jurista e historiador. Ciudad de México.
Al igual que todos los años, la entrega de los Premios Óscar en Hollywood fue todo un acontecimiento.
Sin embargo, en la edición correspondiente a este 2019, la gran novedad fueron los premios concedidos al cineasta mexicano Alfonso Cuarón por su película “ROMA”.
Quienes estén ligeramente al tanto de lo que ocurre en el mundo de la cinematografía algo han oído acerca del argumento de dicho film.
“ROMA” trata acerca de como era la vida de una familia mexicana de la clase media que vivió allá por los años 70s. en la Colonia Roma (de ahí el título de la película) en la Ciudad de México.
La gran protagonista es Cleo -interpretada por Yalitzia Aparicio- quien, aparte de trabajar como sirvienta, realiza tal número de funciones que, de hecho, si ella faltase todo se vendría abajo.
Cuando Alfonso Cuarón le dio vida al argumento su intención fue hacerle justicia a un sufrido sector de la sociedad mexicana que durante mucho tiempo ha vivido dentro del estrecho círculo del desprecio y de la marginación.
Yalitzia Aparicio, indígena originaria de Tlaxiaco (Oaxaca) representa muy bien su papel, dando vida a esos millones de indígenas mexicanos que son tratados como si fuesen esclavos.
Una realidad que no podemos negar pero que, si se analiza de manera superficial, puede hacernos caer en un estéril enfrentamiento muy similar al de la lucha de clases.
Es aquí donde nos preguntamos: ¿Cuál es la causa de que nuestros indígenas padezcan tan triste abandono?
Es muy fácil repetir viejas tesis y decir que todo se debe a la herencia colonial que recibimos de nuestros antepasados españoles.
Es muy fácil no pensar, no investigar y repetir como loros lo que otros han dicho.
Es aquí donde aprovechamos para recomendarles a nuestros amigos lectores un libro cuya lectura disipará muchas dudas: “IMPEROFOBIA Y LEYENDA NEGRA”, cuya autora es María Elvira Roca Barea y que ha sido editado por Siruela.
La autora nos dice lo siguiente: “Desde que llegaron al Nuevo Mundo, en 1510, los dominicos tomaron sobre si la defensa de los indígenas y la denuncia de las injusticias que con ellos se cometían” (Op. Cit. Página 319)
Los dominicos, frailes de hábito blanco y capa negra, no hacían más que cumplir las instrucciones expresadas en el Testamento de Isabel la Católica pocas semanas antes de su muerte.
Y aquello que iniciaron los dominicos en la Isla de la Española lo continuaron en el resto del continente americano los franciscanos, los agustinos y los jesuítas.
La verdadera Historia nos dice que si existía un grupo racial que gozaba de todas las garantías era precisamente el indígena, cuyos miembros eran educados en los conventos de los frailes.
Vale la pena recordar que, una vez que los misioneros construían un convento, al poco tiempo a su alrededor se fundaba una población. De este modo los frailes no solamente formaban a los nuevos cristianos, sino que también los protegían de los abusos de gente sin escrúpulos.
Muchas niñas indígenas que se formaron en conventos de monjas pasaron a formar parte de numerosas familias españolas y criollas en la Nueva España. Y, gracias a la educación recibida de las religiosas, aquellas niñas -una vez que hubieron crecido- estuvieron en condiciones de educar a los hijos de sus patrones quienes, con toda confianza, les confiaban a sus hijos.
Aquí en México, hasta hace medio siglo, aún era venerada con gran cariño la figura de la nana, aquella mujer indígena que, al educar a los niños de las familias donde trabajaba, era considerada no solo como parte de la familia sino como una segunda madre. Desgraciadamente llegó el vendaval reformista y todo lo arrasó.
Tormentosos vientos liberales acabaron con la obra social de la Iglesia a mediados del siglo XIX: Los frailes fueron expulsados, sus conventos demolidos y -debido a ello- los indígenas quedaron en el mismo abandono en que se encuentra una hoja a merced del viento.
Al encontrarse sin frailes que los protegiesen, los indígenas vagaron sin rumbo fijo, quedando a merced de codiciosos caciques liberales que consideraron su trabajo como si fuese mercancía de segunda clase.
Es ahí, en las entrañas mismas del Liberalismo, donde se encuentra el origen de todas las desgracias que, al menos en México, padecen los indígenas, quienes -al no tener la protección de la Iglesia- se encuentran a merced de la explotación y de las bajas pasiones de políticos corruptos y poderosos.
Nos congratulan los premios que, con toda justicia, se le otorgaron a la película “ROMA”.
Una película que denuncia una situación injusta que lleva más de siglo y medio. Sin embargo, no hay que andarse por las ramas. Es necesario ir a las raíces, conocer las causas reales de tantas injusticias y -basándonos en la realidad- promulgar leyes sabias y justas.