Aburrido y extenso es el Cap. III sobre las Comunidades Autónomas (Tit. VIII, Art. 137-158) del texto constitucional de 1978 para España, que hace partir de cero a España y los españoles.
El texto ignoró y quebró que España sea una nación (este dato dado en el Preámbulo se pudiera cambiar por otro), una patria, una comunidad histórica con su Constitución natural, y un pactismo federativo histórico, tradicional e irrevocable de amor y solidaridad.
El texto contentó por el momento a los nacionalistas separatistas (las nacionalidades son un eufemismo), que se ocultaban para no asustar, salvo el PNV flanqueado por la Navarra a conquistar y por el terrorismo de ETA . Evitó la desigualdad política, que sonaba a herejía -hoy ya no-, con el “café autonómico para todos”. El pueblo, los poderes públicos y el Estado sustituyeron a la nación tradicional española.
El texto abrió un largo camino para que el Estado delegase cada vez más sus atribuciones a las autonomías, según hechos prácticos basados en presiones, chantajes políticos, y el lavado de cerebro nacionalista en materia educativa. Si las cosas se ponen feas, le es muy difícil al Estado recuperar sus atribuciones. Por el contario -y segunda réplica-, el Fuero es derecho propio y preconstitucional, jurídico y no político, y mucho más Derecho que Poder.
Las autonomías se diseñaron desde arriba con la ficción de surgir desde abajo. A nadie le desagradó un caramelo: el del poder del Estado, y menos a la clase política voraz que vió multiplicadas sus posibilidades. Como España era rica, no había problema en ir arruinándola hasta hoy.
La España constitucional es sobre todo un Estado (si era Nación, lo era como el escudo franquista que presidía el texto escrito), una administración pública con todo el poder o estatista, como las Constituciones liberales desde 1812. El estatismo invierte lo que las cosas son, centraliza, ahoga y se cree la única fuente del Derecho. Por el contrario y en tercer lugar, los católicos hablamos del principio de subsidiariedad, y los tradicionalistas además lo aplicamos a toda la vida social.
La diferencia entre el Estado unitario y el autonómico es de número. Unitario era Franco, y en democracia podía de haber muchos Francos -con perdón-, más altos y fuertes que él. Las autonomías son como Feudos o baronías.
Si configuraron España sobre todo un Estado -y una nación diluida-, las autonomías podrían conformar su propia nacionalidad, hasta ser Nación -¿por qué no?- en una evolución posterior, en base a la historia (hoy manipulada), cultura (artificial) y economía común (globalizadora) (Art. 143). Así llenarían de contenido la parte de Estado que les corresponde. En ello se han empeñado los separatistas de Euzcadi, Cataluña y Galicia, con el consentimiento de Madrid. Más todavía: se está viendo que el nacionalismo lleva dentro su expansionismo hacia Navarra, Valencia y Mallorca.
Estamos llegando al final de un proceso artificial, mentiroso, lleno de sufrimientos, que ha arruinado a la nación española y la ha hecho ingobernable. La culpa de las autonomías actuales no la tiene el autogobierno (autarquía) en lo que la Región histórica le compete, sino en el carácter delegado del Estado, el estatismo actual, el igualitarismo inicial, el vaciado de qué es España y del orgullo de ser español, y la manipulación de las palabras. El vacío del laisser faire, laisser passer del liberalismo voluntarista, lo rellena muy bien y con ventaja el nacionalismo no voluntarista a lo italiano y alemán, que en España es separatista. Más que la Nación española (que un tradicionalista rechaza si es a lo moderno), la Constitución promueve un populismo estatal y un vacío que ha conllevado naturalmente el hipotecar España y la nación histórica española (tradicional y no nacionalista) a los separatismos de las pretendidas Nación-Estado periféricas, estatistas como el fascismo de antaño.
Por José Fermín Garralda Arizcun Este artículo se publicó primero en Ahora Información: De la Constitución al separatismo