Hace solo unos meses la sociedad española andaba dividida entorno a La Manada, aquel grupo de cinco jóvenes sevillanos que había tenido acceso carnal grupal con una joven madrileña, y que una parte de la sociedad entendió no fue delictivo por cuanto suponían que la joven había accedido voluntariamente; que otra parte entendió, conforme a la Sentencia que les condenó, que solo había sido abuso sexual; y que las organizaciones feministas entendieron que había sido agresión sexual.
Cuando fue hecha pública la Sentencia los grupos feministas, financiados con nuestros impuestos, salieron a las calles para sostener que existía una justicia patriarcal que debía ser sustituida por una justicia con «perspectiva de género».
Sin embargo, estas mismas asociaciones callan ante la otra manada, la formada por el «club de infancia libre». Las tres, asesoradas por la misma abogada, y con informe médicos favorables elaborados por el mismo facultativo, procedieron a denunciar falsamente a sus esposos y parejas por abusos sexuales a los hijos comunes. Y las tres, después de los archivos de las respectivas actuaciones, se liaron la manta a la cabeza e impidieron el contacto de los padres con sus hijos.
Sin embargo, estas feministas de género subvencionadas callan y nada dicen de aplicar a este tipo de delitos la «perspectiva de género», pues es verdad que en este tipo de delitos casi siempre los verdugos tienen nombre de mujer y las víctimas nombre de varón. Y es que siendo cierto que la mujer solo es responsable del 10% de la criminalidad total, es igualmente cierto que en los delitos relacionados con los menores su responsabilidad se dispara. Así, en los delitos de filicidio, neonaticidio o incluso la agresión a ancianos su responsabilidad supera a la del hombre. Así, en los casos de filicidio la autoría corresponde en un 70 % a las mujeres; y en el caso de los neonaticidios la autoría femenina alcanza al 95 % de las mujeres. Igualmente, en el delito de sustracción de menores, es mayor el número de madres autoras (más del 80 %) que el de padres. Para acudir a datos estadísticos, resulta que en el periodo comprendido entre 2010 y 2012 en la relación entre homicida y víctima se encontró que la mujer mató con mayor frecuencia que el hombre a recién nacidos (18,3% frente a 1,3%) y a menores de edad (12,9% frente al 3,5%), y ello de tal modo que cuanto menor es la víctima más probabilidad es que la autora del delito sea la propia madre.
Y es que si aplicáramos a estos casos la «perspectiva de género» resultaría que habría que agravar la pena cuando las autoras fueran mujeres, y ello por cuanto son las mujeres las que mayoritariamente cometen este tipo de delitos.
Por otra parte, lo que sí que hay que agradecer al «club de infancia libre» es haber desmontado de un plumazo el mito que sostiene la fiscalía de que solo el 0’01% de este tipo de denuncias es falso. Ya nadie cree en este mito infundado, que más bien manifiesta la incapacidad del sistema para detectar las denuncias falsas. Los motivos de esta incapacidad son varios:
a.- La fiscalía no persigue de oficio estos delitos, y lógicamente, gran parte de las víctimas de los mismos, que han sufrido durante años largos y costosos (desde el punto de vista afectivo y desde el punto de vista económico) procedimientos motivados por las falsas denuncias, no se encuentran con fuerzas y con recurso económicos para perseguir privadamente estos delitos.
b.- Por otra parte, para condenar por violencia de género basta con la declaración de la supuesta víctima, de manera tal que son frecuentes las condenas sin pruebas objetivas; sin embargo, cuando se denuncia un delito de denuncia falsa el sistema judicial no se conforma con solo la declaración de la víctima, sino que exige pruebas objetivas que no exigía para el caso contrario.
c.- Por lo demás, los propios Juzgado se dejan llevar por un sesgo a favor de la mujer, de tal manera que incluso antes los mismos delitos, cuando son declarados culpables hombres y mujeres, suele ser más leve la condena a las mujeres que a los hombres. Del mismo modo, cuando se trata de condenar a mujeres existe la percepción de que se busca un grado mayor de certeza que cuando se trata de condenar a un varón.