Hijos de la modernidad, estamos acostumbrados a pensar que el individuo es una prioridad sobre la comunidad y el Estado: primero está el individuo, luego, posiblemente, las agregaciones que surgen de la unión de varios individuos.
La perspectiva central de la Política de Aristóteles es completamente opuesta: partiendo de la familia como célula genética de la vida comunitaria, es evidente para Aristóteles que la comunidad es pròteron tè fùsei, «es lo primero por naturaleza» en comparación con el individuo, que es, por tanto, por su esencia, un animal sociable, político y comunitario. En palabras de Aristóteles, «es evidente, por tanto, que la comunidad existe por naturaleza y que es anterior a cada individuo» (Política, I, 2, 1253 a 25).
Contrariamente a la visión moderna que, en forma paradigmática con Hobbes, piensa en el individuo como una prioridad, Aristóteles sostiene que éste ya está insertado en el mundo en una comunidad: es la familia, la «comunidad» original (koinonia). En esta ética de la comunidad, el individuo se proyecta en la concreción de las conexiones intersubjetivas y comunitarias que lo hacen, con la Política de Aristóteles (I A, 2, 1253 a 3), un zoon politikòn, un animal «político», «sociable» y «comunitario». Exactamente lo contrario, por lo tanto, del homo homini lupus así bautizado por la antropología moderna hobbesiana.
La familia como fundamento de la comunidad es la prueba – en contra del moderno «Robinsonismo», desde Thomas Hobbes hasta Margaret Thatcher – de que el hombre es un animal comunitario, que sólo en la comunidad puede existir y que en ella llega al mundo.
Por eso, hoy el fanatismo económico de la civilización consumista, para imponerse de manera absoluta y sin trabas, debe imponer el paradigma del individuo absoluto, sin vínculo social y sin comunidad, sin familia y sin Estado: debe «desestimar» el mundo de la vida, aniquilar el Estado y la familia, el trabajo estable y la educación escolar y universitaria. Debe producir un paisaje social de-socializado formado por átomos desarraigados y sin identidad, sin vínculo social. Debe hacer que cada realidad sea «líquida» (Bauman) y a largo plazo, flexible y vacilante, siempre una cabeza reprogramable y re-definible por las necesidades de producción e intercambio.
Por esta razón, aquellos que hoy quieren criticar seriamente el «sistema atomístico» (Hegel) producido por el fanatismo económico dominante deben seguir el ejemplo de Aristóteles y el espíritu comunitario de los antiguos griegos.
Por Diego Fusaro. Traducido por Carlos Blanco. El artículo se publicó por primera vez en www.fanpage.it