“La clase obrera ha resuelto el problema de la Iglesia, sencillamente no ha dejado en pie ni una siquiera [iglesias] (…) hemos suprimido sus sacerdotes, las iglesias y el culto”.
(Andrés Nin, La Vanguardia, 2/08/36. Biblioteca de La Vanguardia)
Los templos no servirán más para favorecer alcahueterías inmundas. Las antorchas del pueblo las han pulverizado (…) Las órdenes religiosas han de ser disueltas. Los obispos y cardenales han de ser fusilados. Y los bienes eclesiásticos han de ser expropiados.
(Solidaridad Obrera, 15/08/36)
Algunos dicen que la verdad ha muerto, pero quizás sólo se ha escondido; la han escondido, sobre todo si no les es favorable, al tiempo que magnifican aquello que consideran les puede beneficiar, y todo con el objetivo de que el pueblo asuma SU Verdad, la del gobierno, la del orwelliano Ministerio de la Verdad (Minitrue o Miniver) que se dedica a manipular o destruir los documentos históricos de todo tipo (incluyendo fotografías, libros y periódicos), para conseguir que las evidencias del pasado coincidan con la versión oficial de la historia mantenida por el Estado.
De tanto mentir, tergiversar y confundir han conseguido que la verdad desaparezca. Nunca se ha mentido tanto como ahora a lo largo de la Historia, sobre todo desde el poder. Antes, la mentira tenía un precio, pero ahora es impune. La mentira ha contaminado al mundo de hoy partiendo de los palacios y ministerios del poder, descendiendo desde las alturas a la base e impregnando con su suciedad la información, la política, la cultura y la vida misma. A ese repugnante revoltijo de falsedad le llaman «post-verdad» («post-truth» dicen los anglófilos), una palabra de moda cuya mejor definición quizás sea «el reino de la mentira», pero que quiere expresar también que la verdad ya no es reconocible, ni fiable, de tanto ser violada, vejada y manoseada por gente sin ética ni escrúpulos. Y lo que es peor, no lo hacen abiertamente, sino que prostituyen la verdad de manera sibilina, poco a poco para así inocular en vena sus mentiras a los más incautos.
Viene esto a cuento de los comentarios de RTVE a la celebración, el sábado 22 de junio último en la catedral de la Almudena de Madrid, la ceremonia de beatificación de 14 religiosas de la Inmaculada Concepción, (Ordo Inmaculatae Conceptionis, abreviado O. I. C.) orden religiosa de estricta clausura monástica “para servir a Dios y a Santa María”, según palabras de su fundadora quien luego fue Santa Beatriz de Silva. Un grupo de 14 inocentes más, masacrado durante la guerra civil por odium fidei, de las cuales, ellos que tanto se preocupan de fosas y recuperar cadáveres (siempre que sean de su ideología, aunque hayan muerto en combate), solo se pudieron recuperar los correspondientes a las dos religiosas de la comunidad de El Pardo. De las otras 12 religiosas, 2 pertenecían a la comunidad de Escalona (Toledo) y 10 a la de San José en Madrid.
Mártires de El Pardo (Madrid)
En 1936, las religiosas fueron expulsadas de su monasterio, después de haber soportado el 21 de julio una noche de angustia. Varios vecinos las acogieron en sus casas. Después, los milicianos las expulsaron del pueblo e iniciaron su peregrinar por distintas casas. Primero se refugiaron en la casa de la madre del capellán del monasterio, después, les dieron asilo en casa de unos bienhechores, hasta que unos milicianos las descubrieron y se las llevaron junto al matrimonio que las acogió y otro familiar de estos. Lograron obtener la libertad para sus bienhechores. En la madrugada del 22 de agosto de 1936 fueron llevadas por la carretera de Aragón hasta Vicálvaro, donde fueron insultadas y fusiladas en un descampado. Los cadáveres fueron arrojados a las puertas del cementerio, donde el enterrador los fotografió y enterró en un lugar que marcó secretamente. El 24 de mayo de 1939, los dos cuerpos fueron identificados por la fotografía tomada por el sepulturero, procediendo a su traslado al cementerio del monasterio de El Pardo. Al cerrarse este monasterio en 2015, el 28 de noviembre del mismo año sus restos se trasladaron al protomonasterio casa madre de Toledo, donde se veneran en la actualidad, junto a los de la fundadora de la Orden, santa Beatriz de Silva. Las mártires fueron:
Madre Inés de San José: Inés Rodríguez Fernández que murió junto a su hermana, Sor María del Carmen de la Purísima Concepción (en el mundo Mª del Carmen). Nacieron en Avedillo (Zamora) el 2 de noviembre de 1889 y el 28 de octubre de 1895. En 1935 la Madre Inés de San José fue elegida abadesa, y anteriormente había sido maestra de novicias. Sor María del Carmen de la Purísima Concepción era la hortelana de la huerta conventual, humilde, natural y sencilla. Recibió la palma del martirio a los 41 años de edad y 21 de vida religiosa.
Mártires de Escalona (Toledo): En 1936, las monjas de la comunidad de Escalona, como tantos otros religiosos, fueron obligadas a
abandonar su monasterio. Trasladadas a la comandancia de la localidad, fueron interrogadas y presionadas para renegar de la fe y renunciar a la vida religiosa. Ante la resistencia de las monjas, fueron conducidas a la Dirección General de Seguridad en Madrid, y después llevadas a la cárcel habilitada en un convento de capuchinas. Al finalizar la contienda, toda la comunidad regresó a Escalona, a excepción de sor María de San José (abadesa) y sor M.ª de la Asunción, que fueron separadas del resto del grupo para ser conducidas a una checa. Fueron fusiladas en octubre de 1936.
Madre María de San José Ytoiz: recién nacida, en 1871, fue puesta en el torno de la casa de acogida de Pamplona (Navarra). Vivió su niñez en dos casas de acogida. En 1893 solicitó el ingreso en el monasterio de la Encarnación de Concepcionistas Franciscanas de Escalona. Entró como religiosa de coro y emitió su profesión religiosa el 29 de enero de 1894. Destaca su gran docilidad, su pronta obediencia y su filial confianza. En noviembre de 1911 fue elegida abadesa, cargo que llegó a ejercer 25 años por sus cualidades y valores personales. Su relación con las hermanas de la comunidad era muy maternal. Recibió la palma de martirio a los 66 años de edad y 44 de vida religiosa.
Sor María de la Asunción Pascual Nieto: nació el 14 de agosto de 1887 en Villarobe (Burgos). El 6 de junio de 1909 ingresó en el monasterio de las concepcionistas de Escalona como religiosa de coro y cantora. Ejerció como enfermera, sacristana, tornera y portera. Era muy devota de la Santísima Virgen María en su Inmaculada Concepción, y muy querida por toda la comunidad. En 1936 desempeñaba el cargo de madre vicaria. Recibió la palma del martirio a los 49 años de edad y 27 de vida consagrada.
Mártires de San José
En 1936, las monjas del monasterio de San José fueron expulsadas del mismo. La comunidad se dispersó, y algunas hermanas se refugiaron en un piso de la calle Francisco Silvela, 19. Componían el grupo:
Madre María del Carmen Lacaba Andía: Isabel del Carmen Lacaba Andía nació en Borja (Zaragoza) el 3 de noviembre de 1882. El 4 de noviembre de 1902 ingresó en el monasterio de San José. Las religiosas valoraron positivamente su labor con las novicias. Y en 1935 fue elegida madre abadesa. Elevó a la comunidad a un gran nivel espiritual, basándose en el amor fraterno y en la práctica del Evangelio. Centraba su vida en la oración. En julio de 1936 tomó la decisión de permanecer con las religiosas más ancianas, una de las cuales estaba inválida. Fue una madre espiritual llena de amor, comprensión y muy servicial. Recibió la palma del martirio a los 54 años de edad y 34 de vida religiosa.
Sor María Petra Pilar de los Dolores: Petra Manuela Pairós Benito nació en Pamplona (Navarra) el 29 de abril de 1864. Maestra nacional, ingresó en Orden de la Inmaculada Concepción el 28 de noviembre de 1887. En 1936 era la madre vicaria del monasterio. Persona de oración, cultivaba su relación de gran intimidad con el Señor en un rezo constante. Tenía facilidad para escribir, y publicó varios ensayos, como La religiosa concepcionista a los pies de Jesús Sacramentado. Poseía una exquisita delicadeza y cariño en el trato con las personas, especialmente con los pobres, por lo que se la conoce como sor M.ª Petra Pilar de los Desamparados. Cuando recibió la palma del martirio, tenía 72 años de edad y 49 años de vida religiosa.
Sor María Eustaquia de la Asunción: Eustaquia Monedero de la Calle nació en Anaya (Segovia) el 20 de septiembre de 1864. El 28 de febrero de 1887 ingresó como religiosa en el monasterio de San José. Le fue encomendado el oficio de hermana enfermera, destacando por su paciencia, cariño y solicitud para el cuidado de las hermanas enfermas y ancianas. Un proceso de enfermedad reumática fuerte y degenerativa la dejó incapacitada. En 1936, quedó a merced de las milicias socialistas de Las Ventas, que la sacaron del piso sin que pudiera valerse por sí misma y bajar las escaleras. Sufrió desamparo, espantosos dolores físicos y un trato soez e inhumano, hasta el punto de que los milicianos intentaron tirarla en repetidas ocasiones por las escaleras. Recibió la palma del martirio a los 72años de edad y 49 de vida religiosa.
Sor María Balbina de San José: Manuela Balbina Rodríguez Higuera nació en Madrid el 10 de marzo de 1886. Ingresó en el noviciado de las Redentoristas de Vitoria (País Vasco), pero por motivos de salud tuvo que volver a su casa. Una vez recuperada, ingresó en el monasterio de San José el 2 de julio de 1919. Alma amante del silencio, de la oración, de la lectura, su comportamiento con los enfermos era ejemplar, siempre llena de cariño y ternura. Supo luchar con fortaleza y voluntad, venciendo todo miedo y preocupación, cuando llegó el momento de «dar su vida por Cristo». Recibió la palma del martirio a los 50 años de edad y 17 de vida religiosa.
Sor María Guadalupe de la Ascensión: M.ª de las Nieves Rodríguez Higuera nació en 1892 en Madrid. Ingresó en el monasterio de San José con 35 años de edad, hizo la profesión de votos simples el 7 de enero de 1928, recibiendo el nombre de sor Ascensión. Religiosa humilde, llena de confianza fraterna y con espíritu de servicio, estuvo a su cargo el servicio de la portería y torno, y fue hermana enfermera. En 1936, asistía a las hermanas del piso de Francisco Silvela, 19. Tenía 44 años de edad y nueve de vida religiosa cuando recibió la palma del martirio.
Sor María Beatriz de Sta. Teresa: Narcisa García Villa nació en Nava de los Caballeros (León) el 18 de marzo de 1908. Ingresó en el monasterio de San José el 17 de junio de 1924. Fue responsable de sacristía e iglesia, secretaria de la comunidad y tornera. Era un alma de vida musical, de gran intimidad con Dios, amante de la penitencia y amiga de sus hermanas. Cuando recibió la palma del martirio tenía 28 años de edad y doce de vida religiosa.
Sor María Clotilde del Pilar Campos Urdiales: Nació el 4 de junio de 1897 en Valdealcón, localidad del municipio de Gradefes (León). Cuando tomó la decisión de entrar a la vida religiosa, su familia se opuso, pero luchó hasta obtener el permiso y la bendición de sus padres. Ingresó en el monasterio de San José como hermana en abril de 1923. Tomó el hábito el 5 de octubre de 1923, con el nombre de sor Clotilde. Tenía un amor profundo hacia la Virgen María. En 1936 había estado ingresada en el hospital, donde fue sometida a una operación que le causó muchos e insoportables dolores, pero nunca se quejó de nada. Recibió la palma del martirio a los 39 años de edad y 13 de vida religiosa.
Sor María del Santísimo Sacramento: Manuela Prensa Cano nació el 25 de junio de 1887 en El Toboso (Toledo). Cuando tenía 8 años se trasladó a vivir a Madrid, ya que sus padres fueron los recaderos o mandaderos del monasterio de San José. Entró religiosa concepcionista franciscana vistiendo el hábito el 5 de abril de 1905 y tomando el nombre de sor María del Santísimo Sacramento. Era la organista de la comunidad, y directora de coro e iglesia. Llegó a ser secretaria, y abadesa de la comunidad. Cultivó su alma por medio de una vida interior de recogimiento y silencio, siempre dada a la presencia de Dios, lo que la condujo a ser maestra de novicias. Antes de morir, transmitió a las hermanas el ánimo de superación, y la idea muy clara de que tenían que «morir por Cristo». Cuando recibió la palma del martirio tenía 49 años de edad y 31 de vida consagrada.
Sor María Juana de San Miguel: Juana Josefa Ochotorena Arniz nació el 27 de diciembre de 1860 en Arraiza (Navarra). Ingresó en el monasterio como hermana, tomando el nombre de María Juana de San Miguel. Era un alma muy interior, silenciosa en extremo, sencilla y dada intensamente a la contemplación. Asidua lectora del Evangelio, meditaba diariamente un pasaje de la Pasión de nuestro Señor. En 1936 era una de las hermanas enfermas, pero «no lo sabía nadie, solo la madre abadesa», y sufría en silencio su delicada y dolorosa enfermedad. Recibió la palma del martirio a los 75 años de edad y 57 de vida religiosa.
Sor María Basilia de Jesús Díaz Recio: nació el 14 de junio de 1889 en la aldea burgalesa de Santa Coloma de Rudrón. Ingresó en el monasterio de San José como hermana el 10 de enero de 1921. Practicó el desprendimiento interior y exterior en grado extraordinario, madurando su corazón y su vida, para ofrecerlos al Señor el día de su martirio. Cuando recibió la palma del martirio, tenía 47 años de edad y 15 de vida religiosa.
El 7 de noviembre de 1936, cuando bajaban a refugiarse en el entresuelo, un grupo de milicianos entró preguntando por las religiosas: habían sido denunciadas por la portera de un edificio vecino. Las sacaron a todas y las subieron a un camión. Nunca más se supo de ellas. Y como no se encontraron sus cuerpos, RTVE, en la retransmisión de la ceremonia de beatificación dijeron que “habían desaparecido”, como si se hubieran esfumado por arte de magia o se hubieran ido de paseo agarraditas del brazo de los milicianos; cualquier cosa menos decir que fueron, como otras 283 religiosas más, maltratadas, violadas y asesinadas, posiblemente hasta con descuartizamiento, como aquellas pobres que cayeron en manos de Alfonso Laurencic[1] en Barcelona, a las cuales despedazó antes de tirarlas a los cerdos que mantenía en su corral. Quizá este chequista[2], −al igual que los 335 que Carmena quería homenajear−, esté reivindicado por las izquierdas por haber sido sometido a un proceso sumarísimo por la justicia de Franco que le llevó inmediatamente a la muerte después de concluir la guerra, es decir, el 12 de julio de 1939, a los tres meses y medio de finalizar la contienda.
El fotoperiodista Eloy Alonso da visibilidad a los muertos y desaparecidos durante la Guerra Civil española (1936-1939) través de la muestra ‘Las fosas del olvido‘. El fotógrafo, que dice buscar «dignificar la memoria», ha reivindicado la necesidad de mostrar «una historia que durante más de cuarenta años ha estado oculta» y que no afectó a un único bando en los que hay desaparecidos en zanjas y cunetas en las que se enterró a miles de personas sin identificar. Efectivamente, pero a pesar de lo que dicen, solo se preocupan de los muertos que consideran represaliados, nunca de los que ellos habían causado anteriormente y de cuyos restos jamás se han preocupado, bien es verdad que a los que hacían “desaparecer” tirándolos por escolleras, puentes como los del Segre o Cinca, éstos, no tienen derecho ni a “las fosas del olvido”, sólo a que, displicentemente, se diga que desaparecieron como si hubiera sido voluntariamente.
Es cierto que el exterminio de religiosos que se dio en España durante la guerra civil fue un acto prácticamente continuado a lo largo de la historia contemporánea de España anterior a la Guerra Civil de 1936. La violencia ejercida en contra de las personas relacionadas con la Iglesia católica, los símbolos de su religión o sus intereses, ha sido estudiada por su carácter recurrente y prolongado en el tiempo como uno de los rasgos más destacados del anticlericalismo español, que surgido en el ideario político liberal, luego sería retomado por las corrientes republicanas más radicales y del movimiento obrero. Los asesinatos en el bienio de 1822-1823 (durante el Trienio Liberal), la matanza de sacerdotes en Madrid durante las Guerras Carlistas y luego, durante los episodios de la Semana Trágica de Barcelona de 1909 son los ejemplos de violencia más significativos del periodo anterior al establecimiento de la Segunda República y muestran la existencia de un significativo sentimiento anticlerical en la sociedad española.
En vísperas de la proclamación republicana, la Iglesia Católica era una institución identificada por una parte importante de los españoles con parte de los estamentos del poder heredados del Antiguo Régimen junto a la Corona, a la que apoyaba en su acción política en la misma extensión que la de los sectores promonárquicos y de la oligarquía, coincidiendo en las reclamaciones para conservar sus privilegios sociales y económicos tradicionales. Desde esta perspectiva también, la mayoría del clero se había asociado a los intereses de la clase propietaria e incluso, se le asimilaba directamente con esta clase social. Los medios de comunicación y el discurso de los políticos, generalmente desde los movimientos obreros y el republicanismo, pero también desde algunas posiciones reformistas del propio movimiento monárquico, justificaban e incluso alentaban la hostilidad de las clases populares hacia la Iglesia y su jerarquía. Y como muestra, estos versos publicados en el “Eco del Pueblo” (Albacete, 10 de junio de 1931):
Obispos, curas y frailes,
No os metaís en jaleos,
Porque podrían arder
Hasta los mismos manteos.
Ardieron efectivamente. Al incendio de templos siguió la persecución legal, el vilipendio de políticos, el saqueo y destrucción de sus bienes inmuebles (frecuentemente artísticos y de gran valor) cuando no expolio y hurto. Profanación de edificios e instituciones religiosas en las que llegarían a exhumar y ultrajar momias y reliquias. En abril de 1939 el saldo de religiosos asesinados durante aquella orgía de sangre era de 6.832: 4.184 entre el clero secular (incluidos seminaristas), 2.365 religiosos y 283 religiosas.
Aunque reclamado por el régimen franquista la consideración de mártires para tantos religiosos asesinados y a pesar de su estrecha relación con la Iglesia católica, no fue hasta después de la Transición Española, que la Santa Sede, durante el papado de San Juan Pablo II y tras la modificación en 1983 del Normae servandae in inquisitionibus ab episcopis faciendis in causis sanctorum el Código de Derecho Canónico aplicable y vigente hasta entonces, que establecía un plazo mínimo de cincuenta años antes de presentar los procesos en Roma, impulsó numerosas causas de beatificación y canonización, generando un polémico debate entre distintos sectores de la sociedad española, que desembocaron a partir de 1987 en las primeras ceremonias.
En el contexto de la controvertida iniciativa del Gobierno español presidido por José Luis Rodríguez Zapatero sobre la Ley de Memoria Histórica y a pesar de las críticas recibidas, la Santa Sede, prosiguió con las causas de beatificación en las que figuraban distinto número de mártires, pero fueron muy llamativas dos masivas ceremonias de declaración de beatos mártires en otoño de 2007 y el 13 de octubre de 2013. En la primera, el cardenal José Saraiva Martins proclamó beatos en el Vaticano, en nombre del papa Benedicto XVI, a 498 españoles, (210 nacidos en Castilla y León). De los beatos proclamados, dos son obispos (de Ciudad Real y Cuenca), 24 sacerdotes diocesanos, 462 miembros de Institutos de Vida Consagrada, un diácono, un subdiácono, un seminarista y siete laicos. En la segunda ceremonia fueron 522 mártires pertenecientes a 33 causas. Entre ellos hay 3 obispos, 82 sacerdotes diocesanos, 3 seminaristas, 15 sacerdotes operarios del Sagrado Corazón, 412 consagrados y 7 laicos cuyas causas fueron introducidas por distintas diócesis.
Al principio, cuando en 1999 Karol Wojtyla canonizó a nueve religiosos fusilados durante la Revolución de Asturias de 1934 representantes del Gobierno asturiano no asistieron por considerar que estos gestos «no contribuyen a superar el odio de la división entre las dos Españas de aquella época«, considerando en un mismo nivel a asesinos y sus víctimas. En ceremonias posteriores consintieron asistir diversas personalidades políticas a pesar de la polémica desatada en España por parte de las izquierdas y los grupos anticlericales. En total fueron beatificados 977 y proclamados santos once en otras tantas ceremonias celebradas en el Vaticano, aunque según datos de la Iglesia española los mártires de los años 1934 y 1936-39, durante la Guerra Civil española, enmarcados en lo que Juan Pablo II denominó «Mártires del siglo XX», pueden ser unos 10.000 muchos de los cuales también “desaparecieron” como dijo el reportero de TVE, en la retransmisión del acto sin aportar más datos sobre la «volatilización» de las 14 religiosas de la OIC beatificadas últimamente.
La Plataforma por una RTVE Libre ha criticado la cobertura que se ha realizado en la televisión pública. «Intolerable el telediario de TVE: ‘Las monjas beatificadas desaparecieron porque se las llevó un grupo de milicianos’. Avergonzáis el periodismo libre y Radio Televisión Española. Fueron violadas y asesinadas», dijo la plataforma a través de su perfil de Twitter.
«¿Alguien puede imaginar que se informara así de las ‘13 rosas’? El sectarismo de algunas personas da mucho asco», continúa. Lo cierto es que las monjas soportaron todo tipo de vejaciones y torturas por parte de los milicianos republicanos para, finalmente, ser fusiladas. Sus cuerpos todavía hoy se encuentran desaparecidos en alguna de las muchas fosas comunes que proliferaron en los años 30 en España, pero estos no se buscan.
Se ha dicho desde hace tanto tiempo que «una mentira dicha muchas veces se transforma en verdad», que no es nada nuevo bajo el sol. Es cierto que debido a que de tanto mentir, tergiversar y confundir han conseguido que la verdad desaparezca. Nunca se ha mentido tanto como ahora a lo largo de la Historia, sobre todo desde el poder. Antes, la mentira tenía un precio, pero ahora es impune. Practican este deporte con especial dedicación contra los hechos de la guerra civil y todo lo relacionado con la Iglesia Católica. A veces lo hacen de manera ridícula, como ocurrió con el comentario del periodista de Telemadrid que con pasmosa tranquilidad calificó de desfile como si de un acto militar se tratara, la retransmisión de la procesión del Corpus Christi en Toledo, cuando se trata de una solemnidad católica, eucarística de tradición muy antigua que se celebra cada año en esta ciudad. Es la fiesta principal de los toledanos y de gran notoriedad entre los católicos españoles, habiendo sido declarada en 1980 de Interés Turístico Internacional. O bien este señor desconocía la importancia de la celebración o, como en tantas ocasiones, trataba de tergiversar la esencia de la fiesta.
Se ha olvidado que la mentira es una de las peores cosas que un ser humano puede hacer. Se ha banalizado la mentira, la calumnia, la ofensa, ahora se puede decir lo que se quiera e incluso atacar a cualquiera y con sólo el hecho de decirse ya parece que eso existe y es real y no se es castigado por ello..
Surge últimamente otro caso de “voladura” de la verdad. Se trata de la denuncia que el líder del PP ha expresado por la entrevista que hoy 26 de junio de 2019, TVE realizará a Arnaldo Otegi en el canal 24 Horas porque según el citado político se debe a la intencionalidad de «instrumentalización» por parte del ente público con el objetivo de «intentar blanquear» a Otegi para que la sociedad acepte el pacto o rendición de Pedro Sánchez con Bildu. Dentro de unos años nuestros jóvenes ya no recordarán las hazañas de Otegi y solo tendrán presente una entrevista que seguro presentará su cara más amable. De nuevo el Miniver….
[1] Nacido en Francia, de padres austriacos, de su cerebro enfermizo saldrían las checas más diabólicas en tiempos de la Guerra Civil española.
[2] Las checas eran las cárceles privadas controladas por los partidos políticos y las organizaciones de izquierda, donde se torturaba y se asesinaba, bien dentro de la propia checa bien fuera de ella Cientos de infelices fueron torturados y asesinados en ellas durante la guerra civil.