Hace ya unos días que el general Sanz Roldán, al cumplir los diez años de dos sucesivos mandatos, ha cesado en su cargo de director del CNI, Centro Nacional de Inteligencia, y a sus 75 años y después de alcanzar el máximo empleo en la carrera militar se ha ido a su casa con el agradecimiento de las altas magistraturas de la nación. Ahora la importancia del asunto parece limitarse a ver si el sucesor es una sucesora, o no.
Lo que nosotros llamamos CNI se conoce de manera genérica en casi todas las naciones de nuestro entorno como Agencia Nacional de Seguridad, y no es baladí la diferencia porque la inteligencia se genera a partir de la información y con ella se provee seguridad, aunque en nuestro país hemos visto como, en ocasiones, en los altos niveles del gobierno parecía que interesase más la información –interesada- que la inteligencia.
Los servicios de inteligencia en España nacen a partir del antiguo Servicio de información militar, controlado por el Estado Mayor Central, posteriormente y a lo largo de una evolución que va de la mano de la propia evolución nacional, se crea en 1977 el CESID, el Centro superior de Información de la Defensa, que pasa a depender del entonces recién creado Ministerio de Defensa. Son años en los que el terrorismo etarra lo acapara todo pero, aún así, para el 2001 llega a la dirección el primer civil, un diplomático de carrera; un año después nace ya el nuevo CNI sustentado en una legislación acorde con los nuevos tiempos.
El 2004 queda para la historia por los atentados terroristas en los trenes de cercanías madrileños, lo que dará una sorpresiva victoria en las elecciones al PSOE y con ello accede a una corta y nefasta jefatura en el Ministerio de defensa José Bono que tiene tiempo para nombrar al frente del CNI a un individuo de su confianza que hundirá a la institución en el periodo más oscuro de su historia. El hecho de que el director se viese abocado a la dimisión a partir de informaciones filtradas desde el propio servicio da gráfica cuenta de cuál era la situación interna. Para olvidar.
Con la llegada del PP al poder en 2011 se produce un cambio importante; el CNI deja el Ministerio de Defensa y pasa a depender del de Presidencia lo que no debería causar sorpresa, tratándose de un servicio “nacional” y pese a la larga tradición militar de la institución, solo un pero que aducir. El cambio de dependencia suponía que proveer de inteligencia a los ejércitos dejaba de ser una prioridad para el CNI en un momento en que España desplegaba unidades por medio mundo. Somos el país con participación en más misiones europeas de todos los miembros de la Unión.
En el lado militar, en 2001, se había creado el CIFAS, Centro de inteligencia de las Fuerzas armadas, que, amparado por las mayores capacidades del CNI, vivía sumido en un dulce sopor provocado por la falta de plantilla y de presupuesto. Cuando se produce la separación, la seguridad de las tropas, esas que despliegan en misiones exteriores, queda en entredicho y el CIFAS tiene que reinventarse, con muchas promesas de por medio, para que nuestras Fuerzas no queden en precario en los países en los que despliegan y creo que, pese a la escasez de medios, no se ha hecho mal.
El mutis del señor Rajoy y la llegada del gobierno Sánchez en el 2018 nos retrotrae a la antigua situación de dependencia del Ministerio de defensa, en lo que pareció más una maniobra interna del propio gobierno que algo meditado. Pero el caso es que seguimos desplegando unidades por medio mundo y el CIFAS no parece que haya visto convertirse aquellas promesas en realidades de plantilla y medios.
España necesita un CNI y un CIFAS, el segundo en dependencia funcional del primero,pero para ello es necesario que la seguridad deje de ser un asunto de manejar información y pase a ser un tema de seguridad nacional y esto solo se alcanzará si todo ello pasa a ser una política de estado consensuada por los grandes partidos, dotándola así de la necesaria estabilidad y planificación.
Raúl Suevos
REINO DE VALENCIA es una revista editada por los CC. CC. Aparisi y Guijarro, San Miguel, Domingo Forcadell y Polo y Peyrolón.
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