Por Nemesio Rodríguez Lois
Que agradables recuerdos se presentan ante nosotros siempre que llegan las vacaciones.
Cuando éramos niños, aparte de que nuestros padres solían llevarnos a que disfrutásemos de la naturaleza en algún bello rincón de la provincia, solía ocurrir que nos recomendasen que leyésemos obras que divirtiesen, instruyesen y educasen al mismo tiempo.
Fue así como varias generaciones de niños y jóvenes tuvieron su primer contacto con Julio Verne.
Sí; aquel prolífico novelista que, con la clarividencia propia del visionario, supo adelantarse al tiempo que le tocó vivir para adentrarse en unos años venideros que -como cualquier tiempo futuro- ofrecían mil incógnitas.
Y fue así como, gracias a este prolífico autor francés, nacido en Nantes en 1828 y fallecido en Amiens en 1905, logramos acompañar a los protagonistas de las más increíbles hazañas.
Fue así como logramos surcar el espacio por medio de su novela “De la tierra a la luna” o sumergirnos en las profundidades de los océanos leyendo “Veinte mil leguas de viaje submarino”.
Y que decir cuando logramos darle la vuelta al mundo en 80 días en una muy documentada novela que fue llevada al cine teniendo como actores principales a Cantinflas y David Niven.
Pasamos momentos de incertidumbre a través de las páginas de “La isla misteriosa”, a la vez que acompañamos en su larga cabalgata por las estepas siberianas al correo del zar “Miguel Strogoff”
Novelas de acción, de aventuras, que desarrollaban de modo saludable nuestra imaginación a la vez que -gracias a la profunda cultura de Julio Verne- aumentábamos nuestros conocimientos científicos acerca del planeta de habitamos.
Un autor que logró un éxito rotundo a partir de que publicó su primera novela y que -transcurrido más de un siglo de su muerte- continúa siendo un autor de vigente actualidad.
Ahora bien, lo que la mayoría de nuestros amigos lectores ignora es que -a pesar de ser un escritor genial- una novela de dicho autor fue prohibida durante más de un siglo.
Nos referimos a “El Conde de Chanteleine” que Julio Verne pretendió publicar en 1864 pero que su editor rechazó de manera rotunda.
El veto no se debió a que la novela careciese de calidad literaria, sino que más bien tuvo razones ideológicas.
Y es que, en dicha novela, Julio Verne muestra una faceta desconocida para los millones de lectores que en todo el mundo han leído sus obras durante más de siglo y medio.
En la citada novela, Julio Verne mira con gran simpatía el alzamiento de los campesinos católicos de la región de La Vendée que, a como diese lugar, pretendían exterminar quienes gobernaban Francia durante la última década del siglo XVIII.
Se cometieron crueles matanzas contra miles de campesinos que vieron quemados sus hogares, arrasadas sus poblaciones y destruidos sus templos. Bastaba no solamente una denuncia sino la simple sospecha de ser católicos para que recibiesen la peor de las muertes, no importando que se tratase de mujeres, niños o ancianos.
Una terrible persecución religiosa como no se había visto desde la Roma de los Césares y que se repetiría con las matanzas de cristianos en Rusia, con la persecución de Calles contra los cristeros mexicanos o con las ejecuciones contra los católicos españoles durante la Cruzada del 36.
Pues bien, con el estilo ágil y ameno que le caracteriza, Julio Verne narra con lujo de detalles como se desarrolló dicha persecución, así como fue la heroica resistencia del pueblo oprimido.
Por eso fue que, obedeciendo consignas dadas por las sectas anticristianas, se prohibió que “El Conde de Chanteleine” fuera editado.
Un libro que, después de permanecer inédito durante más de un siglo, fue editado en España a principios del siglo XXI por la editorial LIBROSLIBRES.
Con gusto hemos leído la novela y -como ocurre en todas las obras de dicho autor- nos atrapó desde el primer momento, nos hizo vivir momentos de angustia, así como emocionarnos con actos heroicos a la vez que nos presenta con bello idealismo como debe ser un amor casto. Finalmente nos cuenta como fue que se ejecutó tan terrible masacre.
En todo momento, el autor manifiesta su espíritu católico y prueba del mismo son los párrafos de un diálogo que citamos a continuación:
“-Muy noble la misión del sacerdote.
“-Más noble…que la de los vendeanos y los bretones que hemos corrido a empuñar las armas en defensa de la santa causa. Yo he visto muy de cerca a esos ministros del Altísimo; los he visto bendiciendo y absolviendo a un ejército entero postrado de rodillas antes de dar una batalla; los he visto celebrando el santo oficio de la Misa, en una colina sin más altar que una piedra con una tosca cruz de leño, sin más cáliz que un vaso de barro y sin más ornamentos que un trozo de tela grosera. Después los he visto arrojarse en medio de la pelea, con un crucifijo en la mano, socorriendo, consolando y absolviendo a los heridos y a los moribundos, hasta debajo del fuego de los cañones republicanos; y allí me han parecido más venerables que en medio de las pomposas ceremonias de una catedral” (El Conde de Chanteleine. LIBROSLIBRES. Páginas 143 y 144).
Un Julio Verne que muy pocos conocen y que -a más de un siglo de su muerte- sus obras siguen haciendo las delicias de niños y adultos, especialmente en época de vacaciones.
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