El Santo Rosario es hoy tan vital para nosotros simplemente porque es el camino perfecto para penetrar los misterios de Jesús por medio de María. El Rosario es un atajo para entrar en el misterio de Nuestro Señor. Especialmente para los muy ocupados hombres y mujeres de nuestros tiempos, el Santo Rosario es un medio más fácil para meditar nuestra fe: quizás no todos los misterios, pero seguramente los misterios más esenciales de nuestra fe, los más necesarios para nuestra salvación.
Los misterios gozosos – la venida de Cristo a este mundo – nos ponen en claro que el centro de la creación no es el hombre (al contrario del culto moderno del hombre), no es el paraíso en la tierra, no es la propia corta vida, sino Cristo Nuestro Señor presente entre nosotros. Los misterios gozosos fijan nuestros ojos en El, y nos ayudan a vencer la tentación que hace que las mentiras y las ilusiones de este mundo sean el centro de nuestras vidas.
Los misterios dolorosos nos muestran el Camino que debemos vivir en la tierra: “¡Toma tu cruz diariamente!” La gran ley del amor consiste en olvidarse de uno mismo y ofrecerse para la gloria de Dios y la salvación de las almas, identificándose con los sufrimientos de Nuestro Señor.
Y los misterios gloriosos nos muestran el Objetivo de nuestras vidas: no el éxito terrenal sino la gloria eterna merecida por la Resurrección de Nuestro Señor. En estos tres misterios tenemos todo lo esencial para nuestras vidas espirituales: el fundamento (Emanuel – Dios con nosotros), el camino (el Via Crucis) y el objetivo (la gloria eterna). En este trayecto el Santo Rosario nos ilumina y nos libera del peligro de andar por el camino engañoso del mundo hacia la perdición.
Los papas lo llamaban a menudo el arma de la cristiandad. El Papa Pío XI en su encíclica Ingravescentibus Malis llamó al Rosario un “arma poderosísima para ahuyentar a los demonios, para conservar íntegra la vida, para adquirir más fácilmente la virtud, en una palabra, para la consecución de la verdadera paz entre los hombres”.
El Papa Pío XI continúa en esta encíclica: “Además, el Santo Rosario no solamente sirve mucho para vencer a los enemigos de Dios y de la Religión, sino también es un estímulo y un acicate para la práctica de las virtudes evangélicas que insinúa y cultiva en nuestras almas. Ante todo, nutre la fe católica, que se vigoriza con la oportuna meditación de los sagrados misterios y eleva las almas a las verdades que nos fueron reveladas por Dios”.