Por Por Francisco Rubiales.
La cuestión catalana es un laberinto incomprensible, un cóctel irracional en el que el gobierno catalán se alía con los terroristas urbanos y el gobierno de la nación duda entre castigar a los catalanes rebeldes o utilizar su apoyo para formar un futuro gobierno. La oposición pide mano dura en Cataluña, pero el gobierno de España parece incapaz de reprimir con la fuerza merecida lo que ya es una verdadera rebelión violenta. Los guerrilleros urbanos, entrenados y organizados con sorprendente profesionalidad, aparecen y desapareen sin que nadie sepa como lo hacen y quién los organiza. Los españoles, mientras tanto, envueltos en el miedo y la angustia, no entienden nada y se sienten manipulados por los medios de comunicación, que cubren la violencia catalana como si fuera un partido de fútbol.
Es tan extraña, compleja e insólita la España actual que es casi imposible encontrar a expertos o analistas que la entiendan en todo el mundo. Ser hispanólogo es más difícil hoy que ser vaticanólogo porque la realidad española es más indescifrable y críptica que la siempre oscura realidad eclesiástica. Hace medio siglo, los historiadores y corresponsales de prensa más conspicuos eran aquellos que se consideraban expertos en interpretar las claves y secretos del Krenlim y del Vaticano, dos mundos herméticos y protegidos por las sombras. Hoy, lo más difícil quizás sea entender a España.
España es un jeroglífico, una inexplicable república popular con un rey, un sistema que rema contra las modas y corrientes, que se autoproclama democrático pero que incumple todas las normas básicas de las democracias: ni separación de poderes, ni protagonismo del ciudadano, ni una ley igual para todos, ni un sistema de información libre que ilumine a los ciudadanos con la verdad, ni controles efectivos para los partidos y para los políticos, ni una sociedad civil fuerte e independiente, que sirva de contrapeso al poder… El sistema que emerge de la Constitución española de 1978 es un esperpento incomprensible, una exhibición grandiosa de surrealismo y locura, más parecido a una tiranía de partidos políticos con un camuflaje de lujo que a una verdadera democracia de hombres y mujeres libres.
Los ciudadanos se sienten libres, pero no lo son porque están manipulados hasta el extremo y no pintan nada en las grandes decisiones políticas, ni nadie espera que pinten algo. Los políticos y los ciudadanos españoles, separados por distancias casi siderales, ignoran lo que es la democracia y dicen que la aman y la respetan, a pesar de que han sido entrenados para odiar todo lo que suene a democracia y a tener miedo del sistema.
Así que, salvo por un milagro, la democracia ni existe ni es posible en España, mientras no cambien radicalmente las cosas y el sistema sea derruido y sustituido por otro que sea democrático de verdad.
Es más, cualquier intento de democratizar el país sería interpretado por el poder como una subversión intolerable y sería reprimido con mucha más fuerza de la que el Estado emplea en frenar el proceso independentista.
En España, como ocurre en las dictaduras, son los ciudadanos los que tienen miedo del poder político, no los políticos los que temen al ciudadano, como es preceptivo en democracia.
Cualquier «hispanólogo» tiene que aprender que España es una dictadura de partidos políticos que se empeña en disfrazarse de democracia cada día, de la que emerge un sistema sofisticado y lleno de contradicciones, donde conviven la mayor descentralización administrativa y de poder de toda Europa, plasmada en las autonomías más autogobernadas y libres, con la mayor impunidad para la clase política, que disfruta de poderes y libertades insólitas en democracia, como la ausencia de controles y contrapesos a los partidos, junto a la más escandalosa violación del sagrado principio de la separación de poderes y de respeto a un pueblo escandalosamente marginado por uno políticos españoles tan extraños, arrogantes y prepotentes que parecen surgidos de otro planeta.
España, de hecho, es el país más surrealista y contradictorio de Europa y, probablemente, también del mundo, el que disfruta de una más generosa libertad de expresión ciudadana y también el que tiene a sus medios de comunicación mas subyugados y comprados por los grandes poderes políticos y económicos. En España conviven la libertad y la esclavitud, la tiranía y algunos rasgos democráticos inigualables, la corrupción con la ejemplaridad, el latrocinio de los políticos con la generosidad cívica y actitudes tan ejemplares como la de ser líderes mundiales en generosidad solidaria y en donación de órganos.
La naturaleza del conflicto catalán es la máxima expresión del esperpento y del surrealismo español. Cataluña es la región de Europa que disfruta de más autonomía y la que es rica gracias a la aportación de los españoles y de sus gobiernos, que la han colmado de privilegios y ventajas, pero ellos, cargados de arrogancia y traición, quieren la independencia y luchan por imponerla con una furia increíble. En cualquier otro país de Europa el conflicto catalán habría sido reprimido y borrado del mapa desde el poder del Estado, pero en España, que es el país menos democrático de la Unión, se le deja crecer y avanzar, en manos de una Justicia que es lenta y está desprestigiada. Insólito y sorprendente, inexplicable y surrealista.
España también es un país sin estructura osea, es decir, sin un esqueleto que la sostenga. Sus carencias son terribles: no tiene respeto a las leyes, existe un profundo rechazo y hasta odio a la clase política, a pesar del cual la gente sigue votando a sus verdugos; la corrupción está perfectamente tolerada; el ciudadano está marginado de los procesos de toma de decisiones; la sociedad civil está tomada por el poder político, que controla hasta las universidades, los medios de comunicación, las instituciones financieras y hasta el sector sin ánimo de lucro; la economía es teóricamente libre, pero el Estado influye poderosamente en todos los procesos; el país está crucificado por impuestos abusivos y por una burocracia que crea inquietud y desaliento en la ciudadanía y en las empresas; y para colmo de excentricidades y males, España vive un insólito auge del comunismo y del estatismo, cuando el resto del mundo avanza por las rutas del liberalismo. El imbécil de turno que ocupa la Moncloa se empeña en subir los impuestos y en gastar más, a pesar de que la recesión sobrevuela nuestros territorios, y cuando el mundo entero los baja.
Pero quizás la carencia más peligrosa de España es la ausencia de metas y objetivos comunes. La clase política es tan deficiente y fracasada que ha sido incapaz de congregar a sus ciudadanos en torno a ideas motrices, objetivos o metas que hagan apetecible caminar juntos hacia el futuro como nación. Las fuerzas centrífugas se están imponiendo sobre las centrípetas y la unidad se hace añicos, día tras día.
La Historia contemporánea de España, la de esta especie de república popular con monarca, es cada día más absurda, caótica e incomprensible. Muchos creen ya que el país, mal gobernado por una clase política de desecho, se dirige, raudo, hacia el desastre, mientras que los ciudadanos, todavía más imbéciles que sus políticos, se disponen a votar a sus verdugos socialistas, cuyo programa parece un plan estratégico detallado para despedazar la nación.
Por Francisco Rubiales. Este artículo se publicó primero en votoenblanco.com
Autor de los libros ‘China, nueva cultura’, ‘El debate andaluz’, ‘Democracia secuestrada’, ‘Políticos, los nuevos amos’, ‘Periodistas sometidos’, ‘Las revelaciones de Onakra, el escriba de Dios’ y ‘Hienas y buitres, periodismo y relaciones pervertidas con el poder’ y co-autor de ‘Democracia severa, más allá de la indignación’. Es profesor de postgrado en las universidades de Sevilla y Cádiz y de varias escuelas de negocios.
Autor desde 2005 del blog VotoEnBlanco.com, en el que publica a diario artículos de opinión sobre la actualidad andaluza, española y mundial.
Actualmente es presidente del grupo Euromedia Comunicación y colabora con movimientos cívicos en defensa de la democracia y los derechos de los ciudadanos.