Por Luis Antequera
Sí señores, porque cada vez con mayor claridad se revela que todo lo que se nos ha presentado como la lucha por la dignificación y la equiparación de determinados colectivos o por la protección de determinados conceptos y valores no es, a fin de cuentas, sino el disfraz que adopta el único lobby que realmente existe, el lobby humanófobo, y la única ideología que realmente existe, la ideología humanofóbica. Una ideología transversal que ha invadido todo el espacio político de izquierda a derecha, que no está dispuesta a admitir oposición ni debate algunos, preparada para usar y abusar de los más sofisticados instrumentos legislativos y comunicativos a su alcance, nutrida de abundantísimo dinero público que uno se pregunta de dónde ha salido, y que se comporta como una nueva religión, no por estatal y laica menos dogmática (incluso más que las auténticas), cuyo objetivo es la defensa de la nueva deidad laica, la “pacha mama”, “la madre tierra”, contra el nuevo leviathan del mundo, ese parásito que le ha salido que pretende poblarla y transformarla, llamado ser humano.
Si se dan Vds. cuenta, cualquiera de los aspectos que analicemos de lo que constituye hoy el debate sociopolítico conduce a lo mismo, o sea, al cuestionamiento del poblamiento humano de la tierra y su reproducción sobre ella. Con el aborto, convertido en mortíférrimo armamento de autodestrucción masiva, no se puede ver más claro; con la eutanasia no se ve peor. El lobby mal llamado feminista -y cada vez se deja ver con mayor claridad-, no pretende otra cosa que conseguir que las mujeres odien a los hombres y que los hombres teman a las mujeres, creando un ambiente de lucha de los sexos en el que el amor, la interrelación y finalmente la reproducción sean imposibles, o cuanto menos, limitados o ingratos. El igualmente mal llamado lobby gay hace mucho que renunció a luchar por la dignificación de unos homosexuales que, por lo menos en el mundo occidental, dejaron de ser discriminados hace ya largo tiempo, y sus reivindicaciones actuales no pretenden otra cosa que subvertir la institución que ha hecho posible la expansión del ser humano por todos los rincones del planeta: el matrimonio, la familia. El cambio climático –del que por cierto no cabe dudar, el clima es un ser vivo y absolutamente cambiante- o mejor dicho, la antroporresponsabilidad del cambio climático, no es, en la nueva ideología, sino una manifestación más del daño irreversible que ese ser criminal que es el ser humano le hace al divinizado planeta. El animalismo nos presenta a la entera creación como víctima del mismo criminal.
La gran innovación de la nueva ideología, la verdadera genialidad, ha sido no presentarse como un todo estanco y perfectamente estructurado, como hizo el nacionalsocialismo en Alemania o el comunismo en Rusia, con jefes carismáticos muy caracterizados y notable exaltación del líder en el que se personifica el movimiento, sino bien al contrario, como conjunto de reivindicaciones inconexas, que nada tienen que ver entre sí, todas ellas supuestamente independientes. Sólo después de mucho tiempo, y cuando ya tienen mucho terreno avanzado, empezamos los más avezados, pocos por desgracia todavía, a comprender e interiorizar que no se trata de distintas ideologías o de distintos movimientos los cuales incluso podrían llegar a enfrentarse entre sí por tener distintos objetivos e intereses, no, sino que todos ellos sirven a un jefe superior y oculto, premeditadamente oculto, que es el único con verdadera entidad: el lobby humanófobo, ese lobby que cuestiona la presencia en el divinizado planeta tierra de un ser diabólico y perverso que contra todo derecho y de manera inicua, se ha permitido poblarlo y multiplicarse en él, dominarlo y transformarlo.