Por ROBERTO LÓPEZ– GEISSMANN
La Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos para reflexionar sobre el tema “Nuevos caminos para la Iglesia y para una ecología integral”, fue anunciada por Francisco I para efectuarse en el Vaticano, del 6 al 27 de octubre de 2019. Entre los participantes a ella, se encuentran: Obispos de los nueve países que integran la Panamazonia: 4 de Antillas, 12 de Bolivia, 58 de Brasil, 15 de Colombia, 7 de Ecuador, 11 de Perú y 7 de Venezuela, 13 jefes de Dicasterios de la Curia Romana, 33 miembros nombrados directamente por Francisco I, 15 representando la Unión de Superiores Generales, 19 miembros del Consejo presinodal, 25 expertos, 55 auditores, 6 delegados fraternos y 12 invitados especiales.
El Sínodo de los Obispos fue instituido por Paulo VI en 1965 en el contexto del Concilio Vaticano II, que con Lumen gentium, había hecho énfasis en el fortalecimiento del papel del episcopado, instando a una mayor participación de los Obispos en las cuestiones de interés para la Iglesia.
Se articula en tres fases: la preparatoria, en la que se consulta a los miembros de la Iglesia acerca de temas indicados por el Romano Pontífice; la celebrativa, en donde los Obispos se reúnen en asamblea y la de actuación, en la cuales las conclusiones son revisadas para pasar a la aprobación del Papa para posteriormente ser acogidas por la Iglesia.
Frutos de la fase prepatoria son dos textos: el Documento Preparatorio y el Instrumentum Laboris.
El Documento Preparatorio, fechado el 8 de junio de 2018, está dividido en tres partes que se corresponden con el método “ver, juzgar (discernir) y actuar”. Al final presenta un cuestionario con el cual se pretendía consultar a representantes de la región amazónica, miembros de la Iglesia en general y otros, sobre preguntas elaboradas con el fin de establecer un diálogo y retroalimentación de los temas abordados en dicho documento. Entre ellos: la identidad de los pueblos indígenas, la diversidad socio-cultural de la Panamazonia, derechos de dichos pueblos, el problema ambiental y la conveniencia de que la Iglesia abra “nuevos caminos” con incidencia en sus ministerios, liturgia y teología.
El Instrumentum Laboris, publicado el 17 de junio del presente año, recoge la síntesis de las respuestas de parte de las Conferencias Episcopales y de las comunidades amazónicas y está divido en tres partes: la primera se llama La voz de la Amazonia, que pretende presentar la realidad del territorio y pueblos amazónicos; en la segunda, Ecología integral: el clamor de la tierra y de los pobres se vislumbran problemas de tipo ecológico y pastoral; finalmente, en la tercera, intitulada Iglesia profética en la Amazonía: desafíos y esperanzas, se aborda la problemática eclesiológica y pastoral.
Actualmente, el Sínodo se encuentra en fase celebrativa, a la espera de las conclusiones que elabore y a lo que apruebe Francisco I, tras su revisión, que será la fase final, de actuación, de la que manara una Exhortación Apostólica.
Como era de esperarse ante un evento que aborda temáticas complejas, el Sínodo ha despertado reacciones encontradas. Sectores indigenistas, ecologistas, liberacionistas y progresistas lo han recibido con acogida y esperanzas. Por el contrario, tradicionalistas y conservadores han mostrado desde preocupación hasta una actitud de criticismo y condena a varios puntos presentes en los textos sinodales mencionados con anterioridad y al rumbo que se le quiere dar a la Iglesia a raíz de este Sínodo.
Destacan entre los críticos, incluso cardenales de la talla de Edmund Burke y Gerhard Müller, quien fuera anteriormente Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, así como el Obispo auxiliar de Astana, Kazajistán, Mons. Athanasius Schneider, quien en colaboración con el Card. Burke y otros obispos, hicieron el 31 de mayo de este año la Declaración de verdades sobre algunos de los errores más comunes en la vida de la Iglesia de nuestro tiempo. En este pronuciamiento, se pueden encontrar críticas que tienen relación con algunos temas o ideas recogidas en el Sínodo Amazónico, como por ejemplo, la validación de saberes ancestrales y el respeto a la espiritualidad de los indígenas de esta región.
En el punto 6 de esta Declaración, los obispos que la suscriben, afirman lo siguiente: “Las religiones y formas de espiritualidad que promueven alguna forma de idolatría o panteísmo no pueden considerarse semillas o frutos de la Palabra, ya que son imposturas que impiden la evangelización y la salvación eterna de sus seguidores, como lo enseñan las Sagradas Escrituras: «El dios de este siglo cegó las concepciones para que la luz del Evangelio de la gloria de Cristo, que es la imagen de Cristo, no les brille. Dios (2Cor 4.4)”.
La preocupación se ha extendido entre diferentes grupos conservadores, que a diferencia de las posturas tradicionalistas sedevacantistas y lefebvriana, reconocen la legitimidad doctrinal del Concilio Vaticano II y de las reformas posteriores, aunque “a la luz de la Tradición” e interpretadas bajo la llamada “hermenéutica de la continuidad”. Ejemplo de ello es la Mesa Redonda organizada por Voice of the Family bajo el tema, bastante sugestivo: “Nuestra Iglesia, reformada o deformada?”, que se realizó el pasado 4 de octubre en Roma, contando con la participación de prestigiosos intelectuales, comunicadores y escritores como el Prof. Roberto De Mattei, Michael Matt, José Antonio Ureta, Michael Voris y John-Henry Westen, entre otros.
Ureta señaló que el Sínodo abandonaría la Iglesia si cambiase el sacerdocio, lo que podría suceder, por un lado, con la apertura del mismo para las mujeres, aun en el grado de diaconado, por la aprobación de sacerdotes casados como viri probati y por la democratización del ministerio sacerdotal, contemplada en el punto 127 del Instrumentum Laboris.
Por su parte, el Superior General de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, P. Davide Pagliarani, opina que los cambios e ideas propuestos en el marco del Sínodo, son solo continuidad del espíritu del Concilio Vaticano II. En una entrevista realizada el 12 de septiembre del año en curso, afirma lo siguiente: “La Iglesia sinodal, siempre en escucha, constituye la última evolución de la Iglesia colegial, predicada por el Concilio Vaticano II. Para dar un ejemplo concreto, de acuerdo con el Instrumentum laboris, la Iglesia debe ser capaz de asumir y adoptar elementos como las tradiciones locales del culto de los espíritus y las medicinas tradicionales amazónicas, que recurren a supuestos «exorcismos». Dado que estas tradiciones indígenas están enraizadas en un suelo que tiene una historia, se deduce que este «territorio es una referencia teológica y una fuente particular de la revelación de Dios»; razón por la cual, debemos reconocer la riqueza de esas culturas indígenas, pues «una apertura no sincera hacia el otro, lo mismo que una actitud corporativa, que reserva la salvación sólo a su propia fe, destruyen esta misma fe». Da la impresión de que, en lugar de luchar contra el paganismo, la jerarquía actual pretende asumir e incorporar esos valores. Y los encargados del próximo sínodo se refieren a esos «signos de los tiempos», queridos por Juan XXIII, que hay que escrutar como signos del Espíritu Santo”. Y más adelante, continúa: “Plataforma, foro, sinodalidad, descentralización… todo eso no hace sino confirmar la raíz eclesiológica de todos los errores modernos. En este magma informe, ya no hay una autoridad superior. Es la disolución de la Iglesia tal como la estableció Nuestro Señor, que, al fundar su Iglesia, no abrió un foro de comunicación, ni una plataforma para intercambios, sino que le confió a Pedro y a sus Apóstoles la tarea de pastorear su rebaño, y de ser pilares de verdad y santidad para conducir las almas al Cielo”.
Algunos detalles curiosos dentro de los textos sinodales:
-Lenguaje, conceptos y categorías de uso común en la teología de la liberación o en ciencias sociales, como: buen vivir, estructuras, alteridad, liberación, opción por los pobres, inserción e inculturación, colonización, etc.
-Las referencias sobre las que se basó el equipo redactor de los documentos, son principalmente textos de Francisco I, especialmente su Laudato Sí, algunos de Juan Pablo II y Paulo VI, documentos de Vaticano II y de sínodos posteriores. Apenas se cita a un padre de la Iglesia (San Ireneo), pero de allí, tal parece que no se le tomó ninguna atención al magisterio católico, salvo al magisterio originado en Vaticano II y el posconcilio.
-Se propone el novedoso concepto de “conversión ecológica”, que significa, en palabras del Documento Preparatorio, “liberarnos de la obsesión del consumo”, y “asumir la mística de la interconexión y la interdependencia de todo lo creado” (Punto 13). El concepto de gracia y el fin trascendental teocéntrico de la conversión ceden a un cambio de relación del ser humano con respecto al orden natural.
Frente a estos y más aspectos que trae a colación el Sínodo, me parece válido preguntar si realmente la Iglesia, adoptando ese “rostro amazónico” no perdería el suyo propio, que es católico, y por tanto, universal, y si enrumbándose en esos “nuevos caminos”, no acabaría por perder su ortodoxia y ortopraxis, asumiendo no ya una reforma necesaria para mejor propagar su mensaje e insertarse en el mundo, sino provocando una alteración grave a su identidad, a su esencia, cambiando no solo de rostro, pero también de ser.