Muchos creen que la Historia se explica por la presentación inicial de los media, pero es muy al contrario, como a menudo, muy a menudo, lo prueba la interpretación de sus posteriores investigaciones que, con frecuencia destapan una estrategia hacia la dominación económica. Así, la mayoría de los grandes atentados se planearon minuciosamente con el objeto de tapar no sólo su preparación y ejecución sino, más cierto e importante, sus inspiradores, el fin último y los beneficiarios.
¿Mató a Kennedy, como se ha sentado oficialmente, un fanático castrista llamado Lee Harvey Oswald? Sólo es seguro, y no del todo, que Oswald fue un ejecutor. ¿Quién se cree que a Oswald lo mató “por pariotismo» el hampón Jack Ruby y a éste, días después, un virus del hospital donde ingresó para tratarse un cáncer? ¿Fue casualidad que el príncipe Don Alfonso de Borbón-Dampierre, Duque de Cádiz, muriese al poco de ser reconocido heredero de la corona de Francia, precisamente guillotinado por el cable de una pista de esquí, en Colorado, USA? ¿Por qué todavía nada se sabe de los inductores del atentado de Atocha, Madrid, en vísperas de las elecciones de 2004, ganadas por el señor Zapatero y su gentilhombre Rubalcaba?
Parecidas preguntas podemos hacernos respecto a los magnicidios de Prim, de Cánovas, de Canalejas, de Dato… y tantos más que dejo a cuenta del lector. Casi siempre con un Alí Agca de turno, que sea el que sea nunca sabe nada de nada. Por cierto, en febrero de 1979, en el mensual ”Lettres Politiques” (B.P. 300-16, 75767, París, Cedex), que entonces dirigía Jacques Ploncard D’Assac, se advertía de que no más tarde de 18 meses el Papa Juan Pablo II sufriría un atentado mortal.
En la muerte de Calvo Sotelo es muy sospechosa la conjunción de misterios y rarezas para que se oculte su vileza; y que su extrañísima ejecutoria no nos lleve hacia algo más que piques parlamentarios. Aquello de: Este hombre ha hablado por última vez, que dijera la diputada Dolores Ibárruri, «Pasionaria», puede haber sido –fue, digo yo- algo más que una amenaza de enemiga política. En verdad, eliminar a Calvo Sotelo, aun como incómodo parlamentario, o china en el zapato revolucionario, no tenía mucho sentido pues que la derecha española estaba bien surtida de tribunos, como años después se comprobó. Tenía que haber algo más…
Y es que el de Tuy tenía en su historia prendas de muy alto valor que – es una hipótesis – debían ser “castigadas” para escarmiento. Porque Don José Calvo Sotelo en el Gobierno del Rey don Alfonso XIII, presidido por el General Primo de Rivera, era un Ministro de Hacienda de muy brillante cuidado del Tesoro de España. Especialmente en protegernos de la avaricia de las grandes petroleras americanas, en aquellos años los grupos Deterding y Rockefeller, que estrangulaban nuestra entonces modesta industria.
Esta situación fue encarada por Primo de Rivera al crear, a propuesta de Calvo Sotelo, la Compañía Arrendataria del Monopolio de Petróleos, S. A., la conocida CAMPSA, cuyo 30% de capital se reservaba el Estado Español. Lo que aseguraba al Gobierno de España nada menos que la fuente de energia necesaria para su plan de desarrollo. Tamaña insolencia provocó inmediatas maniobras internacionales de dumping, bloqueo comercial y presiones financieras lideradas por las petroleras y por sus Bancos. Por ejemplo, la peseta cayó de un contravalor de 5 francos a casi 2,5.
En rápida reacción, Calvo Sotelo se zafó de las zancadilla obteniendo la ayuda de dos importantes nuevos socios: el señor Dimitri Novachine, gestor del inmediato suministro del petróleo ruso; y el banquero Loewenstein, directivo de la Banca Bauer y Marchal. Este último determinante para que España negociara con el Sindicato Ruso de la Nafta.
¿Cómo terminaron estas escaramuzas?
El General Primo de Rivera murió solitario en la habitación de un hotel de París, por extrañas complicaciones de su diabetes. Los médicos forenses solicitaron la autopsia que les fue denegada “por impertinente”.
La Banca Bauer y Marchal, en pocos años quebró y su directivo, el señor Loewenstein, desapareció de este mundo al “caerse” de un avión en vuelo sobre el mar.
El señor Dimitri Novachine fue acribillado a balazos en una calle de París, de lo cual la Sûreté nunca supo concluir una investigación.
El rey Alfonso XIII dejó el trono al peligrar su cabeza por la irrupción republicana. Señalemos, así de paso, que de su costo dinerario poco de cierto se ha sabido, todavía, de quienes, de dónde y cómo se financió.
Calvo Sotelo, que un 13 de abril de 1931 hubo de exiliarse en Lisboa porque su rey se marchó, cinco años más tarde y otro día 13, el del mes de julio de 1936, fue muerto de dos tiros en la cabeza en una camioneta de la Dirección de Seguridad, del Gobierno de la Segunda República Española. Era el único que quedaba vivo de aquellos impulsores y creadores de la CAMPSA.
Este artículo se publicó por primera vez en el periódico Periodistas Digital.