No es que pueda definirme como un gran experto en negociaciones; sin embargo, por mis destinos y comisiones de servicio en OTAN, Misiones ONU, Agregado de Defensa en dos países en el extranjero y como Jefe de la Sección de Cooperación Cívico Militar en AFSOUTH (Nápoles) durante los tres primeros años del conflicto de Kosovo, me he visto envuelto en numerosos procesos de ese tipo.
En algunos, he tenido un papel muy activo hasta el de protagonista principal; en otros en cambio, he sido un mero observador y, bastantes veces he jugado el papel de mediador o árbitro, lo que ahora se denomina utópicamente como el “relator”.
Cualquier proceso de negociación no es una cosa simple ni sencilla; en todos ellos se aprecian y precisan, al menos, dos bandos o partes claramente definidas; ambas tienen una bien marcada -aunque no siempre muy clara y oculta a veces – agenda, unos objetivos o exigencias de máximos y de mínimos de los que nunca se suelen apear, a no ser que uno o los dos den por totalmente perdido el proceso. También, suelen aparecer otros actores involucrados como personas relevantes, partidos políticos, grupos económicos, países o alianzas de aquellos, con ganas o fuertes intereses por que una o ambas posiciones alcancen un compromiso o acuerdo definitivo a la más próxima o no muy dilatada ocasión.
Suelen ser planeados entre similares, iguales o pares; principio fundamental para que un proceso o encuentro de este tipo sea calificado como tal. Semejanza o equiparación que se debe reflejar o tener en cuenta dada la capacidad respectiva de influir en el contrario, en que el resultado final tenga o no la posibilidad de condicionar el bien general de un amplio colectivo o en ser la causa o motivo del inicio de un conflicto de mayor intensidad, si es que dicho proceso no acaba satisfactoriamente para ambos o lo hace de forma muy perjudicial para uno de ellos.
Se suelen plantear sobre un programa y un calendario, aunque estos pueden ser solamente indicativos u orientativos y generalmente, de no cumplirse este último, no aparecen obligatoriamente consecuencias de ningún tipo. Ambos elementos pueden fijarse por las partes directamente o plantearse para su consenso a través de los mencionados intermediarios.
Estos procesos no necesariamente deben discutirse al máximo nivel, suelen crearse grupos de trabajo de niveles intermedios con cierta o limitada capacidad de negociación y/o cierre de acuerdos para temas de poca relevancia, menor importancia, flecos derivados de los puntos principales o para evitar largas conversaciones y encuentros entre aquellos máximos responsables de las partes; quienes prefieren permanecer en segundo plano durante los momentos más pesados, monótonos o de gran dureza y desgaste por lo complicadas que puedan resultar las negociaciones en algunos casos.
Se suelen levantar actas -oficiales o no- sobre dichos encuentros o reuniones para evitar malos entendidos, falsas interpretaciones o infundadas esperanzas en aquellos que buscan en cualquier gesto la aseveración de lo solicitado, cuando en realidad, no supone más que un ligero acercamiento de posturas o alguna aclaración de conceptos, sin que ello signifique un acuerdo y/o cesión alcanzada y cerrada. Hecho este muy comprometedor por ser origen de ciertas filtraciones a la prensa; porque pueden poner en entredicho la limpieza de los temas tratados o de los acuerdos alcanzados y/o por dejar al descubierto reuniones que, por lo general y sistemáticamente se desmienten o, al contrario, se dan por hechas sin ser ciertas.
Sentarse a la mesa de negociación no supone que la permanencia en la misma sea hasta el momento de la adopción de decisiones de caldo. Son frecuentes los casos -sobre todo en los momentos en los que las exigencias de una de las partes son difíciles de asumir por la otra- en los que las negociaciones se rompen y la mesa se levanta sin ningún acuerdo importante. Hay situaciones en las que, a pesar de dicho levantamiento, el acto no supone una rotura completa; puede ser usado como un tiempo de descanso o cómo el fulcro sobre el que apoyar el inicio de otro proceso posterior o complementario.
En cualquier caso, una vez admitidos los calendarios, los puntos o programas de negociación y haberse sentado a la mesa, es ya muy difícil negar los hechos o tratar de justificarlos como un simple encuentro sin importancia, cierto acercamiento de posturas o como un acto de buena voluntad y sin trascendencia alguna.
Todo lo anterior, supone un cierto grado de compromiso y aceptación de calendarios, programas e ideas, aunque luego se pretenda negarlo. De no aceptarse las propuestas, no existe el dialogo ni negociación y por lo tanto, huelga todo paripé posterior. Una cosa bien diferente es que finalmente no se llegue a un acuerdo satisfactorio para ambos; son temas que muchas veces se emplean para confundir, tratar de engañar o lavarse las manos ante una audiencia enfadada y expectante por el asombro que produce haber conocido la existencia de tales reuniones.
Tratar de encontrar el acogimiento, liderazgo, mecenazgo o la simple intercesión y el apoyo de organismos superiores o internacionales pretendiendo otorgarles cierto grado de influencia y capacidad de decisión sobre las partes en litigio supone un problema añadido a cualquier negociación. No siempre tales organismos tienen dicha cualidad ni capacidad para ello o no son plenamente conscientes o conocedores de los intríngulis, la legislación vigente y los principios que regulan las relaciones y posibilidades legales de las partes en cuestión.
Además, emplear dicho camino supone una tácita aceptación de la existencia de algún tipo de conflicto de cierta importancia o relevancia entre las partes, de expresar la necesidad o posibilidad de que algún ente exterior pueda o deba interceder en los asuntos que se suponen propios, que posiblemente no seamos capaces de alcanzar una solución factible para todos por y con nuestras leyes, medios y capacidades y lo que es peor; que realmente, las partes en cuestión se encuentran al mismo nivel jurídico y legal y que por ello, sea así admitido por la Comunidad Internacional. Por lo tanto, estas situaciones tan engorrosas deben evitarse, dado que las repercusiones u obligaciones derivadas de ellas pueden llegar a ser inasumibles, al menos por una de aquellas.
Estos conceptos generales y advertencias enunciadas hasta este punto, en cierto modo, vienen a colación para analizar el verdadero alcance de la situación y las consecuencias en las que España se encuentra sumida desde hace años al haberse forzado el caer en diversos y nefastos actos, a los que no hemos tenido ninguna objeción en titularlos alegre y conscientemente o no tanto, como “procesos de negociación”.
Procesos, en los que nunca se debió caer y ni siquiera admitir tal denominación, cuando existen otros caminos, modos y maneras legales de solventar las ideas, propuestas y movimientos levantiscos contrarios a la Ley en el seno de un Estado democrático y de derecho, reconocido como tal internacionalmente, acogido y amparado por todos los acuerdos y legislación internacional y miembro de pleno derecho de Organismos internacionales como la UE, la ONU y la OTAN.
Caminos, que son compatibles y en múltiples ocasiones bastan con la simple aplicación de la Ley y la puesta en marcha de las herramientas que la propia Constitución de 1978 le otorga al Estado para defenderse contra todo aquel que la intente soliviantar, anular o cambiar por la fuerza o increparla lo más mínimo; sin que nadie por ello pueda alarmarse, ni ser criticados en ninguna parte por ser de una claridad y garantía jurídica igual o superior a la de las leyes y normas con las que cuentan nuestros aliados, vecinos o colegas en los organismos internacionales en los que caminamos juntos.
En España se han cometido muchos errores al respecto, la extrema necesidad de votos para que se sustentasen débiles gobiernos con escasas o escuálidas fuerzas parlamentarias y la tradicional y absurda costumbre de no formar grandes coaliciones entre los partidos constitucionalistas y mayoritarios en las Cámaras, nos llevan a que los más grandes, cuando no alcanzan mayorías absolutas o por mantener lazos para cuando se precisen, se vean forzados a aliarse o negociar con partidos regionalistas, nacionalistas y hasta separatistas para conseguir de forma oscura y poco clara sus votos o abstenciones, a cambio de ignominiosas cesiones, increíbles e imperdonables transferencias de atribuciones estatales, prebendas, importantes obras de infraestructura o grandes créditos extraordinarios a fondo perdido. Actuaciones estas que nos han ido llevando a situaciones pintorescas, grotescas y de muy difícil justificación, que no creo que sea necesario enumerar por ser ampliamente conocidas por todos.
Si bien no es un problema reciente -sino arrastrado casi desde el principio de la democracia en España y que afecta a todos los partidos que han gobernado- si debe hacerse una especial referencia y mención al PSOE de los últimos tiempos. Situación que se complicó y enfangó mucho en los dos periodos gubernamentales de Rodríguez Zapatero y que ha alcanzado una situación insostenible desde la llegada de Pedro Sánchez al poder en la Secretaría General de dicho partido.
En su afán e irrefrenable ansiedad por formar gobierno como sea, no dudó en buscar increíbles alianzas con lo menos democrático y nada pro constitucional de todo el espectro político español. Alianzas, apoyos, silencios y situaciones inverosímiles con partidos nacionalistas, separatistas, populistas-comunistas, filoterroristas y territorialitas minoritarios a cambio de todo lo imaginable y no tanto para conseguir sus votos durante la moción de censura contra el entonces presidente Rajoy el 1 de junio de 2018.
Apoyos y votos, que no solo se precisan para las sesiones de investidura, sino también para lograr la aprobación de los presupuestos de la nación, la Ley más importante y transcendental para la marcha de la misma. Situaciones ambas que nos han llevado por dos veces a repetir las elecciones, prorrogar por dos años consecutivos los presupuestos que dejó aprobados el anterior gobierno y a una serie de cambalaches tan grandes y graves, que si no fuera porque son protagonizados por personas mayores de edad -que dicen ansiar dirigir los designios de España y de los españoles- diría que son propios de juveniles o personas sin ninguna o escasa formación, poca ética y total amoralidad.
Los constantes y múltiples malos ejemplos dados por el que aspira a ser nuestro presidente en lo referente a su palabra, promesas emitidas y programas esbozados durante y entre las campañas electorales y su reprobación, rechazo, cambio u olvido radical del contenido o su sentido en cuestión de horas o minutos, son muy graves y reprochables. En cualquier parte del mundo, seria invalidado para aspirar al cargo por ser impropio para el mismo una persona con una falta total de fiabilidad, por mentir descaradamente y, es más, estoy plenamente convencido de que serían sus propios votantes los que le obligarían a ello.
Pero, aquí, eso no ocurre; nada se reprocha y todo se olvida como si de un mal sueño se tratara. Los múltiples ejemplos de hemeroteca y fonoteca que recogen decenas de fingidas posturas de firmeza y claras propuestas, posteriormente convertidas en zafios y despreciables gestos de cesión, de ignominia y de falta de respeto a la inteligencia del ciudadano corriente están a la orden del día. Basta con esconderse en la Moncloa, no dar ruedas de prensa, lanzar globos sonda en boca de un gabinete de gobierno igual de falaz e inconsistente en sus decisiones como él y dejar que el tiempo y los muchos medios, redes y tertulianos afines, incluidos aquellos que no deberían serlo, hacen que pronto sanen las sangrantes o putrefactas heridas o comulguemos con ruedas de molino con una facilidad y parsimonia tremenda; así, en cuestión de pocas horas, parece no haber ocurrido nada reprochable.
Como punto aparte, pero no menos importante, conviene recordar el “manoseo” que este gobierno está haciendo del Poder Judicial en todos sus estamentos y esferas de control y trabajo. Aprovechando previos tejemanejes y apaños al respecto -elaborados gota a gota y durante bastantes años- que acortaron y acotaron en gran parte la necesaria independencia de tal poder, Sánchez no ha parado ni dudado en buscar los diversos caminos para allanar las penas impuestas, los modos de endulzarlas tras haber sido ya ebajadas al máximo y en acortar el tiempo mínimo de estancia carcelaria de aquellos que habiendo intentado dar un golpe de Estado en 2017, ahora son sus válidos interlocutores para ser investido o para aprobarle las leyes que dicte su gobierno con la necesaria anuencia de esas Cámaras legislativas que, incomprensiblemente, ahora están dominadas por aquellos fugados de la justicia o reos por golpismo (rebajados a la figura de sedición), que son los mismos que quieren romper España.
No duda en hacer ojos ciegos o en mirar para otro lado para que los cachorros de estos últimos -siguiendo métodos y procedimientos terroristas- sigan alternado el orden y campen a sus anchas a lo largo y ancho de Cataluña, paralicen la región e influyan con sus fechorías en la economía del resto de la nación. Se ha perdido el control de la seguridad y el orden en Cataluña. Por un increíble y despreciable concepto de “no molestar a los amigos” no se emplean adecuadamente los medios de las FCSE desplazados para tal respecto a la zona, y lo que es peor, se consiente que el gobierno y el parlamento catalán sigan aprobando mociones, resoluciones y desobedeciendo las decisiones de los tribunales con casi una completa impunidad y muertos de risa por ello al comprobar que no les sucede nada.
Situación, que con diversos tintes diferenciadores, se trasladan a otras regiones de España. Sus tentáculos, acuerdos y acomodos no se ciñen a Cataluña; ya operan con total impunidad y descaro -tras haber prometido reiteradamente que eso nunca sucedería- en el País Vasco, Navarra, Baleares y en la Comunidad Valenciana. En todas ellas su modus operandi ha sido igual; acercarse a aquellos separatistas, comunistas y nacionalistas prometiéndoles absolutamente todo a cambio de gobiernos en coalición o cesiones posteriores en forma de nuevos o recuperados peligrosos estatutos para cambiar y asilar del resto a dichas regiones y asegurarse, con ello, los necesarios apoyos de aquellos en las Cortes Generales de la nación.
Hace algo más de un año publiqué un trabajo al que titulé LA METAMORFOSIS; en él recogía algunos de los fenómenos recopilados de nuevo en este trabajo. Debo confesar que aparte de denunciarlos, lo hice con la vana esperanza de que por su difusión y tratamiento al descubierto, al menos algunos de ellos, quedaran relegados al cajón del olvido para no salir nunca más a la luz. Pero, veo que no; no solo no ha ocurrido lo esperado, sino, que al contrario, los problemas citados y sus retorcidos y oscuros caminos se han multiplicado. En España, al menos al nivel político representado por el presidente del gobierno, ya no existe decencia ni coherencia; se ha perdido el culto a la verdad y la honorabilidad brilla por su ausencia; todos, incluida la citada nefasta prensa, medios y tertulias no solo no los toman en consideración, sino que apenas algunos de ellos critican duramente esta nefasta situación.
Es tan horripilante el ambiente que impera entre ellos, que hasta periodistas del máximo prestigio como el tal Carlos Herrera, ha tenido que reconocer en su propio programa haber “recibido instrucciones” para no decir en antena que el presidente miente, cuando cualquier persona con la más mínima formación sabe y entiende que el Señor Sánchez, no dice la verdad ni en broma ni cuando duerme.
En 1960 el entonces ministro de información y Turismo, Manuel Fraga, acuño y lanzó al mundo una corta frase como atractivo o señuelo turístico “España es diferente”. Cuando lo hizo, no se dio cuenta que aquella lapidaria frase nos iba a perseguir durante decenas de años y ya veremos si dicho periodo, no se convierte en siglos. La diferencia con el resto de países que nos rodean, no se ciñe a nuestro atractivo como lugar de turismo, descanso o inversión; también y en mucho, se puede aplicar, como bien vemos, a lo referente a los comportamientos morales y éticos de las clases políticas que manejan a su antojo la voluntad de los votantes o manosean y amoldan el poder a su conveniencia.
Por necesidad, ansias de poder, apego a la silla presidencial, al colchón y alcoba monclovita; por aquello de figurar y aparentar, viajar en Falcón hasta para actos familiares o privados, tener una silla en los importantes foros -aunque sea en el anfiteatro o para no decir nada-, por buscarse una puerta giratoria o una paga de por vida, algunos de los inquilinos de la Moncloa han llevado al Estado al borde de su claudicación como tal; han aceptado una serie de procesos de negociación que jamás debieron ser llamados como tal, han adoptado expresiones, formas y actitudes que dan la razón y pábulo a los que quieren romper España y ya veremos donde termina esta vorágine desaforada a costa de las letras o los pagos a cuenta para poder hacer realidad sueños imposibles a no ser que se pacte con el propio diablo o se invoque su absoluta intercesión.
Ya caímos, otra vez de la mano del PSOE en los años de Zapatero, en un mal llamado proceso de negociación con ETA de tan nefastos recuerdos, aunque él aun lo sigue reivindicando como lo mejor de su mandato. Proceso del que los etarras y los partidos políticos que les sostienen han entendido que fue tal cual (una negociación en lugar de una claudicación), y por ello, ahora tienen la posibilidad y el derecho de gozar de relaciones y privilegios entre iguales como si nada hubiera pasado. Los casi mil muertos provocados por las manos, disparos y bombas de terroristas sanguinarios y los miles de familias rotas y aterradas han pasado al olvido por haber entrado, en su momento, en un proceso de negociación de igual a igual ente el Estado español y una banda de malvados terroristas que solo quieren ver u oler sangre y romper nuestra nación.