Esta semana la cosa ha ido de sentencias; unas emitidas pero aún recurribles, otras son sólo el parecer del jurado y esperan la sentencia del juez, y las más recientes ni siquiera han llegado al ámbito judicial, son asunto de la Guardia Civil. Todas ellas, cuando sean firmes, no serán más que la expresión del sentir de la ciudadanía, pues la judicatura no hace más que aplicar las leyes que antes han aprobado las Cortes, esas donde se sientan nuestros representantes, los que nosotros hemos elegido.
La primera de las sentencias ha sacado ronchas en Zaragoza, escenario de los hechos. El tipo, de origen chileno y nacionalidad italiana, venía de Barcelona donde había dejado parapléjico a un mozo de escuadra en un desalojo de okupas; se fue de bareta, por la cara, y aún dio el asunto para un documental donde los mozos eran peores que la división Das Reich de las SS. El grupo político que respalda a la alcaldesa Colau ni que decir tiene que respaldaba al individuo en cuestión.
Con esos antecedentes se vino a Zaragoza respaldado por el movimiento alternativo, ese caldo donde, como la olla aranesa, cabe todo, si lleva la vitola ultraprogresista, por etiquetarla de alguna manera. Y todo debía ir bien hasta que una noche en un bar se cruzó con un hombre que llevaba tirantes con la bandera española. El desgraciado encuentro acabó con un muerto, el de los tirantes, y, pese a las pruebas evidentes de ensañamiento, el jurado optó por la mínima. El individuo es probable que, teniendo en cuenta que ya lleva casi dos años en preventiva, salga en breve a la calle, hasta que se tropiece con otro desgraciado.
En Galicia está a punto de finalizar, en el aspecto judicial, el drama de la chica de a Pobra do Caramiñal. Un caso que, por la complicada resolución a cargo de la Guardia Civil y la enmarañada relación familiar, entre otros motivos, ha sido primera página de la prensa durante muchos meses. Con el parecer del jurado, emitido hoy precisamente, falta la sentencia que será comparativamente mucho más dura que la recibida por el encantador elemento que, en breve, volverá a campar por las calles de Zaragoza.
Zaragoza y la Pobra son casos diferentes en los que el único punto en común, aparentemente, es la importante participación del jurado popular en la resolución del caso judicial; un jurado que, desde una visión progresista, parece ser uno de los elementos fundamentales del sistema judicial. Yo, que soy lego en el asunto, pensaba que la independencia de la justicia y su adecuada dotación en medios materiales era más importante, pero se ve que la parte popular, ¿O será populista? es más importante aún.
El tercer caso nos lo trae hoy la prensa. Un anciano de 93 años mata a su esposa de 86 años afectada de alzhéimer. Su tratamiento entra de lleno desde el primer momento en lo que se considera políticamente correcto, es decir, la violencia de género. Es improbable que, aunque algunos lo puedan pensar, entre dentro de lo que llaman delito de amor. Eso, el delito de amor, son paparruchas literarias que no tienen ni pueden tener reflejo en un sistema judicial moderno, es decir, en un sistema progresista. Por lo pronto el anciano ha ingresado en prisión y ya veremos cómo acaba la historia.
Me encanta ir contra corriente. Hoy lo imperante es el progresismo sin más, ese que no necesita explicar ni tan siquiera cuál es su significado. El jurado popular es sinónimo de democracia jurisdiccional, y no se hable más. La violencia de género es unívoca, es decir, del hombre contra la mujer; lo de violencia intrafamiliar es un subterfugio de la derechona, y así vamos. De ahí al pensamiento único poco hay; de ahí a la dictadura intelectual aún menos. Y encima de todo ello los nacionalismos para aderezar la situación.
Tengo la impresión de que la sentencia de los tirantes, o la de la Pobra, están mediatizadas, como lo estará la del anciano de hoy si es que llega a un tribunal, pero no tengo claro que eso sea para el bien de los justiciables, es decir, de la ciudadanía de este país, y la situación política actual no me da elementos para pensar que las cosas vayan a mejorar. Pero es lo que hay.
Raúl Suevos