Durante más de dos siglos -a partir de la Revolución Francesa (1789)- en diversas partes del mundo se desató una furiosa persecución contra la religión católica.
Y fue así como varios países padecieron el destierro de obispos, la quema de iglesias, la demolición de conventos, el asesinato de sacerdotes, el despojo de bienes eclesiásticos, etcétera, etcétera.
Amargas experiencias de dicho furor anticatólico se dieron tanto en México como en España.
Todos coincidían en un odio a la Iglesia a la cual procuraban despojar de sus bienes para que no pudiera hacer obras de caridad, así como dejar al pueblo sin el necesario auxilio espiritual que le brindaban los sacerdotes.
En medio de tanta sangre derramada, fueron muchos quienes padecieron martirio, razón por la cual hoy en día -tanto en México como en España- son venerados como santos en los altares.
Al ver como un ataque frontal provocaba una violenta reacción popular, los enemigos de la Fe Católica decidieron cambiar de táctica: En lo sucesivo ya no cerrarían las puertas de los templos sino que mas bien se las arreglarían para que dichos templos permaneciesen vacíos.
Y fue así como pusieron en marcha todo un proceso descristianizador cuya finalidad consistiría en quitarle la fe al pueblo.
Esto es lo que se conoce como “Revolución Cultural” que consistió en que más que hacer mártires, habría que hacer apóstatas.
Un proceso descristianizador que se ha puesto en marcha en varios países de Occidentes, siendo España donde más éxito ha tenido.
Ya lo había advertido el socialista Alfonso Guerra cuando su partido llegó al poder en 1982: “Cambiaremos a España de tal modo que no habrá de reconocerla ni la madre que la parió”.
A partir de entonces, empezaron a difundirse películas, novelas, obras de teatro y programas de televisión abiertamente pornográficos; al mismo tiempo que se reformaron leyes para autorizar tanto el aborto como las uniones homosexuales.
Y lo peor de caso fue que el común de la gente comenzó a ver todo esto como lo más natural del mundo.
Han pasado casi cuatro décadas y son millones los españoles que han crecido en ese ambiente sin haber conocido algo mejor.
Una vez que se cambió la mentalidad de toda una generación, el paso siguiente consistió en reanudar los viejos ataques en contra de la Fe Católica.
Aprovechando la experiencia de sus mayores, los anticlericales de hoy se cuidan mucho de atacar frontalmente a la Iglesia, sea matando curas, violando monjas, quemando templos o desterrando obispos.
Y es que -aunque un alto porcentaje de españoles ha perdido la fe- aún quedan muchos de los de antes y no vaya a ser que -por saciar su instinto de “come curas”, tropiecen y pierdan mucho de lo ganado.
Apoyándose en la complicidad de antiguos católicos -hoy agnósticos- los anticlericales de hoy siguen los siguientes pasos:
1) Arrinconan la fe en las escuelas.
2) Legislan para que desaparezcan los símbolos religiosos en los edificios públicos.
3) Ridiculizan la fe.
Después de seguir estos pasos, poco a poco, la gente empieza a pensar que los católicos son una especie de bichos raros que están fuera de época y que no practican nada bueno, motivo por el cual lo mejor será acabar con ellos.
Que a nadie le extrañe que se llegue a las siguientes consecuencias: Primero ridiculizarán a los practicantes, luego los atacarán verbalmente y -por último- el ataque será físico tanto contra los templos como contra las personas.
El proceso llevó tiempo, pero le valió la pena a quienes lo pusieron en práctica.
Y fue así como los enemigos de antaño lograron lo que hace décadas jamás se hubieran imaginado quienes lucharon defendiendo la Fe: Que serían sus propios nietos quienes acabarían colaborando con el enemigo.