“El morir en el combate es el mayor honor. No se muere más que una vez. La muerte llega sin dolor y el morir no es tan horrible como parece. Lo más horrible es vivir siendo un cobarde”.
(del credo legionario)
Ese artículo, como todos los demás que componen el credo legionario, lo lleva el Ejército español en su ADN, como viene demostrando España desde sus famosos Tercios; sin embargo, al igual que ocurre con las personas, hay naciones con buena prensa y otras, como España, a las que ni sus muchas glorias le son reconocidas con nobleza. Aún menos se reconoce la grandeza e hidalguía de nuestros héroes que protagonizaron gestas gloriosas, pero que son perfectamente desconocidos para el público, aún español, de modo que por ese descuido o ignorancia, sigue aumentando la llamada Leyenda Negra, porque al contrario de lo que algunos opinan no va solo contra la actuación española en Hispanoamérica, tergiversando su historia, sino que va contra España, su misma esencia y sus valores.
Lo que más duele es que contribuyan a ello los propios españoles, como por ejemplo con la película «1898. Los últimos de Filipinas», dirigida por Salvador Calvo, en la que abundan las incongruencias históricas, se aparta de los hechos reales acaecidos en el sitio de Baler en diversos aspectos, como advierte al inicio de la película, añade personajes y oculta, al no hacer referencia, al teniente Juan Alonso Zayas, y a los sacerdotes Minaya y López Guillén. A los soldados españoles, empezando por sus oficiales, los presenta ofreciendo una imagen patética. Insistentes referencias a «dónde está Dios», blasfemias una y otra vez (tal vez ahora hablar así sea algo normal para muchos, pero a finales del siglo XIX no lo era ni por asomo), el sargento que es un cometanques sin sentimientos que al final manda a la mierda a España o el capitán que sólo parece preocuparse por su perrito…
Ha de notarse, y se nota, ese estado de ánimo noventayochista (la pérdida paulatina es el «leit motiv»), y sus dudas y sus flecos antibelicistas. Se muestran las penas que vivieron «nuestros» militares, las muertes innecesarias, −sea por desnutrición o descreimiento−, las enfermedades, que se los llevaron por delante, mostrándolos, sin ninguna empatía por ellos, como unos locos maltrechos. Debería conocer el famoso y galardonado director, las penalidades sufridas por un cabo valenciano de la Infantería de Marina, José Escribà Bisquert que padeció dos años de cautiverio apresado, junto a otros militares españoles, por los indios tagalos durante la campaña de Filipinas en 1898.
Salvador Calvo[1] de ideología izquierdista, quizá por ello –o para hacer méritos?,− permite que se grite «a la mierda España», quizá para congraciarse con sus conmilitones, mientras se le otorga gran dignidad al «bando opuesto», frente a la locura de aquellos militares que, cumpliendo órdenes se empeñaron en proseguir la defensa de una parte de España. Continua así con los patrones que marca el llamado cine español (lo pagamos todos pero solo va dirigido a su grey) y que se caracteriza por palabrotas, sexo, guerra civil, poniendo siempre a los republicanos como santos, con muy poco rigor histórico y sobretodo muy politizado e idiotizado, al que siguen con fervor solo los podemitas y la mal llamada “intelectualidad progre” que no tiene idea de historia[2] ni interés en estudiarla.
Contaremos pues, las causas que propiciaron la revolución filipina y ocasionaron, entre 1898 y 1899 el sitio de Baler en la isla de Luzón (Filipinas). En él quedó sitiada la guarnición, un puñado de soldados y religiosos españoles encerrados en la iglesia de San Luis de Tolosa. Allí protagonizaron una página de gloria de la historia militar durante los 337 días que duró su asedio. Ése es el hecho indiscutible.
Hay que señalar, que, como en tantas otras ocasiones, la Masonería fue ”la mano que meció la cuna”. Los primeros masones filipinos seguramente se iniciaron en París, Londres y Madrid, pero en todo caso, es el mismo Morayta[3] quien dice que las enseñanzas de la secta fueron llevadas allí en 1856 por el alférez de navío, luego general, Malcampo, y continuadas en 1859 por el marino Méndez Núñez[4] y quizá también por el médico Mariano Martí, asimismo español, quien instalaría algunas logias efímeras en 1854 y que él mismo, con don Rufino Pascual Torrejón, organizaría en 1875 otras diez, que dependían del Gran Oriente de España y cinco del Gran Oriente Español y cuatro de orientes extranjeros o ritos diferentes, que extendieron su labor por todas las islas.
Es en torno a estos años cuando se inician en la masonería española la mayoría de los ideólogos filipinos: López Jaena, del Pilar, Ponce, Luna, Moisés Salvador, etc. Recordemos que hasta 1884 las logias no empezaron a admitir filipinos; y al principio lo hicieron de manera muy restringida. De 1887 hay constancia de que Graciano López Jaena, simbólico Bolívar, era ya grado 3.º en la logia Solidaridad n.º 359, de Madrid, siendo el único filipino en la misma logia que era de la obediencia del Grande Oriente de España. En 1889 López Jaena funda en Barcelona la logia Revolución n.º 65 del recién creado Grande Oriente Español cuyo Gran Maestre era Miguel Morayta, especialmente sensibilizado por la «cuestión» filipina. En esta misma logia se iniciarían los doctores Batista y Apacible Alejandrino, y a ella pertenecía también, entre otros filipinos, Marcelo H. del Pilar, simbólico Kupang, el alma mater poco después de la masonería filipina, pues junto a Graciano López Jaena habían creado en Manila, a finales de 1888 un llamado Comité de Propaganda, integrado también por otros filipinos, como Cortés, Rianzares, Serrano, Arellano, siendo del Pilar su Presidente a esta organización se incorporarían hombres como Bonifacio -el futuro líder del Katipunan[5]-, así como José Rizal el mítico masón independentista.
Ese mismo año Del Pilar emigró a España, ante el peligro de ser deportado, y organizó en Barcelona, con López Jaena, una delegación del Comité de Propaganda y la revista La Solidaridad, que tenía como divisa «Reformas para Filipinas» centrada en tres puntos: 1.ª, Representación en las Cortes; 2.º, Absolución de la censura previa; y, 3.º, Prohibición expresa y terminante de la práctica de deportar vecinos por pura medida gubernativa y sin sentencia ejecutoria y judicial. Aparecía firmada la petición por varios masones: Galicano Apacible, simbólico Lanatan; Eleuterio Ruiz de León, simbólico Holofernes; Eduardo de Lete, simbólico Manú y Mariano Ponce, simbólico Kalipulako. Contaban con la fraternal ayuda de la Masonería del Presidente del Gobierno de España, −el Hermano Sagasta, simbólico Paz, grado 33−, y al Ministro de Ultramar, −Hermano Becerra, simbólico Fortaleza, grado 33−. Los masones aseguran en sus publicaciones que no se puede negar que la Institución masónica hizo política por y para Filipinas, pero siempre dentro del marco de la legalidad y con el único fin de conseguir reformas y asimilación lo cual, según ellos, era perfectamente lícito ya que en Filipinas no se respetaba el marco constitucional español. Es su justificación.
El 7 de julio de 1892, en una reunión en la que participaron destacados líderes filipinos -Del Pilar, Bonifacio, Arellano, Dizón, Diwa…- se radicalizan y deciden pasar a la acción en favor de una sola idea: independencia. Había nacido el Katipunan, sociedad secreta que sí iba a cuestionar la soberanía española y lograr la independencia al precio que fuera, utilizando la violencia si era preciso. Inician en seguida la insurrección contra el gobierno español, pero a finales de 1897, con el Pacto de Biak-na-Bató[6], se llegó a la aparente resolución del conflicto. Como parte del pacto, Emilio Aguinaldo y otros líderes de la revolución se exiliaron en Hong Kong. El gobierno español creyendo que de verdad se respetaría el acuerdo de paz y sin tener en cuenta que los contendientes eran masones, (o ¿quizá porque lo eran en ambos bandos y prevaleció la fraternidad como en Ayacucho?), redujo el número de efectivos destinados en algunas de sus guarniciones lo que los EE.UU. unidos a los ingleses, aprovecharon para preparar el ataque final a Filipinas.
Diez días después de la explosión del acorazado USS Maine en Cuba, el comodoro Dewey, al frente del Escuadrón Asiático en Yokohama, recibió la orden de dirigirse a Hong Kong y allí prepararse para atacar Filipinas en cuanto estallara la guerra con España como tenían previsto. En Hong Kong se reunió con el masón Aguinaldo para organizar la insurrección; de modo que, como éste había sido alcalde de Cavite, su localidad natal, le fue fácil organizar las insurrecciones que se desataron contra la ocupación española.
Tras la derrota de la flota española por la estadounidense en Cavite el 1 de mayo de 1898, Aguinaldo y los suyos, financiados y armados por Estados Unidos, volvieron a Filipinas, reanudaron la revolución y proclamaron la independencia de Filipinas. El destacamento de Baler, reducido por la superioridad desde principios de 1898 de los 400 hombres que componía su dotación a sólo 50 soldados del Batallón de Cazadores, estaba al mando del segundo teniente Juan Alonso Zayas, junto al que marchaba el de igual empleo Saturnino Martín Cerezo. Doce de ellos eran supervivientes del ataque a machete y primer sitio de Baler acontecido en los primeros días del mes de octubre de 1897. En este golpe de mano, además del teniente José Motta Hidalgo –jefe del destacamento– fallecieron varios de sus compañeros a los que ellos mismos tuvieron que dar sepultura. Sin duda alguna, si difícil era volver al lugar donde estuvieron a punto de perder la vida, más difícil les resultaría convivir en paz con aquellos mismos rebeldes que intentaron quitársela y que tras la amnistía del Gobierno cruzaban impunes sus miradas de odio por las calles de Baler. Con aquellos llegaba el teniente médico de Sanidad Militar Rogelio Vigil de Quiñones y Alfaro y a sus órdenes un cabo indígena y dos sanitarios, uno de ellos peninsular. La misión del médico no era otra que establecer una enfermería de diez camas que paliase las necesidades médicas. Misión difícil en las condiciones que llegaba a la población. Desconocedor del estallido de la guerra con Estados Unidos y de la recién proclamada independencia del país, el destacamento fue atacado por los revolucionarios filipinos, el katipunan, de modo que, ante su inferioridad numérica, se refugió en la iglesia comenzando así el sitio.
Desde el principio del asedio, las fuerzas sitiadoras intentaron en vano la rendición de las tropas españolas mediante el envío de noticias, que les informaban del desarrollo del conflicto entre los españoles con los insurrectos filipinos y los invasores estadounidenses. Tras la caída de Manila en manos americanas, en agosto las autoridades españolas mandaron repetidamente misivas y enviados para lograr su rendición, igualmente sin conseguirlo. Los sitiadores también enviaron en agosto a dos franciscanos españoles que tenían prisioneros para que convencieran a los sitiados, sin éxito; tan sin éxito, que no solamente no consiguieron que salieran, sino que ellos mismos decidieron quedarse con el destacamento español durante el resto del asedio.
En febrero de 1899 los filipinos, engañados y atacados por los estadounidenses a los que creían aliados, decidieron resistir por las armas, con lo que empezó una nueva fase del conflicto: la Guerra filipino-estadounidense, de la que los españoles eran ya solo espectadores, así que España procedió a repatriar las últimas tropas. Nuevos emisarios españoles fracasaron en el intento de convencer a los sitiados de que depusieran las armas y volvieran a Manila para ser repatriados. Los españoles seguían en la creencia de estar defendiendo una posición española y que aquellas noticias que les decían eran falsas. Sin noticias de Manila, resistieron los ataques de los tagalos sin saber que España, en uno de los momentos más bajos de su historia, había sido derrotada en Cuba, Puerto Rico y Filipinas, y que nuestros políticos habían malvendido estas islas españolas a los Estados Unidos por el Tratado de París de 10 de de diciembre de 1898[7].
A últimos de mayo, un nuevo enviado español, el teniente coronel Aguilar, llegó a Baler por orden del gobernador general español, con órdenes de que los sitiados depusieran su resistencia y le acompañaran a Manila, pero estos volvieron a desconfiar y tuvo que marcharse sin conseguir su objetivo. Sin embargo, al hojear los sitiados unos periódicos dejados en la iglesia por Aguilar, descubrieron una noticia que no podía haber sido inventada por los filipinos, lo cual finalmente los convenció de que España ya no ostentaba la soberanía de Filipinas y de que no tenía sentido seguir resistiendo en la iglesia.
El 2 de junio de 1899, el destacamento español de Baler por fin se rindió. Habían hecho frente durante 337 días a fuerzas tagalas muy superiores en número, una lucha desigual en la que los filipinos tuvieron unos 700 muertos. De los 50 militares españoles que componían la guarnición al inicio del asedio, murieron 17 entre ellos su capitán, don Enrique de las Morenas y Fossi. Su sucesor, Saturnino Martín Cerezo, capituló la plaza con el convencimiento del deber cumplido y, por ello, puso la condición de abandonarla sin ser hechos prisioneros y conservando las armas. Se marcharon con honor, habiendo peleado como valientes y con una guardia de honor filipina abriéndoles el paso sin considerarles prisioneros[8].
Entre el 10 y el 12 de junio de 1899, cuando las Cortes españolas procedieron a constituirse definitivamente por primera vez tras el Desastre, un grupo de diputados de signo tradicionalista dio estado parlamentario a la responsabilidad de la masonería en la pérdida del archipiélago filipino. En las elecciones, había sido elegido diputado el político republicano y gran maestre del Gran Oriente Español, Miguel Morayta, de modo que, temiendo lo que de esa elección pudiera derivarse para España, ese grupo de parlamentarios tradicionalistas intentó que se rechazara ese acta en virtud de dicha acusación. La denuncia se efectuaba en los momentos mismos en que el anticlericalismo levantaba otra vez cabeza y amagaba con comenzar lo que de hecho iba a ser una campaña de diez años —la que culminó en 1910 y en torno al Gobierno de José Canalejas—; campaña que se dirigía especialmente contra los religiosos.
Muy pocos días después, el 26 y el 27 de junio de 1899, desde las filas liberales, y también en las Cortes, iban a pronunciarse los primeros discursos en esa dirección, lo que unido a la labor de los filipinos en Madrid, facilitó que la propaganda masónica se multiplicara contra los frailes misioneros. Dentro de la sordina en que los participantes dejaron numerosos detalles de su aventura, y que explican las incertidumbres que perduran para los historiadores, el reconocimiento de los soldados a los religiosos es claro y consta. Sin embargo, las autoridades españolas (Francisco Silvela había sustituido a Práxedes Mateo Sagasta[9] en marzo de 1899: fueron los dos presidentes durante el sitio) no quisieron otorgarles ningún tipo de reconocimiento a los misioneros. Fueron tratados con frialdad y total indiferencia a pesar de haber sufrido las mismas penalidades que los soldados. Así pasó inadvertido o se tuvo interés en que no se conociera dada su fobia a todo lo relacionado con la Iglesia, «el inestimable apoyo espiritual de los frailes a los sitiados, su participación en la defensa incluso empuñando las armas o su colaboración en la enfermería al cuidado de los enfermos», tal vez se debe a las tensiones que, como se supo, trufaron sus relaciones con Martín Cerezo, un militar de impronta anticlerical, en lo que quizá coincida con el sentimiento del director de la película.
Y decimos esto porque la película oculta y deforma el papel de los frailes franciscanos de Baler y no parece sin intención. A Fray Cándido Gómez-Carreño Peña, que sólo tenía 30 años cuando murió en el asedio, le presentan como un drogadicto enganchado al opio, algo sin ninguna base histórica, e incluso ponen en su boca expresiones como que los cristianos tenemos «una mierda de cielo». Ocultan que, anteriormente estuvo prisionero del katipunan y que, vuelto a Baler, cuando el destacamento hubo de refugiarse en la iglesia del pueblo ante el nuevo levantamiento filipino, realizó una importante compra de provisiones de arroz que les permitió resistir casi un año sin morir de hambre. Permaneció con los sitiados hasta su muerte por beriberi en septiembre de 1898. Su fallecimiento fue un duro golpe para todos, pues por su carisma y carácter era un sostén continuo para los sitiados.
Cuando ya se llevaban 51 días de asedio se incorporaron fray Juan Bautista López Guillén (18711922), de Pastrana (Guadalajara), y fray Félix Minaya Rojo (1872-1936), de Almonacid (Toledo). Ambos eran prisioneros de los rebeldes, quienes les mandaron a la iglesia acompañando a un emisario durante un parlamento y se quedaron. Cuando los insurgentes los reclamaron, la respuesta de De las Morenas[10] fue irónica: «Se han quedado aquí porque creíamos que ustedes nos los mandaban para que nosotros, como somos españoles, les socorriéramos, pues ustedes no tendrían que darles de comer, ni gusto en tenerlos a su lado».
Es de agradecer, que por el valor demostrado, el gobierno de Madrid junto al ejército, les hayan dispensado un merecido homenaje a los “héroes de Baler”, “los últimos de Filipinas”. La obra, creada por el escultor Salvador Amaya a partir de un boceto del pintor Ferrer-Dalmau representa al teniente Martín Cerezo y conmemora el 120 aniversario de los 337 días que duró el citado sitio. El monumento, que mide más de 6 metros de altura y pesa más de una tonelada, fue inaugurado por el jefe de Estado Mayor del Ejército, don Francisco Javier Varela, y el alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida en la plaza del Conde del Valle Súchil.
[1] Aunque calvos, aún de neuronas, hay muchos, me pregunto si este director tiene algún parentesco con la famosa ministro de igual apellido.
[2] https://www.abc.es/play/cine/noticias/abci-twitter-perez-reverte-cine-espanol-201807301533_noticia.html
[3] Miguel Morayta y Sagrario (1834-1917) fue un catedrático de historia, periodista y político republicano español, anticlerical, considerado por los historiadores como una de las más insignes personalidades masónicas de la historia de España. Se inició en masonería en la Logia Mantuana de Madrid. Su nombre simbólico era Pizarro; alcanzó el Grado 33.º y logró unir las muy dispersas organizaciones masónicas del país fundando el Gran Oriente Español en 1889, en el que confluían el Gran Oriente de España y el Gran Oriente Nacional de España. Miguel Morayta fue proclamado primer Gran Maestre. Ocupó el máximo cargo de 1889 a 1901, y más adelante desde 1906 hasta su fallecimiento en 1917. Por otra parte, fue Soberano Gran Comendador del Supremo Consejo del Grado 33 para España del Rito Escocés Antiguo y aceptado.
[4] Ambos, Malcampo y Méndez Núñez, en Manila, otros dicen que en Cavite, crearon la Primera Luz Filipina. Algunos autores afirman que su militancia masónica les convertiría en máximas autoridades militares en las islas, llegando José Malcampo a capitán general y Casto Méndez Núñez, magnífico almirante por lo demás, −hasta el punto que su nombre se barajó en vez del de Amadeo para ¡rey de España! en la década siguiente−, segundo comandante de la flota española.( Javier Güerri: La masonería y el Desastre del 98, en www.arbil.org)
[5] El Katipunan o Katoasan Kalagayan Katipunan. Nang Manga Anal Nang Bayan, Suprema Liberal Asociación de los Hijos del Pueblo, fue una sociedad secreta de inspiración masónica e influenciada por ritos indígenas fundada por Andrés Bonifacio en el mes de julio de 1892. Su objetivo primordial era la expulsión de las órdenes religiosas y de los españoles del archipiélago filipino. Su expansión fue muy rápida en el área de Manila y provincias vecinas, levantándose en armas contra España en el mes de agosto de 1896, convirtiéndose así en la base de la revolución filipina. Aunque llegó ciertamente tarde a la localidad de Baler, donde no se producen altercados hasta el macheteo del destacamento del teniente Motta, los resultados fueron tan sangrientos como se pudo conservar.
[6] Se acordó entre el líder filipino, Emilio Aguinaldo y el gobernador general de Filipinas, el general Fernando Primo de Rivera, en diciembre de 1897.
[7] Los Estados Unidos pagaron a España 20 millones de dólares por la posesión de Guam, Puerto Rico y las Filipinas, ¡un buen negocio para USA!
[8] DECRETO DE AGUINALDO
Habiéndose hecho acreedoras á la admiración del mundo las fuerzas españolas que guarnecían el destacamento de Baler, por el valor, constancia y heroísmo con que aquel puñado de hombres aislados y sin esperanzas de auxilio alguno, ha defendido su Bandera por espacio de un año, realizando una epopeya tan gloriosa y tan propia del legendario valor de los hijos del Cid y de Pelayo; rindiendo culto á las virtudes militares, é interpretando los sentimientos del Ejército de esta República, que bizarramente les ha combatido; á propuesta de mi Secretario de Guerra y de acuerdo con mi Consejo de Gobierno, vengo en disponer lo siguiente:
Artículo único. Los individuos de que se componen las expresadas fuerzas, no serán considerados como prisioneros, sino por el contrario, como amigos; y en consecuencia, se les proveerá, por la Capitanía General, de los pases necesarios para que puedan regresar á su país.
Dado en Tarlak á 30 de junio de 1899.- El Presidente de la República. Emilio Aguinaldo.- El Secretario de Guerra, Ambrosio Flores.
[9] Sagasta: De nombre simbólico Paz. Durante cinco años claves (1876-1880) Gran Maestre y Soberano Gran Comendador del Gran Oriente de España que simultaneó con la Jefatura del Gobierno durante tres meses, al igual que antes de ser Gran Maestre lo había hecho en cuanto masón y ministro de Estado y de la Gobernación. Silvela no consta su adscripción, pero estaba unido por importantes lazos familiares. Quizá eso explique la indiferencia de ambos por el anticlericalismo de la masonería.
[10]El comportamiento del capitán Enrique delas Morenas y Fossi fue merecedor de la Cruz Laureada de SanFernando, por su valentía.