Parece ser que en Eslovaquia, segundo país más católico del Grupo del Visegrado (en cifras de profesión de fe, veinte puntos por debajo de sus vecinos polacos), se está desarrollando una reacción contra-cultural in crescendo, que va más allá de las comprensibles reticencias hacia la inmigración musulmana.
El pasado 22 de septiembre, decenas de millares de personas recorrieron las calles de Bratislava, la capital eslovaca, para exigir la ilegalización total del aborto. Días después, se debatiría en la cámara parlamentaria sobre reformas legales para reducir los plazos a las 6-8 semanas de gestación o, en el mejor de los casos, prohibir totalmente esta práctica inhumana.
En ese debate parlamentario no hubo éxito, pese a que la manifestación previa sirvió como termómetro sociológico y de opinión en ese país centroeuropeo. De hecho, según algunos sondeos que se publicaron en esas fechas, más de una tercera parte de la población europea sería favorable a una mayor protección legal del no nacido.
Ahora bien, parece que la reacción no se limita a lo mencionado previamente. La totalitaria ideología de género también es motivo de preocupación. En este caso concreto, hablaríamos de la Convención de Estambul, una especie de «acuerdo» de impulso eurocrático que supondría una mayor discriminación hacia el hombre así como una garantía de adoctrinamiento educativo y propagandístico.
Estas disposiciones habrían sido ratificadas ya por más de una treintena de países (entre estos, figuran España, Irlanda, Alemania, Portugal y Polonia). En Eslovaquia aún no se ha procedido a ello. En marzo de 2019, la mayoría de parlamentarios votó en contra mientras que, en noviembre, hubo una reiteración de la postura negativa ante el Consejo de Europa.
De todos modos, se teme que la nueva composición parlamentaria (a determinarse en los comicios del próximo 29) pueda dar un giro. Por ello, según PCH24.pl, el pasado 11 de febrero, entre 500 y 700 eslovacos se manifestaron en Bratislava, rezándose también un rosario, en la Plaza Libertad.