Artículo de Matthew Schmitz
Publicado en Catholic Herald
Desde el 1 de febrero, las parejas húngaras pueden experimentar la fertilización in vitro (FIV) sin costes. El gobierno de Viktor Orbán ha nacionalizado seis clínicas privadas de fertilidad, declarando la pro-creación como un asunto de «importancia estratégica nacional». Aproximadamente, 4000 niños nacen en Hungría por medio de la FIV cada año. Miklós Kásler, ministro húngaro de recursos humanos, espera duplicar esa cifra.
Este es el último movimiento en una amplia campaña para disparar la tasa de fertilidad en Hungría, que permanece en 1’48 nacimientos por mujer -debajo de la tasa de sustitución, de 2’1 puntos. El gobierno de Orbán ha lanzado generosos incentivos financieros para las parejas que tienen hijos, incluyendo una exención del pago del IRPF para las madres de cuatro niños.
Los cristianos han respondido calurosamente a las políticas pro-familia de Orbán. Brian Brown, presidente de la Organización Nacional del Matrimonio, ha considerado a Orbán «uno de los principales líderes pro-familia en el mundo». Tony Perkins, presidente del Consejo de Investigación de las Familias, dice que Orbán «ha abogado por los valores bíblicos en Hungría».
Orbán ha declarado su intención de convertir Hungría en una nueva democracia cristiana, una que explícitamente rechace el liberalismo a la vez que hay una afirmación de la familia y la nación. Dijo en 2018 que «todo país europeo tiene el derecho a defender su cultura cristiana y el derecho a rechazar la ideología del multiculturalismo». Añadió que «todo país tiene el derecho a defender el modelo tradicional de familia, y tiene derecho a declarar que todo niño tiene el derecho a una madre y a un padre».
El apoyo estatal a la FIV incrementará, sin duda, la tasa de fertilidad de Hungría, aunque de manera marginal. Pero también dará lugar a la creación de un superávit de embriones que serán destruidos o congelados perpetuamente. La enseñanza católica ha rechazado consistentemente esta práctica. El Papa Francisco ha describido la FIV como «la fabricación de niños más que aceptarlos como un regalo… un pecado contra el Creador».
El apoyo de Orbán a la FIV recuerda que los «valores familiares» no siempre se alinean con la fe cristiana. Sí, el cristianismo insiste en que el matrimonio solo puede existir entre un hombre y una mujer. Sí, celebra el nacimiento del niño. Pero no concibe el matrimonio y la crianza de niños como los bienes superiores. San Pablo dijo que era mejor para el hombre no casarse, tal y como se refleja en el honor que el mundo católico rinde a las monjas y sacerdotes.
Identificar la ética cristiana con eso de «valores familiares» nunca será preciso. La Cristiandad no insiste en que todo el mundo deba de casarse y reproducir. Los «valores familiares» describen, más bien, las prioridades del nacionalismo natalista, que celebra la familia y la fertilidad porque el Estado necesita a los hombres para librar sus guerras o completar su fuerza laboral.
El movimiento de Orbán también refleja la tensión entre la Cristiandad y lo que a menudo se llama «identidad cristiana». Los escritores occidentales, a menudo, presentan a Orbán como un teócrata aspirante. Pero la Cristiandad por la que él aboga es menos religiosa que cultural. Dijo en 2018 que «la democracia cristiana no es sobre defender los artículos religiosos de fe, pero las formas de ser han emanado de estos… la dignidad humana, la familia y la nación». Tal y como emplea Orbán el término, la Cristiandad tiene más que ver con la identidad nacional que con la adoración de Dios. Como afirmó en 2018, «la Cristiandad es una cultura y una civilización… La esencia no es cuánta gente va a la iglesia o cuántos rezan con verdadera devoción».
Las políticas de Orbán en materia de FIV confirman lo que ha venido diciendo durante mucho tiempo, aunque muchos cristianos no lo hayan percibido. Su visión de la Cristiandad tiene que ver más con la aserción cultural que con la sumisión a la regla de la fe. Esto ha de tenerse en mente cuando Orbán justifica otras políticas, incluyendo su respuesta a la inmigración, en nombre de la Cristiandad.
En sectores educados de Occidente, los cristianos son tentados, a menudo, a identificar su fe con un anti-nacionalismo inexperto que niega cualquier legitimidad a las actuales comunidades políticas. O, en nombre de una falsa aceptación, redefinen la familia para incluir cualquier pareja sexual. Es necesario oponerse a estos errores. Pero aquellos que lo hacen han de ser precavidos y no caer en el error opuesto, en el que la nación y la familia se exaltan sobre la ley universal de la caridad.
Nada menos que el liberalismo, el natalismo y el nacionalismo puede contrarrestar la Cristiandad. En pos de la supervivencia nacional, Hungría subsidiza una política que implica la destrucción de su descendencia. En nombre de los valores familiares, permite a los padres descartar a sus descendientes. En defensa de la identidad cristiana, persigue un contraataque a la Cristiandad.
Tal vez, estas contradicciones demuestran que, aunque la familia y la nación ordenan, correctamente, la lealtad del hombre, su primera y última lealtad ha de dirigirse hacia algo superior. Si es cierto, cualquiera que ponga a la familia o a la nación por encima de Dios acabará traicionando todas esas tres.