Harold Adrian Russell Philby, conocido mítica e históricamente como Kim Philby, fue un espía británico del MI-6 que prestó inmensos servicios a la causa de… La Rusia Soviética. Hijo de John Philby, un arabista británico, explorador, consejero, escritor y oficial de inteligencia. Educado en Trinity College, siempre mostró verdadera devoción por la obra de Marx. Periodista de profesión, pero desde muy joven agente secreto al servicio de los soviéticos, en 1940 fue empleado como oficial de la inteligencia británica. En su carrera fue ascendiendo y convirtiéndose en un importante funcionario con diversas y muy importantes responsabilidades. Todo ello le permitió pasar constantemente a Moscú documentación, datos e identidad de los agentes soviéticos dobles que trabajaban para UK, así como secretos nucleares y todo tipo de operaciones también tras la II Guerra Mundial. Tras maniobrar convenientemente contra un tal Cowill, agente leal a la Corona, y socavar su posición, Philby llegó a convertirse en la cabeza de la sección antisoviética. Nada podía ser mejor.
En 1963, un 23 de enero, Philby se desvaneció, puso rumbo a la Unión Soviética embarcándose en Beirut en el buque carguero Dolmátov. Desde los años 50 fue constantemente vigilado por la sospecha de que fuera un agente doble, pero siempre consiguió sacudirse tales dudas. En Rusia se quedó para siempre, hasta su muerte en el 88. Enterrado como héroe de la Unión Soviética, con numerosas medallas y reconocimientos, se dice que para el régimen siempre fue dudosa su auténtica lealtad. Los soviéticos confiaron siempre menos en él que los propios británicos, que tozudamente nunca quisieron reconocer lo que tan claramente se presentaba ante sus propias narices.
Philby no estuvo sólo, formó parte de alguna manera de “los cinco de Cambridge”, a toro pasado las nomenclaturas literarias lo explican y diseccionan todo, pero en su momento nadie osó pensar en ello. Stanley –nombre en clave de Philby-, Homer, Hicks, Tony y Listz, fueron reclutados por los soviéticos en los años 30 y fueron los mejores topos de la historia. Mucho se sabe hoy de todo ello, pero no todo ni todos los que pudieron acompañarles en su aventura. De hecho, la literatura de ficción y el cine se han ocupado de lo sucedido mucho mejor que los gobiernos y las instituciones británicas.
En la vida y en la historia hay y siempre habrá muchos Philby, en Reino Unido, en España y en todas partes. Lo curioso es que muchas veces los más conspicuos expertos rechazan la realidad más evidente, aun teniéndola ante sus ojos no la pueden creer. Cuando se reconoce a un traidor, quizá por la propia palabra tan rimbombante, tan épica, se tiende a rechazar la mayor. Pero la traición es y existe. A veces puede ser sofisticada, escudarse paradójicamente en la propia democracia o en la libertad de pensamiento, pero las acciones provocadas por ella en contra del poder legítimo y democrático instituido no tienen justificación de conciencia posible y los daños humanos y materiales son y siempre han sido incalculables. Mirar y saber es algo que a todos siempre nos compete.
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