COMUNICADO DE PRENSA DE LA COMUNIÓN TRADICIONALISTA CARLISTA
Las celebraciones feministas del 8 de marzo se han convertido en los últimos años en una pura demostración de fuerza revolucionaria. Como los antiguos desfiles soviéticos, no responden a un movimiento espontáneo. Todo su éxito aparente se debe al dinero de la Administración, al de los oscuros lobbies que financian los organismos internacionales y al de las grandes empresas que si se negaran a hacer de palmeros de la ideología de moda correrían el riesgo de perder contratos y subvenciones millonarias.
Se trata de una celebración omnipresente en los grandes medios de comunicación, y en las declaraciones institucionales, que además procura ceder el protagonismo a las voces más sectarias, a los gestos más ridículos y a los discursos más enloquecidos. El objetivo del feminismo como ideología revolucionaria no es la defensa de los derechos de la mujer sino una lucha sin cuartel en contra de la mujer, de la feminidad, de la masculinidad, del matrimonio, de la familia, de la maternidad y de la paternidad.
Si su objetivo fuera la defensa de los derechos de la mujer, el 8M daría voz a las mujeres de las culturas no cristianas; exigiría libertad y respeto para las mujeres árabes o iraníes; defendería a las que son víctimas de la pornografía y la prostitución; mostraría cómo hay mujeres que han sido perjudicadas por trans hormonados; denunciaría la extensión del aborto provocado que convierte a muchas madres en cómplices de un crimen horrendo; pondría sobre la mesa la realidad de que las mujeres suelen tener menos hijos de los que desearían tener; cuestionaría en fin ese mito de una conciliación familiar imposible que tantas veces consiste, en nombre de la producción capitalista, en postergar la maternidad, sobreexplotar a las abuelas, maleducar a los hijos y destruir los matrimonios y las familias.
El proceso revolucionario que utiliza a la mujer como categoría marxista para una nueva lucha de clases se ha acelerado tal como refleja la misma denominación del evento. Lo que comenzó siendo “el día de la mujer trabajadora” se ha convertido de la noche a la mañana en “huelga feminista”, “protesta feminista” y “día de la mujer”. Todo ello contaminado por ese veneno intelectual que se conoce como “ideología de género”. No importa para ello lo que piensen las mujeres de carne y hueso, no importa la realidad de las cosas, no importa el sufrimiento que se genera en una sociedad divorcista y abortista. Lo importante para los poderes revolucionarios es acabar con la feminidad, con la diferenciación y la complementariedad sexual que son conceptos fundamentales para una sana antropología en la que fundar el matrimonio, la familia y la misma vida social.
La Revolución no quiere ni hombres ni mujeres sino individuos. Por eso las etiquetas que desde la ingeniería social se conceden a cada uno de ellos: homo, hetero, trans, etc, etc. no son mas que un falso respeto a la diversidad. El objetivo real de estas ideologías totalitarias, tantas veces profetizado en la literatura, no es sino el de construir un mundo artificial a la medida de la pura voluntad humana, un mundo feliz de individuos deshumanizados, sin libertad y sin Dios.
El Carlismo, apoyado en su experiencia política bicentenaria, conocedor de cuáles son las consecuencias a las que conduce el avance de la Revolución, hace un llamamiento esperanzado:
- a las mujeres, para que denuncien la locura feminista;
- a hombres y mujeres, para que colaboren en la construcción de familias fuertes;
- y a todos los cuerpos sociales, para que defiendan la verdad y la libertad cueste lo que cueste. Porque el principal obstáculo para el triunfo del bien no es el mal mismo, sino el miedo.
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