Escribe Israel Viana en ABC sobre el único gitano beatificado de la historia del Iglesia. Su nombre: Ceferino Giménez Malla, alias «El Pelé». Un beato sobre el que se publicó un magnífico libro titulado Gitano y obispo unidos en el martirio.
Explica Viana que “Si quisiéramos contar los gitanos que, por unas razones u otras, alcanzaron cierta notoriedad en la Guerra Civil, acabaríamos pronto… Aunque la participación del pueblo gitano en otros conflicto tampoco es muy conocido, en el caso de la Guerra Civil resulta aún más sorprendente, pues es relativamente reciente y sobre él se han publicado infinitos libros, tesis, artículos y novelas, así como rodado multitud de películas. Entre ellos, destaca un hombre cuya notoriedad fue tan grande que, en 1997, Juan Pablo II le convirtió en el único gitano beatificado de la historia del Iglesia. Su nombre: Ceferino Giménez Malla, alias «El Pelé». «Su vida muestra cómo Cristo está presente en los diversos pueblos y razas, y que todos están llamados a la santidad, la cual se alcanza guardando sus mandamientos y permaneciendo en su amor», aseguró el Papa en su homilía de mayo de aquel año.
El Pelé no era más que un simple comerciante marcado profundamente por la religión católica. En concreto, artesano de cestería y tratante de caballos. Había nacido en Fraga (Huesca) un 26 de agosto de 1861, fiesta de San Ceferino Papa. De ahí tomó su padre el nombre. Pasó su infancia recorriendo los caminos montañosos de la región, dedicado a la venta ambulante de los cestos que él mismo fabricaba con sus manos. Vivió siempre acatando la ley gitana y se casó muy joven con una muchacha de Lérida.
Después de contraer matrimonio, empezó a frecuentar la iglesia a diario, hasta el punto de que, en 1912, decidió regularizar su matrimonio con su mujer, Teresa, según el rito católico, puesto que se había casado siguiendo la ley gitana. Sus allegados contaban que había pocas personas tan honradas como él, lo que le hizo ser muy querido tanto por los payos como por los gitanos. Y tal era su prudencia y sabiduría, que todo el mundo acudía a él para solucionar sus conflictos.
Pero no se quedaba ahí su generosidad. Una parte del dinero que ganó después como tratante en la compraventa de mulas por las ferias de Aragón, lo ponía muchas veces a disposición de los más pobres. Y cuando en una ocasión fue acusado de robo y encarcelado, en el juicio en el que fue declarado inocente su abogado llegó declaró: «El Pelé no es un ladrón, es san Ceferino, patrón de los gitanos».
Pasó su vida hasta la Guerra Civil entre las misas diarias, rezando al santo rosario y dedicando todo su tiempo a la catequesis de los niños, a quienes contaba pasajes de la Biblia y les enseñaba las oraciones y el respeto a la naturaleza. Llegó un momento en que la implicación de El Pelé era tan grande, que llegó a ser miembro de diversas asociaciones religiosas, tales como los Jueves eucarísticos, la Adoración nocturna, las Conferencias de San Vicente de Paúl o la Tercera Orden Franciscana. Hasta que todo saltó por los aires el 18 de julio de 1936.
A finales del primer año de la guerra, mientras vivía en Barbastro, Ceferino fue arrestado por un grupo de milicianos, por salir en defensa de un joven sacerdote que estaba siendo golpeado con la culata de un fusil y arrastrado por las calles de la localidad oscense camino de la cárcel. Era el comienzo de su calvario, que se vio agravado por llevar un rosario en el bolsillo, lo que le valió una condena de muerte.
De aquella incomprensible condena no le salvó ni su amistad con don Florentino Asensio Barroso, obispo de Barbastro, a quien conocía de las reuniones clandestinas que organizaban por la Adoración nocturna en casa de este. Forjaron una amistad nada corriente entre un miembro de la Iglesia de tan alto estamento y un gitano. Y no renunciaron a ella hasta el día de su muerte, casi el mismo día.
El Pelé sabía que salir en defensa del joven sacerdote podía costarle la vida, al igual que el cotidiano gesto de llevar un rosario consigo. Pero no renunció a ninguna de las dos cosas. Los milicianos le ofrecieron el indulto si renegaba de sus creencias católicas y entregaba el rosario, pero su fe era más grande y prefirió permanecer en la prisión y afrontar el martirio. Seguramente habría podido salvarse entregando su rosario a un miliciano amigo que quería ayudarle, pero tampoco aceptó. Por eso, en la madrugada del 8 de agosto de 1936, ya no pudo hacer nada: fue fusilado en las tapias del cementerio de Barbastro, con el rosario en la mano, mientras gritaba: «¡Viva Cristo Rey!».
Su beatificación le convirtió en el primer gitano que alcanza la gloria de los altares en la historia de la Iglesia. Y aquel 4 de mayo de 1997 fue en una gran fiesta calé en torno a Juan Pablo II, a la que acudieron más de 3.000 gitanos de toda Europa y Asia, entre ellos mil españoles. El Papa propuso al nuevo beato como nuevo modelo de concordia entre gitanos y payos.”
Para saber más sobre este ejemplar personaje, no dejen de leer Gitano y obispo unidos en el martirio.
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