La pandemia del Covid-19 declarada por la OMS ha mostrado durante su propagación una virulencia que, desgraciadamente, se ha cebado con los colectivos de población más vulnerables a todo tipo de infecciones víricas, pero ante la ausencia de registros de la totalidad real de contagios parece que, a la luz de las tasas de mortalidad resultantes, podría inferirse que estas ratios son asimilables e incluso muy inferiores a las que arrojan otras epidemias comunes y recurrentes. Se estima que solo en España, en la temporada 2017-2018, la epidemia de la gripe supuso el contagio de cerca de 800.000 personas, 52.000 ingresos hospitalarios y el fallecimiento de alrededor de 15.000. La vida de nuestros compatriotas es valiosa, independientemente de su edad y estado de salud y debe ser protegida y preservada siempre, recurriendo a las capacidades del sistema sanitario, haciendo prevalecer la salud pública. Pero el coronavirus no muestra ser especialmente letal per se.
Lo que sí resulta deletéreo de esta pandemia es la gestión de la misma, más allá del ámbito del sistema sanitario. Se ha desarrollado una campaña de terror en el manejo de cifras y la cobertura mediática de la información respecto a la extensión del virus, así como mediante las medidas excepcionales y radicales adoptadas por los gobiernos frente a la emergencia sanitaria que, en España y otros paises de nuestro entorno, como Italia y Francia, imponen el confinamiento masivo de sus poblaciones y paralizan la actividad de todo un país sumiéndolo en un clima apocalíptico de psicosis e histeria colectiva. Contrastan estas medidas con las adoptadas por otros gobiernos europeos como Alemania, prácticamente a la par en número de contagios que España hace unos días, y Reino Unido, que también podrían considerarse drásticas en algún supuesto pero, en cualquier caso, mucho más laxas por el momento y con otro enfoque de la situación. No obstante, independientemente del grado de severidad de las medidas y de dosificación del terror por parte de los gobiernos, de modo generalizado, se ha propalado un inusitado alarmismo, inoculado y contagiado por gobiernos, autoridades sanitarias y medios de comunicación a escala mundial. Asistimos a un imponente despliegue de ingeniería social y control de masas sin precedentes para el adocenamiento masivo de la población en el miedo ante una situación inédita.
El sistema liberal-capitalista “refundado” tras la Gran Recesión de 2008 parece haber reaccionado preventivamente al estallido incontrolado de una inevitable crisis económica, inminente, de proporciones colosales y efectos devastadores (que estaba por llegar antes de la propagación de la pandemia) en el marco de la reordenación multipolar del sistema de relaciones internacionales que está cristalizando con potencias en pugna en la concurrencia por el dominio de los mercados a escala planetaria.
¿Crisis sanitaria o gran crisis económica?
Ante todo, lo que prima y va por delante bajo la coartada de paliar el impacto de la pandemia, es escudar tras el virus la propia incapacidad del sistema liberal-capitalista para atajar un nuevo crack y rescatar a todo coste la economía de las finanzas y los oligopolios. Así, no es de extrañar que con la extensión de los gritos de alarma por la expansión del Covid-19, cual si se tratara de la nueva peste del siglo XXI, ésta haya venido como anillo al dedo para que la FED norteamericana y el BCE de la U.E. hayan realizado actuaciones para preservar la liquidez del sistema financiero, por ejemplo, vía inyecciones directas y bajadas de tipos de interés como primeras actuaciones de emergencia.
El sistema económico ha colapsado, no a consecuencia del coronavirus, sino bajo el pretexto y a pesar del mismo. Algunos indicadores macroeconómicos o las previsiones de instituciones internacionales del capitalismo, como el FMI o la OCDE, pronosticaban para 2020 una más que probable desaceleración o ralentización de la economía mundial, forma eufemística para referirse a la que va a caer. Los gobiernos de las principales potencias económicas y las grandes sociedades y fondos inversores que operan bajo diferentes formas societarias en el capitalismo han demostrado en los últimos años su absoluta insolvencia para establecer un nuevo modelo de crecimiento ilimitado, a salvo del reparto de dividendos a espuertas y los regalos al sistema financiero.
La última intentona del liberal-capitalismo para, si no dar un empujón, al menos mantener el tinglado ha estado basada en la creación de expectativas y panaceas en torno a recientes adelantos tecnológico-científicos como la revolución robótica, la Inteligencia Artificial y los cochecillos eléctricos sostenibles, todo ello en fase incipiente todavía, y han resultado un fiasco del todo insuficiente para el relanzamiento de una economía en permanente estado de recesión desde hace más de una década.
Guerra total al virus, guerra sin cuartel al pueblo.
Así que la guerra contra la pandemia lo justifica y santifica todo: un sistema sanitario de guerra que cual hospital de campaña en el frente, ante la saturación y escasez de recursos decidirá qué pacientes o usuarios serán salvados de la muerte; medidas excepcionales de economía de guerra, limitación y suspensión de derechos de la ciudadanía, restricciones de movimiento y enclaustramiento forzoso de la población bajo toque de queda, propaganda de trinchera, consignas y arengas hacia la población de las autoridades al mando de la campaña… No es casual el deliberado recurso retórico al lenguaje bélico de algunos líderes políticos europeos. Pero si realmente estamos inmersos en alguna guerra es justo la que libra el liberal-capitalismo, principalmente, contra los pueblos europeos a través de sus propios gobiernos mediante una guerra ofensiva psicológica y de terror desencadenada para conmocionarlos, infundirles el pánico y amansar cualquier conato de resistencia que puedan oponer a la despiadada guerra económico-social que inexorablemente se va a desatar a continuación.
El eje de la Tierra
La pandemia ha permitido proclamar a algunos el fin de la era globlalizadora con el cierre de fronteras y la irrupción de un virus que retrotrae a oscuras épocas pretéritas. Deberíamos decir más bien que, quizá, lo que sí queda clausurado es el relato de la globalización, funcional a la pretensión de hegemonía norteamericana en un orden unipolar incontestable para todo lo que queda de centuria. El centro de gravedad planetario se está desplazando invariablemente del océano Atlántico al Pacífico ante el irremisible ascenso de China que, de ser concebida por EE.UU. y “Occidente” como un mercado-continente, ha pasado a su vez a concebir el mundo con sus continentes como su propio mercado, trazando nuevas rutas de la seda para colocar sus productos y aprovisionarse de materias primas.
La rivalidad comercial y geopolítica de USA y China es una realidad. No en vano, en medio del choque, las autoridades chinas, a través de su portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores, han denunciado abiertamente a los Estados Unidos de originar el coronavirus. Por su parte, el presidente norteamericano Trump, no ha dudado en referirse al Covid-19 como “virus chino”, que más que una expresión xenófoba sobre el foco del contagio que escandaliza a la progresía políticamente correcta de USA y Occidente, es una acusación velada dirigida a una supuesta autoría del gigante asiático en la difusión intencionada del virus.
Sea cual sea el periodo en el que nos hallemos, con otros muchísimos más que ya lo han dicho y lo están diciendo, no será el mismo que ayer. Y además, estará presidido por la triada pánica del terrorismo global, el cambio climático y las pandemias para pavor de las masas, como entretenimiento y distracción de los verdaderos asuntos de fondo tras la debacle económica en curso. Algunos, por mor del Covid-19, prevén que propiciará el desenlace de una crisis sistémica que pondrá fin al mismísimo sistema capitalista en estado terminal. Quizá, al igual que en el relato de ciencia-ficción de H.G.Wells, «La guerra de los mundos», algún optimista creerá que al final un virus será lo que salvará a la civilización humana de su fatal destino.
Eurolandia, la inanidad
Para estupor de los euroburócratas de Bruselas, su mayor preocupación ante la extensión de la pandemia en Europa era que el sacrosanto principio neoliberal de libre circulación de mercancías, bienes y personas no se viera afectado por medidas de protección de los Estados miembros con cierres de fronteras. A los pocos días, Alemania cerraba las suyas a sus vecinos y, en la práctica, uno de los pilares de la UE, el espacio Schengen, ha saltado por los aires.
Con el estallido de la crisis del coronavirus, que ha convertido, ni más ni menos, a la U.E. en el epicentro mundial de la pandemia, las soflamas europeístas, las invocaciones a la solidaridad y gobernanza europea se han evidenciado, una vez más, como pura verborrea hueca. No existe una entidad europea que aúne una respuesta en común a la calamidad, y brilla por su ausencia, la asistencia y apoyo siquiera entre Estados miembros. Antes bien, mientras Alemania prohíbe la salida de material de protección sanitario como mascarillas, éstas llegan a Italia y España mediante la ayuda de China. No son equipos médicos europeos los que asisten a los Estados miembros, sino chinos y cubanos y ya van de camino hacia las regiones italianas más golpeadas por el virus los vehículos militares especializados en desinfección, no procedentes de un euro-ejército fantasma, sino prestados por el ejército de la Federación Rusa.
La U.E. vuelve a mostrar su verdadera faz ante los efectos de la doble crisis, sanitaria y económica, y de la misma manera que con la crisis del Euro, pese a la imagen de solidez y fortaleza con el rápido anuncio del BCE para sostener momentáneamente las primas de riesgo de los Estados más endeudados de la UE, vuelven los mismos debates paralizantes y los posicionamientos inamovibles que entonces, arrecia y queda patente la división entre Estados prósperos del norte y pobres del sur y regresan las disputas respecto a la necesidad de mutualizar las deudas soberanas mediante eurobonos, denominados para la ocasión como «coronabonos», el recurso a los bazucas financieros y al Fondo de Rescate Europeo (MEDE).
Sin duda, tras la crisis del Euro y las políticas presupuestarias y fiscales criminales impuestas por Bruselas y Berlín a los socios más débiles, entre ellos España, después del Brexit y ahora como consecuencia de la pandemia y el inexorable crash económico, sería todo un motivo de júbilo y celebración el hundimiento de este irrelevante espacio liberal-capitalista de mercaderes llamado Unión Europea.
El «Reinito de Expaña» al borde del precipicio. La guerra de Sánchez.
Desde el llamamiento a la ciudadanía del gobierno de Sánchez a secundar las movilizaciones en la calle del 8 de Marzo y transmitir el tranquilizador mensaje de que todo estaba controlado con el virus, al decreto de estado de alarma por emergencia sanitaria, apenas ha transcurrido una semana. Es obvio que con un Sistema Nacional de Salud conformado por 17 administraciones distintas el caos y el desbordamiento del sistema sanitario estaba servido de antemano y las medidas de coordinación del decreto que implican la subordinación de aquellas a la autoridad del Ministerio de Sanidad no pueden revertir la inoperancia de base para una situación de emergencia como la actual de un sistema sanitario que es reflejo del sistema competencial autonómico, una verdadera plaga que sufren los españoles bajo el régimen borbónico y partitocrático de las oligarquías del gran capital.
En una de sus recientes y ya habituales comparecencias, el presidente Sánchez, afirmaba que el gobierno había dictado el confinamiento generalizado, y alardeaba de estar en vanguardia en la radicalidad de medidas restrictivas para combatir el virus. Es un acierto por su parte señalar el “dictado”, porque en la práctica se ha impuesto una dictadura de facto prorrogable. La institución dictatorial surge en lo reciente del liberalismo parlamentario y conlleva la concentración excepcional del poder de forma transitoria. Por mucho que lo avalen algunos doctos constitucionalistas, las medidas de restricción de movimientos y confinamiento generalizado y forzoso de la ciudadanía tienen difícil encaje en la excepcionalidad de carácter limitado prevista en la Constitución para el estado de alarma e implican, además, una extralimitación que conlleva indirectamente la suspensión de derechos fundamentales como el de reunión.
Sánchez ha devenido así en dictador ocasional fáctico que exige cerrar filas en la lucha a la leal oposición, paladín de la guerra total y redentora contra el Covid-19, que causará muchas bajas pero no por la infección, y jinete apocalíptico a lomos de una pandemia que ha amedrantado a los españoles y que ha revelado que como sociedad, la española es una de las más blanditas de Europa y “Occidente”, presta a ser presa del pánico envuelto en papel higiénico y a seguir dócilmente las consignas de distanciamiento social del líder de quédate en casa para aplanar la curva porque este virus lo paramos todos, mientras de los ya 300.000 empleados afectados por Expedientes de Regulación Temporal de Empleo (ERTE) y los cientos de miles de empresas, negocios y comercios que han bajado la persiana como consecuencia del decreto, no se sabe cuántos volverán a reincorporarse a sus puestos de trabajo o reemprender la actividad y por cuánto tiempo sobrevivirán en un paisaje económico desolado tras casi 30 días de paralización forzosa. Porque los 200.000 millones de € prometidos para mitigar las consecuencias económico-sociales y reactivar la economía no forman más que parte de la propaganda de guerra de Sánchez y son insuficientes para conjurar una crisis que iba a estallar igualmente. Este ensayo de control social en aras de victoria final que promete el belicoso presidente del Gobierno, está siendo un éxito con el beneplácito de la población confinada, concitado a partes iguales por el miedo al contagio y la moralina buenista autorresponsable que, en última instancia, cuenta con los mecanismos de reprobación gregaria hacia potenciales conductas transgresoras de la cuarentena y la presencia disuasoria y represora en la calle de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad.
Si se airea en estos días aciagos el conocido oficio de conseguidor y chanchullero del emérito Rey que salpica a su sucesor y a la corona, posiblemente, no sea fortuito ya que serviría como as en la manga para que el mismo régimen de las oligarquías del gran capital vigente pueda continuar, si fuera menester, sin monarca en estos tiempos convulsos, para que todo cambie para que siga igual bajo la fórmula gatopardista. Y con el retorno del Leviatán se enzarzan en la arena los defensores de marras, unos de lo público y los otros de lo privado. Es decir, los liberales de tomo y lomo que defienden el Estado mínimo y claman su intervención cuando los negocios van mal y los socio-liberales que postulan el Estado de Bienestar como negocio clientelar y enajenan porciones del mismo en manos privadas con tanta fruición como los anteriores. Unos y otros, izquierda, derecha, sus extremos y centro del régimen del gran capital son los mismos que golpearán a los españoles a diestro y siniestro.
La reconstrucción de la que habla Sánchez tras la pandemia no es la que requieren los españoles. Llegan momentos muy difíciles.
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