Por John Horvat II
Publicado en The American TFP
Ante la crisis del coronavirus que está paralizando la nación, América necesita políticas orientadas a la salud del país.
Tal vez, la primera política debe ser que los medios no deben de ser actores políticos. Con esta medida fundamental, el resto sería, ciertamente, mucho más fácil.
Un atinado argumento fue el reciente editorial de Peggy Noonan, en The Wall Street Journal. Su editorial desacreditó las actuales medidas, considerándolas inadequadas, y recalcó la necesidad de extender la imaginación de lo que podría ocurrir «posiblemente». Ella considera que el consejo «no tengas miedo» está mal dirigido. Hay «un necesidad de pánico» como medio de exploración de todas las amenazas que podrían estar teniendo lugar. América debe de estar preparada para todo (incluso lo inimaginable). Posteriormente, ella reconoce que los oficiales pueden moderar esas acciones demasiado entusiastas de los oficiales, causadas por el pánico, para retornar a los niveles más razonables de precaución.
Los peligros del pánico
Sin embargo, la política del pánico es siempre peligrosa. Por definición, el pánico es un repentino terror o miedo irracional que impulsa acciones irracionales como el vuelo. El pánico desencadena una serie de pasos que son difíciles de contener una vez que se ponen en marcha. Este crea una competición entre oficiales en cuanto a superar a los demás en el entusiasmo de la acción, no sea que fracasen por inacción.
Cuando el pánico manda, cada posible demanda ha de considerarse como si solo fuera remotamente probable. Todo contacto ha de ser sospechoso. Toda acción ha de monitorizarse. Todo ha de bloquearse debido a lo que «podría ocurrir». Tal orden social es, por tanto, organizado de modo que no sea una sociedad sino una prisión universal. La vida llega a ser imposible en ese régimen como tal. Ningún estado puede funcionar más en una situación en la que ha de estar preparado para todas las posibles amenazas que se puedan imaginar.
Jugando con números
La política de pánico se basa en un revoltijo de números y estadísticas que se lanza al público para demostrar el todo y el nada. El pánico juega con números y hace proyecciones salvajes sobre lo que puede ocurrir. No espera a recolectar y analizar datos con los que formular conclusiones. En cambio, actúa con cualquier número ajustable al pánico, normalmente, haciendo decisiones desastrosas.
Cualquier número, incluso aquellos relativamente pequeños, pueden inflarse y utilizarse para sensacionalismos, distorsionando la realidad. «Hacer espirales» de los casos puede involucrar solo docenas de nuevas enfermedades. De hecho, una nueva muerte llega a ser insoportable, donde el miedo impera.
El Doctor John Ioannidis, epidemiólogo y profesor de Medicina en la Universidad de Stanford, se queja de que la información coleccionada sobre el coronavirus es «imposible de creer». Y todavía, los oficiales gubernamentales están tomando importantes decisiones en la oscuridad. Sus impulsivas decisiones pueden brindar consecuencias devastadoras a la nación.
Un miedo destructivo
La amenaza de pánico más peligrosa es su poder destructivo. Cuando se pone en marcha, el pánico no tiene reparos en la manera de su histérico vuelo. Todo ha de sacrificarse (economía, sociedad e incluso adoración) en nombre de un miedo irracional.
Es más, el pánico es difícil de parar. Los oficiales veteranos de combate saben la abismal diferencia entre una retirada y su frecuente, inteligente y disciplinada retaguardia (sus acciones), y su derrota. El primero hace lo mejor de una mala situación. Intenta salvar al ejército, luchar otro día, con mejores probabilidades. Lo último brinda el colapso de la fuerza combatiente y su sacrificio.
Por tanto, el pánico puede llevar el aislamiento social al extremo de la destrucción de la misma sociedad a la que dice estar salvando mediante medios cuya eficiencia no ha sido demostrada. Nadie niega la necesidad de tomar medidas para limitar la expansión del virus. Sin embargo, estas medidas han de basarse en datos verificables, no en asunciones salvajes.
Este peligro se está haciendo eco en toda la nación en tanto que los negocios y los líderes de las comunidades expresan sus preocupaciones. De hecho, el sector empresarial se queja de que llevar la economía a un punto muerto tendrá efectos desastrosos en el largo plazo. Brindará un enorme sufrimiento a decenas de millones de americanos. Los riesgos de salud que podrían evitase con los bloqueos podrían dar lugar a un incremento de peligros en otras áreas como el estrés y la salud psicológica. Muchos temen que la presión de los recursos gubernamentales demuestre ser demasiado grande y cause el colapso socio-económico de la nación.
Cuando el pánico de no reaccionar lo suficiente toma el control, nada está fuera de la mesa. La situación se agrava por la postura política de políticos que utilizan la crisis para sus propios fines.
Falta sabiduría
Cuando el pánico informa a la política, resulta imposible tomar las decisiones correctas. No viene al caso argumentar aquí sobre las medidas que deben o no deben ser implementadas. La crisis del virus chino es una grave amenaza que debe ser confrontada, no negando nadie que esto implicará dureza.
Empero, lo que falta es la sabiduría. Muchos, especialmente, los medios, no están presentando una imagen balanceada o entera.
La sabiduría es lo contrario al pánico. Esta es calmada, reflexiva, imparcial y objetiva. Lidia con la realidad tal y como es, no como uno podría imaginar que es.
El filósofo alemán Josef Pieper definió la sabiduría como el conocimiento de la mayor causa de las cosas. Escribe él: «Para conocer la causa mayor, entonces, no hay que conocer la causa de esa cosa particular, sino la de todo y todas las cosas: esto significa conocer el «adónde» y el «por lo cual», el origen y el fin, el plan y la estructura, el marco y el significado de la realidad».
Lo que América necesita
Esta sabiduría debe encontrarse en todas partes, a todas los niveles.
América necesita voces calmadas que reflejen un entendimiento del marco entero de la crisis. Las autoridades de gobierno pueden tomar decisiones con sabiduría, sin derrumbar el sistema entero.
América necesita un liderazgo sabio que alce su voz sobre el estrépito de las multitudes atemorizadas y los medios. Sus palabras han de ser medidas y objetivas, proveyendo buenos consejos en estos momentos de juicio.
Sobre todo, América necesita corazones oradores que imploren ayuda de la Eterna Sabiduría, la Encarnación del Verbo. Tales almas saben bien que las soluciones naturales no serán suficientes en esta crisis. América ha de tener la ayuda de Dios como recurso, si es para volver al orden.
Pero Dios se encuentra en la brisa apacible de la sabiduría, no en huracanes emocionales de pánico: Ni en el tumulto, Señor (El Señor no se encuentra en la conmoción (consultad Los Tres Retes 19:11-12).
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